El fantasma de la felicidad.
Y él de repente se dio cuenta de que había comenzado a ver a la felicidad como un fantasma. Allí estaba: estatica en una esquina con el rostro multicolor pero una expresión de pánico innolvidable. Era casi una
extraña ajena a todo lo que correspondía con su vida.
El fantasma de la felicidad.
Aquel hombre era tan gris que el color dudaba en acercarse a sabiendas que iria desapareciendo poco a poco hasta volver a ser aquel color sobrio que no mucho le agradaba. Aquella felicidad tan escurridiza y buscada se le escapaba de entre los dedos siempre que tenia oportunidad.
El fantasma de la felicidad.
No recordaba la última vez que se había sentado con él en la mesa, solo
la veía atravesar las paredes blancas y esconder la cara detrás de los
cuadros en el diván. Bailar sola en la bañera y tararear una canción
cuando él seguía en la cama.
El fantasma de la felicidad.
Habían perdido la costumbre, ella no sabía como encararle y él ya no
tenia idea de como recibirla con los brazos abiertos. Habían perdido
aquella rutina de bailar abrazados en la sala, de dormir juntos y con las
ventanas abiertas en verano. Le habían perdido el gusto al mascarpone con frutos del bosque y al chocolate con pasas, habían perdido la emoción a los libros de media tarde y a las noches de películas.
El fantasma de la felicidad les había cubierto con su mano, los había dejado debajo de aquella rutina, de aquel amor inestable como una goma de mascar.
Les había roto a sabiendas que ninguno iba a reparar.