Infierno Escarlata

Capítulo 43

—¡Vamos, carreando! —Se escuchó un golpe seco, como el de bolsas de harina siendo apiladas en el suelo.

El dolor no tardó en llegar.

Tobías alzó la vista, aún en el suelo, y pudo toparse con una sala a oscuras, fría como la noche y, por desgracia, repleta de elementos de tortura.

«Dios me ampare» pensó. Y al tornar su vista a un costado, se cruzó con una Nora sollozante que seguía retorciéndose de dolor.

No pudo evitar pensar en el daño que causó esa mujer en su vida, pero, a pesar del rencor que pudiera tenerle, tuvo piedad por un momento.

—Nos volvemos a cruzar —decía el viejo, dejando salir las lágrimas.

Nora lo miró con frenetismo.

—¡Por tu cu…! —Quiso reprocharle, pero Tobías tapó su boca.

—Basta de rencores… Nora —dijo él—, no habré de llevarme más enemigos a mi lecho de muerte, no cuando hay cosas más importantes que la vida de un sucio campesino.

La castaña se apoyó sobre sus brazos, quedando a la altura de él:

—Edith ha de estar viva, después de tantos años —agregó Tobías—. Quieren que la delatemos, pero por favor, mujer, no lo hagas.

—Esa bruja hubo arrebatado lo poco que nos mantenía unidos, ¡nos lo arrebató todo! —gritó, inmersa en cólera.

—Ella no —insistió el hombre—, sino la maldita ley y sus crueles ocurrencias. ¿Has de saber lo mucho que sufrió esa pequeña sin nuestro afecto? No hables, Nora, te lo suplico.

Nora vio los ojos del viejo, tan cargados de lágrimas que parecían caerse. Estaba demacrado, con ojeras y cabellos sucios. Se notaba cansado, pero no solo en físico, sino también en alma.

Igual que la vez en que lo conoció, tan inocente y dolido por la muerte de sus padres.

La mujer esbozó una mueca de culpa en su rostro.

—Tobí… —quiso decir, pero no pudo.

Alguien entraba a la habitación.

No tardaron en aparecer dos lacayos, y detrás de ellos el rey y la condesa. La frivolidad se sentía en el aire, como si la misma muerte entrara para llevarse algo preciado.

La vida, pero también la verdad.

—Bueno, bueno, bueno —enunció Octabious, parándose frente a los reclusos—. Seáis los dos bienvenidos a nuestra sala de confesiones.

—Piedad, por favor… pido piedad. —Se arrastraba Tobías cual rata, yendo a besarle los zapatos a su rey.

—Nada de piedad, viejo traidor —contestó Octabious, mirándolo desde arriba—. Vais a hablar, y si no, sentiréis lo mismo que vuestro pequeño retoño tiempo atrás.

El trotar de unos caballos retumbaba el suelo de Deimos. A lo lejos se veía una multitud unida, caminando rumbo al Reino del Norte con una sola misión.

Salvar a los padres de Edith.

Llevaban entre varias personas un tronco inmenso de árbol. Algo tramaban.

—Estamos a día y medio —dijo Milosh, cubriéndose el cuello con su manta—. ¿Llegaremos a tiempo, Rostislav?

—Podremos ganarlo y llegar cuanto antes si nos apresurarnos. ¡El rey no mata a primer aviso, demora en sacar información de sus reclusos! Recordad que busca a Edith.

Y cuando dijo eso, la pelirroja se sumergió en un trance.

No podía sacarse de la cabeza aquellos horrores y torturas. La sangre, los gritos y la risa maquiavélica de los monarcas eran recuerdos de un otoño añejado.

Sumándole a Alain y cuánto lo extrañaba, aquella mezcla de sentimientos parecía la formula exacta para un veneno mortal.

Empezó a pensar en muchas cosas.

«Soy alguien fuerte, y no hube resistido sus torturas» pensaba Edith «Tobías es débil, no habrá de aguantar mucho sin hablar»

La idea de que su madre fuera ejecutada no tenía mayor relevancia. No le interesaba, Nora jamás dio indicios de afinidad o aprecio. Pero su padre, su padre era otra cuestión.

—¡Vamos, avanzad! —gritó ella, saliendo de su limbo. Tensó las cuerdas y ordenó al caballo a que galopara más rápido.

Erriel iba en su regazo, atento a todo momento. La idea de llevarlo a las batallas era arriesgada, pero el zorro podía desenvolverse a la hora del ataque.

Ni el invierno, ni la noche, ni las fieras truncarían la chance de que Tobías saliera vivo del reino.

Y estaban dispuestos a darlo todo.

—Amigo, ¿estás listo para esto? —le preguntó Edith a Erriel, conectando miradas. El zorro emitió un chillido, demostrando hiperactividad.

El tiempo pasó lento, esos dos días de viaje fueron eternos. En el recorrido, la bermeja no pudo dejar de penar en Tobías y en cuánto deseaba verlo.

Cada paso que daba era un segundo más cerca de él, pero, internamente, Edith estaba convencida de que llegaría y lo vería muerto, desplomado en el piso.



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En el texto hay: fantasia, misterios, aventura epica

Editado: 20.07.2022

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