La luz de las estrellas inundaba el cabello de Zenda incluso siendo tan oscuro, pero sus ojos habían perdido brillo y en ellos se había plantado la preocupación profunda, una de la que parecía no tener ninguna escapatoria.
Los cuerpos flotantes de sus hermana bajaban a medida que pasaba el tiempo y a mí parecía hacerme una eternidad inmensa.
Tomé la mano de la chica a mi lado y la apreté con fuerza. Zenda me miró y sonrió.
– Sea como sea que termine esto, quiero que sepas que es un honor el poder conocerte.–
confesó.
– Se supone que esa es mi línea, querida... – acerqué su cuerpo al mío y le di un beso lleno de sentimientos.– Si ya no tenemos tiempo... quiero decirte que jamás me olvidaré de ti.
Zenda abrió sus labios para hablar pero justo en ese momento un temblor inundó la tierra e interrumpió nuestro momento.
– Muy tierno de tu parte. – la voz de Calíope molestó en mis oídos.– Pero qué pena que ella no pueda decir lo mismo.
– ¿Qué hacen aquí?– preguntó Zenda sin muchos ánimos y haciendo como si Hylym y Lexie jamás hubieran bajado a avisarnos.
– Tu tiempo se acaba, cariño... Y Cronos pronto vendrá.– Calíope dio un paso al frente entre todas sus hermanas para llegar a encararse a Zenda.– He venido a darte una calurosa despedida de todas nosotras.
– Sé muy bien que tu corazón no es tan bueno.– respondió Zenda.– Dime qué haces aquí.
– ¿No me crees?– Calíope se hizo la ofendida.– Hermanita, es a lo que vine, te vamos a extrañar mucho.– extendió sus brazos para abrazarla pero Zenda se alejó.– Sin rencores, Zenda.
– ¿Sin rencores?– escupió Zenda con malicia.– ¿De verdad?
Calíope la observó sin una sonrisa y después la emitió.
– Supongo que lo menos que puedo hacer es ofrecerte una disculpa.– abrió sus labios aspirando aire y me observó.
– Ahórrate tus disculpas.– Zenda interrumpió su contacto visual conmigo y se acercó lo suficiente a su hermana.– Ya hiciste mucho.
– De verdad estoy arrepentida.– insistió Calíope sin expresión alguna.
– No te perdono.– respondió Zenda. Ahora que prestaba atención, Calíope no era tan alta y de hecho, todas eran de la misma estatura más o menos, por lo cual, Zenda no estaba intimidada.
– Ni siquiera en tu lecho de muerte puedes cerrar la boca.– susurró Calíope con desprecio pero por alguna razón todas sus hermanas se miraron entre sí y Aria fue la que frunció el ceño al escuchar cómo le hablaba a su hermana.
– Mi lecho de muerte no estaría tan cerca si tú te hubieras quedado quieta. – Zenda encaró a su hermana y demostró valentía.
– Querida, sea como sea ibas a morir, eso ya es penoso. – Calíope trataba de que Zenda se sintiera inferior o que simplemente se largara a llorar, pero esa hermosa chica no se dejaba intimidar ni por los mismos Dioses.
– ¿Sabes cuál es la diferencia, Calíope? – Zenda adoptaba una postura demasiado relajada y eso me hacía amarla aún más. – Que no le temo a morir si es por una buena causa, por alguien más que no sea yo, por alguien que probablemente lo necesita mucho más que yo... Alguien que no tiene un alma impura sino que, al contrario, ya conoce lo que fue el sufrimiento y por eso merece la felicidad de poder experimentar más cosas... – Zenda se giró para observarme. – Yo pude aprender lo que tenía que aprender, pero si mi tiempo ya terminó aquí, lo acepto... – se giró de vuelta a su hermana. – Y lo acepto por él. Yo no soy tan egoísta como tú, tu corazón solamente guarda rencor, ira hacia los demás... Lo único que buscas es que Cronos te ame más, pero tú no te esfuerzas por amarlo más... – Zenda sonrió. – Lamento decírtelo así, pero incluso aunque yo muera, él jamás va a llorar por ti como lo hará por mí. – Calíope rodó los ojos y observó su mano, pero sabía que en el fondo mi chica la estaba destrozando. – Y no va a llorar por mí porque me ame del todo, sino que sabe que no habrá un amor más puro que el que yo le tengo a Dagon, un amor que tú nunca podrás comprender... Morir por alguien que amas es un honor para mí.
– Muy bien. – Calíope habló como si hubiera ignorado todo lo que Zenda trataba de darle a entender. – Entonces voy a ayudarte a que pase.
La espalda de la mano de Calíope impactó en la mejilla de Zenda con un fulgor rojo impregnando su piel pálida; el impulso envió a Zenda para atrás y rodó por el pasto para después ponerse en pie con un rostro que reflejaba dolor.
Antes de que todo pudiera pasar, Zenda había susurrado en sueños que le dolía pelear contra los seres que más amaba, eso le destrozaba el corazón.
Calíope corrió la distancia que Zenda había recorrido por su golpe mientras mantenía su puño arriba, pero antes de que impactara la mano de Desa paró el golpe.