La Casería de Tom Chesster

II

¿Ocurre algo, John?

John miraba en estado total de paz capaz de relajarle el flujo sanguíneo y separarle los latidos del corazón. Miraba el mar, se extendía kilómetros de lejanía desde sus pies que se hundían en el nivel mínimo de mar, y tocaban algunas de las millonadas de piedras repartidas. Podría haber algún bicho por allí y no cuentes conmigo si te pica, oyó oír a su conciencia en un sombrío eco a la distancia.

Miró desprevenido a Tom, que traía la mirada de siempre que veía en él, cuando ambos se miraban. ¿Podré acaso tener la misma mirada que él? Oh Tom, nunca crezcas, solo Dios sabe cuánto lo pido.

—No ocurre nada Tom. Sabes lo que significa ser escéptico ¿no?

En aquel entonces raspaba los once años, y su diccionario era tan pobre como la billetera de Bill Chesster, su padre. Soltó un tímido y convencional no. John le miró sabiendo que esa sería la respuesta, no ha ido en su corta edad a la escuela de hace cinco años. Y él era el único de la familia que mantenía un buen vocablo e inteligencia, no era de las excelentes, pero era algo.

—Escéptico significa no creer en cosas como la religión, en fantasmas —comenzó a aletear sus manos en busca de ayuda. Sus ojos miraban benevolente al cielo que estaba más azul que nunca—… Inclusive en el monstro de Frankenstein. ¿Recuerdas esa película, Tom?

Resultó ser esa la única pregunta que sabía. Su ignorancia le hizo estar al borde las lágrimas. Pero no lloraría, eso lo aprendió de Bill, y John. No lloraría, ni mucho menos ante su hermano.

—Bueno Tommy. Yo soy escéptico, o eso creo. No importa —volvió a perderse en el infinito lago que sobrepasaba su visión. Mantenía una inspiración que brotaba de sus hoyos nasales. Tom casi pudo haberlo percibido. Pero era un niño todavía—. ¿Y quieres que te cuente una cosa que he sentido, Tommy? Desde los primeros días en los que llegamos.

Tom, que miraba en un estado de sueño sus pies dentro del mar, quedó petrificado al oír esa pregunta. Significaba oír una historia de su hermano. Y él amaba las historias. Le miró con ojos brillosos, a lo alto. El sol era tapado por la cara de John, cubriéndole de quedar ciego por tiempo. Asintió y soltó un suspiro de fascinación.    

—Hay algo aquí que no me gusta. Quizá esté en el aire fresco, o el ruido de las olas al romper…Pero sé. Y juro Tommy, que este lugar tiene mala pinta.

La primera vez que sintió miedo, fue tiempo después de salir del autocine tiempo atrás. Luego de ver una película de autos que devoraban personas. Al estar en cama, no podía quitarse de su oído, el ruido del motor del auto. Su mente inocente, le hacía relacionarlo con el grito desesperado de las victimas del coche homicida. Resultó estar mes y medio sin dejar de pensar en ello. Ahora, acababa de recordarlo. Rum—Rum. contemplaba una de las ya tantas experiencias que le aflojaron los nervios e hincharon sus venas hasta estallar. John, le miró extrañado, su mirada desapareció dentro de un desvanecimiento profundo, pudo haber contemplado el miedo en forma física que se empotró en el mundo de su hermanito. Se arrepintió de haberle contado su sensación, pero fue firme.

—Tampoco lo tomes a mal Tommy. Quizá solo esté parloteando…

Pero Tom nunca olvidó aquella charla, hasta años después —veinte tal vez, no los podía contar—. Lo que se avecinó después le dilató las pupilas hasta el extremo a más no poder, y se adentró en su mundo ya olvidado.

…Como una rueda, Tommy. Como una rueda que gira, gira, y gira; Solamente hacia adelante. Así son y serán las cosas. Le había dicho alguna vez, John. Quizá en el mismo lago.

El brillo de John lentamente se desvaneció, como el cuerpo en proceso de descomposición. Los primeros meses en el Lago Ricknald fueron sumergidos en las profundidades de lo inexplicable. No era sorpresa para los habitantes del pueblo, hallar cuerpos de animal descompuestos, destrozados, degollados, entre otras más atrocidades que presenciaban por las mañanas; todo no lleva a lo mismo ¿no? Pero a la familia Chesster resultaba nuevo, y vaya que no les aterraba. Semana tras semana aparecían en los bordes del lago, muertos, con los ojos hinchados y sus venitas reventadas. La sangre les chorreaba por los oídos y las narices que, siquiera parecían estar maltratados. Ya en ese momento John, confirmó en que algo malo sucedía allí. apenas podía ya conciliar el sueño. Sufría con todo eso.

Juro Tommy, que este lugar tiene mala pinta… 

A principio las personas apostaban que todo esto tenía a un hombre detrás del centenar de homicidios. Los degollamientos hacían pensar así. Pero al pasar el tiempo, las sospechas fueron quedando en nada, así como el asesino también. Las bocas de los pueblerinos quedaron abiertas hasta sentir la dura tensión en sus maxilares al ver la nueva saga de asesinatos. Esta vez no eran conejos, ni ratas. Eran osos, decenas a lo largo del tiempo. Al verlos, notaban sus cuerpos hinchados, quizá por veneno. Sus ojos, negros puros, se hallaban reventados derramando un líquido viscoso y maloliente. Era acaso, que un hombre con su tenaz fuerza sea capaz de matar no uno, sino decenas de ellos. El terror dejó de lado el protagonismo en el pueblo, y la tormenta cesó, por el momento.



#13616 en Thriller
#7684 en Misterio

En el texto hay: miedo, suspenso y terror, suspeso

Editado: 06.06.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.