Obra perteneciente a Noemi Mayoral.
Calle de las Letanías 743
—Cambia todo de lugar, ponle varias capas de pintura al sótano y en un par de meses está casa estará vendida. De eso me encargo yo —habló muy segura de sí la afamada dueña de la inmobiliaria Londriant que se había puesto como reto personal vender la casona de Envenot, mejor conocida como la Casona del demonio.
La Casona, se ubicaba al final de la calle de las Letanías, ostentando el número 743, a las afueras de Minnesota. Perteneció en 1966 a la acaudalada familia de Envenot, que según relata la vieja Claris (una niña en aquel entonces). Fueron cruelmente asesinados por un misterioso ser de vestidos negros, con ojos rojos como dos rubíes y hedor a azufre, un olor que cala la nariz y aterra el alma. Él mató sin piedad a los padres de la pequeña ofreciéndolos como sacrificio al mismo Luzbel. El hombre de oscura alma pintó en la pared del sótano la temible estrella de seis picos, con la sangre de la mujer que aún con vida fue terriblemente torturada, al extremo de extraerle el pequeño corazón del pecho y deformar de manera grotesca e inhumana, su rostro.
Mientras que la pequeña Angela, una niña rubia de ojos dulces como la miel, le esperaba la mayor de las incógnitas. Al ser arrastrada de la mano del demonio en una especie de sueño letárgico, a donde la luz se extingue, y el retorno no existe, salvo, para aquellas almas impuras.
También se cuenta, que cada noche aún se pueden escuchar los gritos de la torturada mujer, que sin descanso vaga por la Casona, sufriendo su propio infierno noche tras noche, en busca de su pequeña.
Así pues, entre extraños relatos, y cuentos deformados, los años pasaron y la Casona fue en deterioro. Nadie con tres dedos de frente se atrevería a pasar una noche ahí y mucho menor, cometerían la estupidez de comprarla. Pero cuando fue adquirida por la inmobiliaria Londriat, su dueña no descansó hasta venderla a una pareja de recién casados, provenientes de Nueva York.
— ¡Por Dios, es bellísima! —Exclamó la sorprendida mujer de negros cabellos y ojos verdes, con una enorme barriga de seis meses de embarazo —. A ese precio esperaba poco más de una choza.
El hombre rio ante las locuras de su mujer, si bien el precio había sido bastante bajo para la zona, tampoco fue una ganga. Tomados de la mano subieron los escalones, hasta llegar a la gran puerta de roble.
—Te lo prometí mi cielo, aquí tienes tu palacio —dijo con mimo el futuro nuevo padre, al momento que giraba el picaporte y se abría la pesada puerta.
En la cara de su mujer se dibujó la fascinación mientras sentía un pequeño brinco en su vientre, cosa que la joven madre tomó como "buena señal".
Y tal como su esposo se lo prometió la casa era un verdadero palacio, con hermosas columnas y perfectos detalles. Podía sentirse ese aire de elegancia, irguiéndose de manera imponente y sobria al extremo de percibirse un tanto arrogante.
Juntos recorrieron habitación por habitación, mientras reían y daban ideas de decoraciones futuras. Al momento de visitar el sótano, se dieron cuenta que la luz de las escaleras no servía así que tuvieron que bajar en completa penumbra, al llegar ahí un escalofrió profundo recorrió la espalda de la mujer y un brinco en su vientre la hizo querer volver arriba, la sensación no era para nada común, y eso, la asustó aún más.
—Amor, te...espero arriba —afirmó la nerviosa mujer acariciándose el vientre.
—Alma —rio su cónyuge—, ¿no me digas que te da miedo?
Ella soló sonrió mientras comenzaba a subir las escaleras ignorando por completo el comentario.
Ethan recorrió el sótano, iluminándolo con una débil lucecita, perteneciente a una linterna de mano, la cual, siempre llevaba en el llavero. De inmediato se imaginó trabajando con comodidad en sus planos de Arquitectura, el lugar era excelente, amplio, tranquilo y con la iluminación adecuada sería perfecto. El crujir de una tabla suelta resonó con fuerza, haciendo un profundo eco, la de por sí tenue luz, empezó a parpadear ganándose unos golpecitos severos y cuando se apagó por completo, decidió subir. A tientas emprendió el ascenso, pero poco antes de llegar a su destino sintió como algo acariciaba su pantorrilla, algo pequeño, frio como un trozo hielo y peludo. Un olor hediondo, solo comparable al de una alcantarilla en tiempos de verano, invadió sin previo aviso sus fosas nasales pero Ethan no podía ver nada, así que terminó de subir las escaleras, acreditó a sus nervios el suceso y olvidó el asunto pensado que quizá tendrían unos cuantos inquilinos roedores.
La mudanza llegó esa misma tarde y después de una semana de arduo trabajo la familia Connor se encontró completamente instalada. Pero Alma Connor empezó a darse cuenta de las miradas indiscretas de sus vecinos, que desde lejos la saludaban para después murmurarle algo a la persona que tenían a su lado, dichas conversaciones inaudibles para la joven, siempre terminaban en una mueca de lastima o preocupación. Cosa que comenzó a ponerla nerviosa y más aún, ansiosa.
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Editado: 15.07.2019