—¿Qué te pasa? —dijo Alex, alarmado, mientras trataba de ayudar a Charlotte a levantarse.
Ella tampoco tenía ni la menor idea de lo que sucedía, pero por un pequeño segundo, un pensamiento atravesó su cabeza: Paulina quizá no estaba tan equivocada. ¿Por qué? Aunque quizá sólo habría sido la comida o… ¿sus poderes? Se lo preguntó. Alex la apoyó en la fría acera a pocos pasos atrás, tratando de no temblar tanto.
—¿Teléfono? —preguntó Alex, mirando a su amiga.
—Bolsillo delantero…, a la d-derecha —se las arregló para decir.
El dolor comenzaba a invadir su cuello…, luego sus hombros hasta llegar a sus brazos y congelar sus dedos. No sentía nada. Se había desconectado del momento y, tan pronto como cerró los ojos, se encontró en un lugar extraño, solo.
—¿Hola? —dijo, asustada. Lo último que veía en su memoria era el farol de la calle que se apagaba poco a poco mientras sus dedos se desvanecían.
Entonces, una figura apareció en el suelo, mientras grandes gotas de lluvia mojaban un hermoso rostro, delicado y pálido. Con cuidado, se acercó lentamente a la figura, temiendo lo peor. ¿Debía hablarle? ¿Debía despertarla? Porque era… Sí, era una chica.
—¿Estás… bien? —preguntó, temerosa.
Un pequeño toque en el hombro de la otra chica bastó para que le tomara bruscamente de la muñeca a Charlotte, para que se asustara y sintiera el corazón al tope.
—¡Suéltame! —decía ella, sin conseguirlo.
—Libérame. —No era una respuesta, era una orden, simple y directa.
Charlotte se tomó su tiempo para tranquilizar las fuertes palpitaciones que sentía que le atravesaban el pecho. Tomó una última respiración antes de decir:
—¿De dónde?
—De… él.
Y antes de que pudiera darse la vuelta hacia donde la chica señalaba, sintió que algo la empujaba hacia afuera de ese raro sueño, algo que la obligaba a salir de ahí. No quería; tenía que saber quién era el que estaba detrás. Igual trató de buscar a la chica, que empezaba a desvanecerse en sus manos, en el suelo mojado.
—Char —susurró una voz lejana a su lado.
Poco a poco abrió los ojos, siendo cegada por la gran lámpara junto a su sofá… Su sofá… Casa. Estaba en casa. Una sensación parecida a la ebriedad llenó su cuerpo. Estaba en casa, a salvo, con Paulina y Alex. No, pero tenía que ir con la chica… ¿Qué chica? ¿A quién tenía que liberar?... Bueno, quién sabía.
—¿Mamá? —dijo apenas.
Pareció que Paulina respiró por primera vez en un rato largo.
—Estás bien —le dijo, más para sí misma que para su hija.
‣‣‣
Paulina esperó a que, al menos, se estabilizara un momento, dándole a su hija un vaso lleno de agua que esperó a que terminara para atacar con las preguntas:
—¿Qué pasó? ¿Sentiste… algo?
—Mamá, estoy bien —respondió Charlotte, tratando de no hablar tan fuerte para no producir más dolor de cabeza.
—La primera vez que le dije estoy bien a mi madre, estaba embarazada de ti.
—No estoy embarazada.
—No digo que lo estés, pero quizá es algo más.
Decidió limitarse a asentir con la cabeza para que no siguiera. Sólo quería dormir, tratar de recordar esa cosa tan importante que sentía como un hueco en la memoria.
—Quiero dormir —dijo simplemente, luego se levantó cuidadosamente del sofá.
—¿Quieres que me quede?
Claro, había olvidado que Alex estaba ahí.
—Tienes que ir a descansar. Lamento haberte dado problemas hoy —respondió Charlotte honestamente.
Pero él no quería irse… Debía asegurarse de que estuviera bien, de que su… mejor amiga estuviera bien.
Paulina sabía que quería quedarse, también lo conocía. Le hizo un gesto con la cabeza, indicando que podía quedarse en el sofá toda la noche. Lo único que tenía que hacer era enviar un mensaje a su padre.
‣‣‣
El sonido agudo de la alarma se oía en toda la habitación, distrayendo a Charlotte de su profundo sueño. Disgustada, lanzó el cobertor al suelo y se levantó de golpe. Y, por alguna razón extraña, se sentía… bien. Particularmente bien.
Enseguida se levantó de la cama y corrió escaleras abajo para ver si Paulina ya se había ido al trabajo y si podría despedirse de ella aún. Cuando llegó al último escalón, miró a su alrededor, sintiendo que algo andaba… mal, o quizá raro. Lo confirmó cuando se lanzó al sofá desde atrás y aterrizó encima de Alex.
—¡Auch! —dijo él, llevando una mano a su estómago mientras tomaba a Charlotte de la cintura para que no cayera al suelo—. ¿Qué te pasa?
—¿A mí? ¿Qué haces tú aquí? ¡Se supone que debes estar en tu cama todavía! —se defendió Charlotte.
Por un segundo, el toque de la mano de Alex se sintió como si hubiera estado ahí por mucho tiempo, pero en cuanto se movió un poco —acariciando un poco de más—, se dio cuenta de que ese roce no le pertenecía. Alex apartó la mano rápidamente del cuerpo de Charlotte mientras se alejaba, como si fuera algo tóxico, hacia el otro lado del sofá.
—Amm… Iré a… cambiarme —dijo Charlotte, sin saber a dónde moverse.
Aunque no quisiera admitirlo, ese pequeño roce de Alex en su cintura la había puesto nerviosa, haciéndola recordar una vez en la que caminó demasiado cerca de David como para que sus manos se rozaran… No, ¿por qué comparaba la situación con David? No tenía ningún sentido. No había… punto de comparación.
Pocos minutos después de que Charlotte subiera para cambiarse, Alex ya estaba listo para salir, junto a la puerta para cuando ella bajara… pero no lo hacía.