Era un día nublado con precipitaciones y tormentas, el sol no se asomaba desde hacía ya dos meses, Goldentwon parecía el peor lugar para descansar, el aullido de los lobos aturdía a la gente por las noches; era un pueblo chico, rodeado de montañas, alejado de la bulliciosa ciudad, tenía dos calles nada más, una de subida y otra de bajada, su única plaza más extensa de lo que debería ser, adornada con dos focos, unos pocos pinos, y en el centro una estatua de un caballero con esbelto cuerpo, unos pantalones que parecían ajustados y una chaqueta elegante larga, pero tenía un pequeño defecto ¡¡¡ESTABA SIN CABEZA!!! Las pequeñas niñas del pueblo decían que la había perdido por amor, aunque los viejos murmuraban y afirmaban que era un peregrino que venía de la ciudad y había salvado a un grupo de señoritas y jovencitos de un incendio; en fin, nadie sabía la historia de esa estatua.
La gente era muy amable y cortés, la Señora Isabella vendía unos helados al frente de la plaza aunque eran más los que regalaba que los que vendía, ella era de una de las personas más ancianas del pueblo, tenía unos ochenta y siete años su cabello ya blanquecino su cara con arrugas y unos ojos negros que revelaban un pasado triste e incierto, pero su sonrisa, decía lo contrario… a unas casas de la heladería se encontraba una tienda de ropa, el señor David era el dueño, él tenía un aspecto tétrico un viejo encorvado cabellos largo y con algunas canas, le faltaban algunos dientes, su tez blanca y unos grises ojos lo hacían ver arrogante, y su trato tosco era ni más ni menos que lo único que le faltaba a ese viejo refunfuñón, poca gente cambiaba de ropa, las señoras preferían coser antes que visitar al señor David, por las calles mojadas y llenas de niebla siempre se veían pasar, pretensiosas y elegantes las señoras; Evelia Willmap, Antonietta Prouse, Helena Heaceth, Penélope Fakeh y Elizabeth Sprosse las señoras más opulentas del pueblo.
Ahora, me dispondré a mostrarles el Status Quo de este pequeño pueblo, debajo del quinteto de las señoras se encontraban el Sr. William dueño de la tasca “DULCE AGRIO Y PICANTE” donde iban los hombres y mujeres que deseaban ahogar sus penas o al menos gastar el poco dinero que les acompañara, el Sr William poseía Show Nocturno apodado “Mi pequeño paraíso, puedes encontrar lo que sea, el más despejado cielo o el más ardiente y oscuro infierno”, los hombres y mujeres que entraban al show, la mayoría de las veces, salían peor de lo que estaban, pero al menos complacidos de que por un momento pudieron olvidar su dolor. A veces me gustaría saber ¿Cómo se sienten las chicas y chicos que se venden por unas cuantas monedas? ¿Quizás exista la más mínima posibilidad de que se sientan mal con lo que hacen?, quizás solo estoy divagando entre pensamientos que me atormentan al pensar en la conciencia del Sr. William que maneja el bar, ¿Con cuántas chicas se acostará? ¿A cuántas habrá violado para llegar a tener la fama que tiene?... pero que se puede esperar en este pueblo tan pequeño toda cosa nueva y que parezca placentera para la gente, la consideran correcta sin siquiera examinar si habrá de preocuparse por las aptitudes.
Luego del Sr William Scott está el restaurante “MI DELICIOSO DESCANSO”, Don Amador Heachtlith el dueño, un caballero de cuarenta y tres años, ojos café claro con el cuerpo definido, tez morena y tono de voz cálido que te hacía sentir en casa, con el trabajaban su hija Margaret quien atendía las mesas y su hijo Anthony quien se encargaba de la cocina y algunas cosas de administración que le dejaba Don Amador, el restaurant era espacioso todo elaborado de madera, las cortinas finas y con un gusto muy delicado las mesas adornadas con velas o flores, dependiendo de la ocasión y del cliente, alrededor de treinta mesas, a pesar de la muerte de la Señora Heachtlith hacía ya siete años de su partida, se sentía que faltaba su dulzura y las pequeñas cosas que añadía; que hacían sentir en casa aún más de lo que lo hacía Don Amador, entre muchas otras personas que le atañían al pueblo ese toque colonial y afable que lo tornaba un completo paraíso, aunque no en esta época de lluvias que hacían que las personas se enclaustraran en sus casas hasta ver aminorar la fuerte tormenta.
“Buenas tardes, pasen adelante” – eran sus típicas palabras al observar que se aproximaba algún cliente, de una vez le acercaba el menú y sonreía mientras le dejaba un helado a cada persona- “Cortesía de la casa” – eran sus palabras cuando alguien no le aceptaba por sentirme avergonzado que les regalaran algo así-
Hola, Srta. Willmap que la trae por acá, ¿será que nos viene a visitar?, pase usted adelante – me tomo de la mano mientras me llevaba con Anthony- Conversen quien sabe si florece el amor en alguno de ustedes – su idea de unirnos a mí y a Anthony, era fastidiosa por algunos momentos, pero su manera de tratarme me hacía sentir tan a gusto que podía omitir esos detalles-
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Editado: 29.03.2019