La casa del Paraiso

CAPITULO XI: Una hermitaña

Eran casi las 8 de la noche cuando Marcos se despidió de su amigo. Aquel insistió en que no regresara a la casa nunca más y Marcos le prometió que no lo haría, sin embargo, el muchacho no tenía intención alguna de cumplir su promesa. 

Una vez más la casa lo llamaba y una vez más se entregó al deseo de atravesar sus puertas. 

Lentamente entró en la oscuridad del jardín. El suelo estaba cubierto casi en su totalidad de hojas secas y flores rosadas, la mayoría marchitas. 

Cerca de la fuente de aguas putrefactas, sentada en el banco de piedra, estaba Verónica, con su vestido color crema y sus hermosos cabellos dorados al viento. El gato descansaba en su regazo mientras ella lo acariciaba con parsimonia. 

Marcos, atraído por la visión, no pudo evitar acercarse. 

Cuando ella posó sus grandes ojos verdes en él, sonrió con dulzura y le extendió la mano invitándolo a sentarse a su lado. 

—La noche está cálida. ¿Sabes?, me gusta este jardín así tal como está —dijo ella mirando alrededor—, con sus hermosas plantas resistiéndose a ser devoradas por el tiempo y el abandono. Ellas han resistido todo, el sol inclemente, la falta de agua, a veces el exceso de esta también. Y aun así siguen aquí, hermosas como la Magnolia, fuertes como el Roble. 

El gato saltó de las piernas de Verónica para enredarse entre las piernas de Marcos. El muchacho se agachó y lo tomó en sus brazos para luego sentarse al lado de ella. Definitivamente no creía que fuera un espíritu maligno, ni un fantasma. 

—Entonces, ¿te gusta estar aquí? 

Ella se hundió de hombros. 

— Es todo cuanto conozco, no me hace falta nada del exterior. No se puede desear lo que no se conoce Marcos. Si no conoces algo, si no sabes de su existencia, no lo deseas y la fuente del sufrimiento es el deseo, me mantengo aquí, sin anhelos, sin sufrir... 

Marcos arrugó el ceño. No entendía bien a que se refería la chica. Acaso, ¿su encierro era voluntario? 

—¿Por qué decidiste permanecer aquí, encerrada?, ¿para evitar sufrir? 

Ella sonrió.  

—Yo no lo decidí. 

—Entonces, ¿Por qué estás aquí? 

Verónica amplió la sonrisa y sus ojos verdes por primera vez parecían vivos, algo de diversión brillaba en ellos.  

—¡Preguntas, preguntas! Solo me has preguntado cosas. 

Marcos se sintió un poco avergonzado ante la observación. Era verdad, desde que llegó, la acribilló a preguntas, pero es que quería conocer quién era esa mujer misteriosa. Él quería conocer todo de ella, descubrir su secreto. 

—Tienes razón. Discúlpame por favor. Es que yo vivo prácticamente al lado y jamás pensé que aquí habitara alguien. Siempre creí que la casa estaba abandonada, y de repente encontrarte aquí me llena de curiosidad —El muchacho parecía reflexionar. Después de unos minutos de silencio agregó—. Eres como una ermitaña. 

—Jajaja, ¿una ermitaña? —La muchacha sonreía, parecía más humana y real ahora— Sí, creo que eso soy. ¿Y tú qué eres Marcos?  —Su mirada se tornó intensa cuando hizo la pregunta. Él se sintió nervioso ante el pozo verde que eran sus ojos. 

—¿Yo? Yo solo soy alguien normal. Demasiado corriente supongo. Un día sentí mucha curiosidad por esta casa. No sé porque, puesto que siempre he vivido en esta zona y nunca antes había querido entrar aquí. 

—¿Solo eres alguien normal? Alguien muy curioso para nuestra fortuna, ¿verdad Milo?  

Marcos se dio cuenta que ella se dirigía al gato. Se inclinó un poco para tomarlo de las piernas del muchacho. Cuando lo hizo, un medallón se salió del encaje de su vestido, quedando expuesto sobre su pecho. Era una estrella de cinco puntas rodeada por un círculo. El círculo tenía grabado caracteres que Marcos no pudo distinguir. Parecía otro idioma. Había algo familiar en ese medallón, pero el muchacho no lograba ubicar que era. Claro, la estrella de 5 puntas era un símbolo conocido. Tal vez era simplemente eso lo que le llamaba la atención. 

—¿Se llama Milo? —preguntó él apartando los ojos del medallón. La muchacha asintió con la cabeza— ¡Es muy inteligente! 

—¡No tienes idea de cuánto! Gracias a Milo, a su compañía, he logrado sobrevivir. Me ha enseñado mucho en mi soledad. Siempre me ayuda a meditar. 

Marcos pensó que Verónica estaba loca. Su voluntario encierro, y ahora parecía atribuirle al gato características humanas. Por mucho que alguien quisiera a una mascota y que la considerara parte de la familia, decir que el animal te ha enseñado mucho es como demasiado. 

—¿El gato? 

Los ojos de la muchacha brillaron divertidos y sus lindos labios esbozaron una pequeña sonrisa.  

—Sí, el gato. No todo es lo que parece. Creo que fue Milo quien te trajo a mi casa, ¿no es cierto? 

—¿Milo? —Ahora que lo pensaba, era cierto. El gato siempre le mostraba qué camino seguir para llevarlo a ella. 

—Es mi turno de preguntar —Y de nuevo la diversión en sus ojos—: dime, ¿tú que haces, a que te dedicas? Eres joven. ¿Estás estudiando? 

Marcos sacudió la cabeza tratando de enfocarse en lo que Verónica le preguntaba, sorprendido de que se interesara en él, dejando atrás el misterio del gato. 

—¡Eh! Yo estudio informática en las noches y trabajo en el día. 

—¿Informática?, ¿Qué es eso? 

Marcos la miró con asombro. ¿Hasta dónde llegaba la reclusión de esa mujer?   

—Se trata de transmitir información a través de computadoras y otras máquinas destinadas para ello. 

—Ah, ya. Sí... computadoras. Creo que he escuchado algo de eso. 

—¿De verdad, no sabes qué es? ¿Nunca has visto una computadora?  —Verónica negó con la cabeza mientras acariciaba al gato—. No las necesito. ¿Te gusta lo que haces?  

—Sí. A veces es extenuante estudiar y trabajar, pero no tengo más opciones. 

—Y tu madre, ¿Cómo está? —Otra vez Marcos la miró asombrado y un escalofrío recorrió su espalda. Tenía la sensación de que nada de lo que le contaba era nuevo para ella. De alguna forma, a pesar de su reclusión, Verónica ya conocía todo de él y en cambio ella para él, era un total enigma. 



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En el texto hay: angustia, brujas, sobrenatural

Editado: 29.08.2020

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