La Chica Que Soñaba Con Alcanzar Las Estrellas

Capítulo 8

Julie.

La vida se pasa volando cuándo estás rodeada de personas que hacen que tu día sea más llevadero, cuándo compartes momentos y no piensas ni en qué hora es, o si es demasiado tarde para continuar con lo que sea que estás haciendo.

Así se sienten las personas que no están aburridas, y no piensan en nada más que en disfrutar.

Bien, como he dicho así se deben de sentir. Porque ese verdaderamente no era mi caso.

Me encontraba más aburrida que una ostra en una caja de cristal. Tanto que hasta me había desmayado.

Por eso tuve que salir de mi casa para ir al instituto, me había llevado todo el día en la biblioteca, no había salido al patio a charlar con mis amigos habituales. Debia guardar reposo, y no se me ocurrió nada mejor que leer un libro.

Los libros nunca fueron lo mío. A penas le di oportunidad de que me gustasen, mi madre no era de esas madres que te obligaban a leer libros clásicos, ni siquiera. Eso sí, los libros que me mandaban en la escuela eran aburridisimos, a más no poder.

De ahí saqué mi odio hacia la lectura. Muchos deben pensar que estoy majareta, para cualquiera la lectura es una vía de escape para salir del mundo real, al menos durante unas horas.

Pero, yo era tan vaga que hasta pasar las páginas de un libro me costaba.

Hoy tenía cita con la doctora García. Estaba realmente frustrada. Le iba a pedir permiso para que me dejase asistir a las clases que daban abajo, en el que el señorito Joshua, como me gusta llamarle a partir de ahora, impartía clases de meditación, hacia estiramientos con el grupo y hablaban sobre la vida.

Y ahora más que nunca lo necesitaba. Me estaba volviendo loca, ya era un alivio haber vuelto a las clases. Pero, me voy a tener que poner al día con todas las asignaturas.

A veces pienso que mi madre controla mi destino. No se, para una cosa que se me daba bien; que ese era el baile por supuesto, de pronto va la vida y hace que me destroce la pierna haciendo aquello que amaba.

¿Pretenden que este feliz? Ahora es el momento en el que doy saltos de alegría. Ah no, perdonad.

Tengo la pierna casi rota. No puedo ni caminar, solo debo permanecer en reposo todo el mísero día, y bah, bah, blah.

Paparruchas.

Oh no. Siento que estoy perdiendo el norte. Ahora me quejo demasiado, ya lo hago hasta en mi cabeza.

Aunque que mejor lugar que este para quejarse, es cierto que se lo podría transmitir a los demás el como me siento.

Pero uno, no creo que me entiendan.

Y dos, sería considerada como la quejica de turno.

...

Volver a clases no fue tan duro como imaginé. Las chicas y los chicos de mi clase me pidieron firmar mi escayola en la pierna vendada. A lo que efectivamente, acepte.

Todos estaban ilusionados. Y yo me sentía famosa en aquel momento, hasta que recordé que mi pierna era la famosa, y no yo.

-Oye, Julie. Es una lástima que te dañaras la pierna. Bailabas tan bien...-dice Mackencie levantándose de su asiento tras haber sonado el timbre. -Espero que vuelvas algún día a la academia. Te echamos de menos.

Agacho la cabeza y mis ojos se empañan de agua.

-No pasa nada. Supongo que todo esto pasará pronto...

Una voz masculina me llama a mis espaldas.

-Julie-me volteo a verle. Es uno de mis mejores amigos, Ross. Hacia tiempo que no lo veía, diría que el tiempo que llevaba encerrada. Mi madre es tan sobreprotectora, que ni amigos chicos que me deja tener. -¿Cómo te encuentras?-pregunta dando un paso hacia delante.

Yo me limito a sonreír sin ganas.
-Estoy con la pierna rota, ¿tu que crees?-murmuro entre dientes para mí. Pero, parece que no lo suficiente porque logra oirme. -Recuperandome poco a poco, Ross. ¿Y tú?-pregunto dándole una calida sonrisa y una palmadita en su hombro.

Ross me mira con atención y sonríe.
-Mejor que nunca, porque ahora vuelvo a ver a mi mejor amiga mucho más seguido.-dice acercándose a mí para darme un abrazo. Dejo la muleta a un lado y se lo devuelvo. -¿Qué tal llevas lo de no poder bailar?

Frunzo el ceño y hablo

-Más o menos. Además, estoy teniendo a gente que me está ayudando a ver el lado positivo. -le comento volviendo a colocar mis manos sobre las muletas.

-Me alegro.

Le veo un poco incómodo. Tal vez sea por mi tono de voz tan agrio, a veces cuando estoy mal, se me nota tanto que me pongo borde.

-Oye, discúlpame. Creo que debo irme, debemos quedar pronto para ponernos al día. ¿Te vienes el sábado a mi casa?-pregunto sacando un tema de conversación.

El se sorprende por mi propuesta y me mira confuso. -¿A tu madre le parecerá bien? O me echará a rastras como la vez que nos quedamos estudiando en tu cuarto...-añade alzando una ceja, yo río por lo bajo al recordar la cara tan épica y descompuesta que se le quedó a mi madre.

En su defensa dire, que nos encontró en la habitación haciéndonos cosquillas el uno al otro y uno de los acabo montando encima.

La situación se vio confusa. Hasta mi abuela se podría haberlo pensado.

-Fue divertido. Mi madre creyó que estábamos juntos... -digo riendome de la situación.

-Creo que lo sigue haciendo. No es gracioso, para ella parece que no existen las amistades-espeta cruzándose de abrazos.

Asiento con la cabeza y le doy un codazo.

-Si, pero mi madre es demasiado sobreprotectora. Piensa que cualquier chico es una posible amenaza, de lastimar el corazón de su única y preciosa hija-digo remarcando la última frase imitando una voz rara y aguda.

Esta vez es Ross quien estalla a carcajadas y yo me uno a él.

-Y no la culpo, eres demasiado para cualquier chico. ¡Mirate!-dice alabandome. Yo me sonrojo involuntariamente, y hago un gesto con la mano indicándole que era exagerado.

-Te espero en mi casa el sábado. No quiero un no como respuesta le advierto y me voy de allí, apoyada a las muletas y cojeando con el pie malo.




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