No puedo creer que hayan pasado diez años desde aquel día. Diez años, desde la última vez que lo vi, desde la última vez que hablamos. Una década entera durante la cual mi vida se fue transformando en todo aquello con lo que solo me atreví a fantasear esas veces que dejé a mi imaginación volar demasiado lejos.
Encabezando la lista de las cosas más locas que comenzaron a ocurrirme después de aquel once de diciembre del 2005, está el haberme convertido en madre. Pese a la mezcla de sentimientos y emociones abrumadoras que experimenté durante un tiempo tras recibir la noticia de que había otro ser humano creciendo dentro de mí, nunca se me cruzó por la cabeza la idea de deshacerme de él, ya fuera interrumpiendo el embarazo o dándolo en adopción una vez que naciera. Desde el primer instante en que me dijeron que existía, incluso en el peor estado de confusión posible, supe que lucharía hasta el final para tenerlo a mi lado y protegerlo, costara lo que costara.
Si bien mamá no se mostró muy de acuerdo con la idea en un principio, yo decidí mantener la más reciente e impactante noticia en secreto mientras me fuera posible. El motivo no fue el miedo ni, mucho menos, la vergüenza de que todo el mundo supiera que estaba embarazada. En realidad, lo que pretendía era intentar evitar cualquier tipo de estrés que pudiera llegar a impedirme atravesar esa etapa con la calma y la tranquilidad que tanto necesitaba. Sinceramente, no tenía intenciones de lidiar con las historias que mis compañeros de escuela ciertamente inventarían si descubrían el estado en el que me encontraba.
Sabía que, si me vestía de la forma correcta, disimular la barriga por tres meses más no iba a ser difícil; y para el momento en el que sí comenzaría a ser complicado, el año escolar ya habría finalizado, así que nadie en la escuela llegaría a saber que estaba embarazada. Pero los problemas aparecerían luego, después que el bebé naciera; no porque quisiera seguir manteniéndolo en secreto (esa idea era demasiado irrisoria), sino porque no sabía qué demonios iba a hacer una vez que las clases comenzaran de nuevo, cuando tuviera que pasar casi todo el día fuera de casa. Mamá no podría llevarse al niño al trabajo para cuidarlo hasta que yo regresara, y yo no podía llevármelo conmigo a la ciudad (además, ¿cuál era la idea? ¿Tenerlo en clases conmigo?). La única opción que tenía era estudiar en el pueblo, ya que, además de ahorrar dinero y quizá poder pagarle a alguien para que lo cuidara por unas horas, podría estar más cerca de él. Lo único malo acerca del plan más viable con el que contaba era la inmensa angustia que me provocaba la idea de abandonar mi vieja escuela, comenzar a perderme los viajes en autobús con Sarah y Bryan y tener que dejar de ver a varias personas con las que me había encariñado. Pero comprendía que renunciar a muchas de las cosas que me gustaban y a muchas de las comodidades que había disfrutado hasta el momento era uno de los puntos más importantes en el contrato que había firmado al decidir seguir adelante con el embarazo. De todos modos, confiaba en que, tarde o temprano, la recompensa acabaría siendo meramente satisfactoria.
Poco sabía yo aquellos días, mientras guardaba en el fondo de mi armario algunas de mis prendas favoritas para dejar a mano las más holgadas, que encontraría la solución a mis problemas de la forma menos esperada.
Justo antes de enterarme acerca del embarazo, volví a acercarme a Kevin. En realidad, él se acercó a mí, y aunque debo admitir que mi primera reacción cuando me detuvo en uno de los pasillos para hablarme fue esquivarlo y seguir de largo, estar cara a cara con él después de tanto tiempo ignorándonos mutuamente me hizo darme cuenta de que no quedaba en mí ni rastro del rencor que alguna vez le había tenido.
Lo que ocurría era que, desde el accidente, todos mis viejos problemas habían empezado a parecerme insignificantes. Después de todo, lo único irreparable es la muerte; lo único de lo que no hay vuelta atrás. Y puede llegar tan repentina y arrolladoramente, que perder el tiempo haciéndose mala sangre por cosas que al fin y al cabo no eran más que estupideces que formaban parte del pasado me parecía un enorme error.
Así que le di a Kevin la oportunidad de hablar, y nada de lo que salió de su boca fue lo que yo había estado esperando oír. No habló de Jesse, ni se refirió de ninguna manera a aquel día en que lo encontré con Ángela en el parque. No balbuceó ninguna disculpa patética ni intentó justificar sus actos, como si supiera que no era necesario, que ya había pasado demasiado tiempo como para ponerse a remover heridas viejas. Simplemente me preguntó cómo estaba, y luego cómo me había ido en el examen de Ciencias. «Horrible, para serte sincera», le contesté, y él soltó una carcajada tan divertida que me arrancó una sonrisita. Algo similar a un nudo muy apretado se aflojó levemente dentro de mí. Y la conversación que le siguió a esa, acerca de los temas sobre los que la profesora nos había evaluado (Ciencias era la materia preferida de Kevin, y le iba excelente), mientras caminábamos hacia los casilleros, contribuyó otro tanto a que el nudo cediera un poco más.
Habían pasado unas cuantas semanas desde mi última conversación con alguien que no fuera mi madre, y estar platicando con Kevin se sentía, en cierta forma, como tener una nueva oportunidad para empezar de cero. La amistad que hubo entre él y yo antes de que mis sentimientos interfirieran fue algo que aprecié mucho; y la verdad era que, si existía posibilidad de recuperarla, la aprovecharía. Solo Dios sabía cuánta falta me hacía alguien que, por un rato, me ayudara a no enfocarme en esos flashes que no paraban de regresar a mi cabeza, en la terapia y, unos pocos días más tarde..., en la noticia de que había un bebé en camino.
La primera semana fueron charlas en los ratos libres entre clases. Luego fue una primera aparición sorpresa en mi casa, que pasó a convertirse en una visita semanal con la excusa de ayudarme con la tarea de Ciencias y, más tarde, conversar en el porche bebiendo algo, balanceándonos despacio en la hamaca de madera, pasando el rato. Nunca antes me había interesado tanto en oír sobre deportes, videojuegos y la nueva temporada de The O.C, pero cualquier tema de conversación que sacara Kevin estaba bien para mí, más todavía si incluía algún comentario que me hacía reír.
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Editado: 02.03.2023