– No sé por dónde empezar. – Zenda se rió y negó con la cabeza mientras colocaba un plato en medio de la cama.– Estoy casi segura de que cuando llegue a la mitad vas a aburrirte por completo.
– No, sólo quiero saber más acerca de ti.– la animé y ella me observó con las cejas levantadas.
– Saber acerca de mis hermanas no te da más pistas para saber acerca de mí.– se quejó.
– Entonces no me hables de ellas, sino de ti.– insistí. – ¿cuál es tu color favorito?
– Dagon. – me regañó.
– No estoy jugando. – me reí. – ¿cuál es?
Zenda me observó con una sonrisa y alzó sus ojos al cielo.
– No tengo.
– Claro que tienes. – protesté y me acerqué a ver su rostro. – Apuesto a que es el blanco.
– ¿Por qué el blanco? – preguntó.
– Es lo que más usas en tu ropa. – Zenda soltó una carcajada y me observó con cara de pocos amigos.
– No es verdad. – señaló sus shorts de pijama. – son azules.
– ¿Entonces el azul? – pregunté con una ceja enarcada.
– ¡No! – se quejó. – El hecho de que mi ropa sea de un color no significa que sea mi color favorito.
– Bueno, puede que tenga qué ver.
– En su mundo sí, en el mío no tenemos más opción. – observó el techo. – Es signo de pureza o algo así.
– ¿De verdad no tienes color favorito? – pregunté después de un rato.
– No, genio. – me apartó y tomó una galleta del plato.
– ¿Por qué no?
– Porque no es algo indispensable.
– Tienes que tener alguno que prefieras más que otros. – insistí sin poder creer que estuviera evitando el tema por completo.
– Tal vez. – habló con la boca llena mientras masticaba otro pedazo de galleta. – Pero no te diré cuál es.
– El mío es el gris. – contesté sin esperar su respuesta, pero su rostro de disgusto me hizo reír.
– ¿Cómo te puede gustar un color tan feo y triste como el gris?– solté una carcajada enorme porque no era su comentario lo que me hacía reír, sino que aún tenía dos galletas en la boca y no podía entender del todo qué era lo que decía.
– ¿Y por qué no?– pregunté después de llorar de la risa.
– Porque es mi color favorito.
– ¿De verdad?– pregunté esperanzado.
– No.– rió Zenda y casi se atraganta con una galleta.
– Toma.– le pasé un vaso de leche mientras ella seguía tosiendo sonoramente.
– Dios.– habló una vez que había logrado pasar el pedazo de su garganta. – ¿Viste eso? – tocó su garganta. – Casi muero por una galleta.
– Sí, eso hubiera sido muy estúpido. – contesté riendo.
– Y todo por esas deliciosas chispas de chocolate. – negó con la cabeza en señal de desaprobación.
Soltamos en sonoras risas que inundaron la habitación con un clima cálido.
Zenda tenía la mejor risa de todas, sin duda alguna, sería lo que más extrañaría de ella.
Mi risa paró al instante al pensar en eso. Zenda se dio cuenta de que estaba pensando en los días que me quedaban junto a ella y apretujó mi mano.
– No pienses en el futuro porque dejas de vivir el presente. – levantó mi barbilla para que pudiera verla a los ojos. – Y en tu presente sigo aquí, ¿no?
– Me resulta difícil creer que en unos días ya no te tendré... Es decir, incluso ya me he acostumbrado a tu aura y tu presencia en mi vida... – negué con la cabeza y jalé de mi cabello.
– Es lo de menos, tienes que seguir con tu vida... – sonrió y se quedó seria por un tiempo. – Te convertirás en un artista reconocido en Hallstatt... y encontrarás el amor.
– Lo pintas muy fácil, Zenda... pero no eres tú la que tendrá que superar al otro... – suspiré y observé sus ojos que ya no irradiaban felicidad sino preocupación.
Zenda se alejó de mí y mantenía sus ojos en los míos.
Tal vez había sido muy cruel, pero no iba a fingir que ese tipo de pensamientos no me había pasado ya por la cabeza.
– Dagon... – Zenda se trató de acercar pero retrocedí.
– No quiero tener esta plática... – desvié mi mirada de la suya. – No voy a desperdiciar el tiempo que me queda contigo en esto.
– Pero es algo de lo que tenemos que hablar. – insistió.
– Realmente no quiero hablar de eso. – suspiré y tomé el plato vacío. – Iré por más galletas.
Salí de la habitación sin dejar que Zenda reprochara y me dirigí a la cocina.
– Te esfuerzas en herirla con comentarios como esos. – una chica parada frente al marco de la puerta me observaba con los brazos cruzados.