– Oh, vamos, Dagon, eres muy exagerado. – rió Zenda mientras entrábamos en nuestro hogar. – Sólo has conocido a dos de mis hermanas y ya piensas que son un caso totalmente perdido... – se enfocó en mis ojos y me sonrió como si yo no supiera de lo que hablaba.
– Pues, esas dos que dices que son poco, han venido a decirte cosas no muy agradables – me defendí ante sus ojos tan brillantes. –, comienzo a dudar de que seas una buena hermana, Zenda.
La chica soltó una carcajada y se dejó caer en el sofá verde en el que solíamos sentarnos a ver películas y quedarnos dormidos.
– No es eso... – su sonrisa no se borró y eso me dejó un poco de tranquilidad. – Simplemente no soy de las mejores... – ladeó su cabeza y tomó mi mano en la suya observándolas con demasiada ternura.
Me senté a su lado y besé su frente dejando que descansara su cabeza en mi hombro.
– Para mí eres perfecta... – anuncié sabiendo que no lo era del todo y ese simple hecho la hacía aún más perfecta para mí. Capté sus ojos soñadores. – Perfectamente humana...
Sonrió una vez más y suspiró observando su cabello y notando las ondas que se le habían marcado.
– Comienzo a creer que lo soy... pero el hecho de que aún tenga estos rasgos tan inusuales es lo que me hace volver a mi realidad... – tocó mi brazo y sintió mi piel erizarse. – No soy humana, pero tampoco soy un Dios... – se separó de mí y se acercó a la ventana mientras observaba el sol ocultándose.
– No significa que no seas nada. – me acerqué detrás de ella. – Significa que eres más humana que eso que tú llamas "Dios" y eres única...
– Ya te había dicho que hay muchos más como yo... – repuso sin querer levantar la mirada, casi podía palpar su tristeza.
– Pero no hay nadie en el mundo que tenga unos ojos tan hermosos como los tuyos. – insistí haciendo que un sonrojo subiera hasta su frente y al fin me observara como lo hacía mientras comía, con emoción.
– Deja de decir esas cosas... – sonrió y se acurrucó en mi pecho. – Si sigues mostrando tanto afecto los dioses comprenderán que ya estás cerca de amarme...
– Es inevitable... Con alguien así destinada a ser para mí, me es imposible contenerme. – levanté su barbilla y besé su comisura notando mi corazón ir demasiado rápido.
– Entonces trata... – tomó aire y comenzó a dirigir sus manos a mi rostro.
– Sabes que no puedo.
– Lo sé. Te conozco. – se rió. – Demasiado obstinado...
– Sólo cuando se trata de ti, Zenda...
Un silencio reinó en la habitación.
– Buenas noches, Dagon. – respondió y se alejó con destino a la recámara.
No la entendía. No sabía qué era lo que quería lograr, pero en parte sí. No quería que se acabara tan rápido.
Las palabras de Aria me llenaron la cabeza.
¿Qué podría hacer Cronos respecto a nosotros si Zenda no cumplía lo que tenía que hacer en unas semanas?
– Nos tomaremos unas vacaciones. – dije de repente y Diana se atragantó con el agua en su garganta.
– No puedes hacer eso. – reclamó. – Zenda acaba de entrar y le está yendo muy bien. – se quejó. – Es de las mejores alumnas que pudo tener esta Academia, ¿sabes cuántas personas quieren comprar sus obras?
– Lo siento. – contesté y por fin levanté la mirada a mi profesora. – Zenda ha estado muy distante últimamente... – recordé.
– ¿Y si está en su periodo? – sugirió Diana.
– No lo creo... es algo distinto. – evité el tema.
– No creo que sea algo que no puedas arreglar con palabras, pero no con vacaciones. – se quejó y volvió a su escritorio.
Desde aquella noche en la que Zenda se había despedido con las buenas noches, había estado actuando rara toda la semana. Como si quisiera evitarme y lo lograba.
Llegábamos a la casa y tenía miles de excusas para no hablar acerca de lo que le pasaba.
Era por eso que habíamos perdido una semana en la que podíamos haber ido a comer otro tipo de helado, o quizás ir al cine local viejo.
Pensándolo en la noche, se me había ocurrido que podríamos ir a visitar a mi padre cerca de Vordertal que era una de las colonias del municipio de Gosau dentro del distrito de Gmunden y no muy lejos de Hallstatt.
Tal vez no era una buena idea puesto que Zenda no duraría tanto tiempo con nosotros y temía que mi padre después insistiera en hablar con ella. Probablemente una explicación como que ella había tomado otro camino bastaría para alejar a mi padre un poco, pero por lo obstinado que era, insistiría en que fuera detrás de ella.
Pero después de rectificar un poco, quería que mi padre conociera a la primer mujer que amaría en mi vida después de mi madre.