– Entonces, desde que estaba en el vientre de mi madre tú te enamoraste de mí...– afirmé lo que Zenda acababa de contarme mientras caminábamos colina arriba.– ¿No es demasiado extraño y escalofriante?– reí un poco junto a Zenda mientras en el fondo me sentía realmente extrañado de lo que salía de sus labios.
– No sé cómo lo vean ustedes los humanos, pero para nosotros es algo de mucha naturaleza.– Zenda sonrió y me observó en espera de mi reclamo, pero en cambio levanté las cejas impresionado.
– ¿Y cómo sabes que amas a esa persona sin siquiera conocerla?– pregunté mientras ella volvía a reír.
– No es nada fácil de explicar... Supongo que la más viable es decir que nosotros ya podemos ver qué será de esa persona sin necesidad de verla crecer: una ventaja muy buena, por cierto; pero no es de eso de lo que nos enamoramos...– Zenda observó el sol y dejó de caminar para quedarse embobada en su brillo, yo la imité, pero no era el brillo del sol lo que me encandilaba, sino los hermosos ojos de Zenda.– Nos enamoramos de lo que son, de su corazón, de todo lo que corre por su mente y de sus emociones... El hecho de ver su futuro nos dice quién será como espíritu.– Zenda volvió su vista a la mía.– Nos deja ver un espíritu puro y un alma preciosa, cosa que nosotros no tenemos realmente... Hay algo más hermoso dentro del humano que en un Dios.– Zenda tomó mi mano y con ella tapó el sol de modo que yo no lo viera.– Debilidad.
– ¿Y eso es hermoso?– pregunté confundido.
– Lo es... las plegarias de ustedes mantienen viva la tradición de creer que hay seres más allá de este mundo...– Zenda bajó mi mano y me incitó a verla a los ojos.– Los humanos mantienen vivos los nombres de las divinidades... y mejor aun: tú me mantienes viva a mí.
Las palabras de Zenda eran bonitas y había hecho mi corazón palpitar como nunca, sin embargo, aún había algo que no encajaba.
– Si yo te mantengo viva a ti, ¿por qué no eres inmortal?– pregunté curioso a lo que Zenda respondió con una sonrisa, de esas que achicaban sus ojos.
– No me refería a viva por tiempo, sino viva...– colocó mi mano en su pecho.– por dentro... completa, no vacía.
Fue en ese momento en el que comprendí que todos los de arriba tenían una idea muy hermosa de amar, de ver la forma de amar y ahora me retractaba de decir que era extraño y escalofriante.
– Es hermoso.– dije observando sus ojos.
– ¿Verdad?– la chica sonrió y siguió caminando sin soltar mi mano.– Lo que ustedes no se dan cuenta, es que nuestro amor se parece mucho al maternal.– paró su caminar y observó la cabaña en lo alto.– Ellas también los aman desde antes de nacer y verlos crecer, la diferencia es que llevan una parte de ellas dentro de ustedes... eso es realmente hermoso.– se volteó a mí.– Tu madre sabía eso de los dioses, fue por eso que siempre nos estuvo agradeciendo, incluso en su lecho de muerte podía sentir su corazón palpitando dentro de ti.– colocó su mano en mi pecho esta vez y sonrió respirando con los ojos cerrados.
Si Zenda podía sentir a mi madre dentro de mí, no tenía porqué sentirme triste nunca más.
No faltaba mucho para llegar a la cabaña en donde nos hospedaríamos por los próximos cinco días antes de regresar a la casa de mi padre.
Zenda parecía muy emocionada por los animales que nos cruzábamos de camino, incluso se había parado a observar un venado pequeño, el cual ni siquiera huyó de ella, sino que se acercó para que pudiera verlo mejor.
Me explicó que en el podía sentir palpitar el corazón de la diosa de la naturaleza, nombre del que no me acuerdo ya.
La chica de cabello oscuro tenía una forma diferente de apreciar las cosas y podía apostar que los humanos teníamos mucho que aprender de divinidades como ella.
Recordaba decir a mi madre que no había amor más puro que el de aquél que amaba hasta el mismo aire que respiraba, por lo cual deduje que probablemente mi madre comprendía el amor de la misma manera que Zenda.
Cuando al fin estábamos al pie de la puerta de entrada, Zenda soltó su mochila en el pasto y se acercó a la orilla de la montaña para soltar un grito que terminó en risas.
La observé con fascinación pero también era muy extraño que su primer acción fuera esa.
Zenda observaba el cielo esperando algo y no entendí qué era hasta que una nube se formó encima de nuestras cabezas y un trueno surgió.
Yo salté hacia atrás, pero Zenda reía más fuerte y simplemente parecía disfrutar todo lo que en la cima suponía.
– ¡Eso fue hermoso!– gritó señalando la nube que se deshacía en los cielos y escupía el sol.
– Vamos adentro.– le dije con miedo que volviera a llover.
El interior de la cabaña era acogedora, pero no estaba del todo limpio puesto que probablemente habían olvidado darle mantenimiento.