A Jesse le gustaba Vera. No era una noticia para asombrarse precisamente. ¿A quién no le gustaba Vera? A estas alturas, estaba segura de que a todos los chicos con los que había salido les había gustado Vera, y yo no fui más que el premio consuelo para ellos. Afortunadamente nuestros gustos en chicos no solían coincidir, así que nunca habíamos «peleado» por uno.
No podía darme cuenta de si a Vera le gustaba Jesse. Sabía que le parecía lindo, pero no si lo veía como algo más que otro chico lindo de la escuela.
Pensar en eso me mareaba y empeoraba mi estado de ánimo. Comencé a maldecir otra vez por lo bajo al chofer del autobús y a intentar culparlo por lo pésimo que me sentía, pero, al mismo tiempo, no podía dejar de pensar que la verdad habría acabado saliendo a la luz de todos modos; y, sinceramente, una parte de mí agradecía que hubiera ocurrido más pronto que tarde. Al menos todavía estaba a tiempo de remediar la situación sin salir tan herida de ella.
Jesse hizo varios intentos fallidos de volver a entablar una conversación conmigo, pero mis respuestas monosilábicas acabaron haciendo que se diera por vencido. Si notó lo mucho que había cambiado la atmósfera alrededor nuestro, no lo demostró; y para mí esa era la mejor decisión a tomar.
Nos quedamos en la cafetería hasta que faltaron quince minutos para que pasara el próximo autobús a la ciudad. La espera fue silenciosa; el viaje (durante el cual fingí estar profundamente dormida) y la caminata hasta la escuela, también.
Dándonos la espalda, acomodamos nuestras cosas en los casilleros. Los pasillos estaban desiertos, todos se encontraban en clases. Entonces, Jesse cerró la puerta de su casillero, respiró hondo y se volvió hacia mí al mismo tiempo que yo me volvía hacia él, pero cuando vi que abría la boca, me adelanté y detuve sus potenciales palabras.
—Tengo que ir al baño antes de que suene el timbre. Nos vemos luego. —Y me alejé a las zancadas, sintiendo sus ojos fijos en mí. No me sería posible explicar cuán difícil fue alejarme así, pero lo hice, de todos modos.
El timbre del mediodía me encontró cruzada de brazos en el baño. Oí cómo los pasillos se iban llenando de gente ruidosa que gritaba y se apresuraba hacia la cafetería. Salí del baño y seguí a la ola de estudiantes para ubicarme en la mesa habitual. Vera, al entrar y verme, vino inmediatamente a sentarse a mi lado.
—Mel, ¿dónde diablos estabas? —me preguntó preocupada—. Quise llamarte, pero no tuvimos ni un segundo libre en las clases.
Le conté todo lo que había ocurrido (excepto una parte específica de la conversación con Jesse). Ella esbozó una sonrisita cuando terminé.
—Bueno, el chofer del autobús es un estúpido inepto, ¡pero mírale el lado bueno! —exclamó con entusiasmo—. Estuviste dos horas a solas con Jesse. Tienes que contármelo todo.
Aguardó con una sonrisa de oreja a oreja, pero al ver que yo no le correspondía el gesto y apartaba la mirada, su semblante se ensombreció.
—Hey, ¿qué ocurre? —preguntó, otra vez preocupada.
No quería decírselo; no era fácil. ¿Pero tenía sentido hacer de cuenta que la conversación con Jesse no había ocurrido y ocultarle la verdad a Vera? No. Además, cuando ella lo supiera, yo podría finalmente darme por vencida y olvidarme del asunto. Y si Vera decidía darle una oportunidad a Jesse, bien por ella. Otra razón más para olvidarme de él; una bien importante.
Me tragué la humillación que me suponía hablar de aquello, levanté la cabeza y miré a mi amiga.
—Le gustas. Es todo tuyo.
Vera se quedó petrificada, mirándome sin parpadear. Al asimilar mis palabras, se echó a reír.
—¡Mel! ¿Qué dices?
—Estoy diciendo que tú eres la chica en la que Jesse está interesado.
Vera volvió a quedarse seria.
—¿En serio?
Asentí.
—Él mismo me lo dijo. O, bueno, me lo insinuó. Yo le pregunté si estaba interesado en alguna chica y él me preguntó si tú estabas saliendo con alguien. Así que, sí, le gustas.
Mi amiga apartó su mirada turbada.
—¿Y tú por qué le preguntaste eso? —indagó tras unos segundos de intenso silencio, volviendo la cabeza hacia mí con los ojos entrecerrados.
No podía confesarle que, por unos insignificantes días, me había gustado Jesse. Vera habría comenzado con su actuación dramática y yo no quería enfrentarme a eso. Me encogí de hombros con mi mejor mueca de indiferencia.
Pero a Vera no se la engañaba tan fácilmente.
—Él te gusta —afirmó—. Por eso le preguntaste. ¡Lo sabía!
—No me gusta —contesté con rapidez—. No de esa manera. Estábamos hablando de la escuela y le pregunté si le gustaba alguien. Eso es todo.
Vera me miró con cara de «no me vengas con esos cuentos».
—Mel, por favor... Si te gusta, buscaremos la manera de arreglar esto.
—No puedes arreglar una situación así —repliqué sacudiendo la cabeza—. Mírame a mí: aún estoy obsesionada con Kevin.
Karen y Regina aparecieron con sus respectivas bandejas y se ubicaron en la mesa. Vera no notó su presencia.
—Pero, Mel...
—No puedes arreglarlo —repetí, y me levanté de mi silla atropelladamente para comenzar a caminar hacia la salida.
—¿No vas a comer nada? —me preguntó Vera cuando di los primeros pasos.
—No tengo hambre —respondí sin darme vuelta. Seguí andando hasta llegar a la pista donde el equipo de atletismo entrenaba y me senté en las gradas bajo el sol endeble que asomaba de tanto en tanto entre las nubes.
A pesar de que Jesse desconocía el detalle de que por unos pocos días lo había visto como algo más que un amigo y compañero de escuela, yo me sentía como si se lo hubiese confesado a los gritos frente a una multitud, igual de humillada que cuando le había confesado mis sentimientos a Kevin solo para que él me rechazara; y, así y todo, me invadió la inexplicable sensación de que, quizás, podía tener más suerte con él que con Jesse.
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Editado: 02.03.2023