Luego de la impresión inicial, de la que tardé en recuperarme ya que aún no procesaba lo que me acababa de suceder, empecé a deambular por las calles sin tener algún destino definido, ni siquiera sabía exactamente que lugar era en el que acababa de caer y me limitaba a andar como un sonámbulo por ahí, sin rumbo fijo y sin saber donde enfocar mi vista, ya que miles…millones de cosas pasaban frente a mis ojos sin darles tiempo de captar casi nada. Todas las calles estaban repletas de personas que parecían apresuradas y que no parecían reparar en mi presencia, sólo eso me recordó, muy vagamente, a la ya familiar Londres.
Caminaba por una de las aceras mientras veía como por la carretera pasaban una y otra vez, zumbando eléctricamente de un lado a otro, unos autos peculiares como el que casi me había atropellado hacía poco, algunos tenían las mismas formas alargadas y parecían ser de por lo menos cuatro o seis plazas, otros eran bastante pequeños y no parecían tener espacio para más de dos personas, sin embargo todos obedecían a una curiosa estética, sus formas describían suaves curvas que fundían las capotas con el techo y los parachoques, dando la semejanza de las olas alzándose en el mar o las dunas en el desierto.
Caminaba junto a edificios de ladrillos blancos que, a plena vista desde donde estaba, daban la ilusión de ser como cualquier casa o edificio de cuatro plantas en cualquier ciudad europea, pero cuando alzabas la vista te topabas con que estaban cubiertas las paredes con mosaicos marrones de claro diseño floral, todo para acabar en la punta con unos tejados de cuatro aguas con los ángulos hacia afuera, lo que les daban la impresión de ser unas especies de cúpulas hechas de tejas de color azul, negro o blanco.
Pero el espectáculo mayor eran los edificios que se alzaban más allá de donde me encontraba, más altos de lo que me haya podido imaginar y con diseños arquitectónicos que, hasta ese momento, hubiese considerado simplemente imposibles. Estaba la curiosa torre del reloj de diseño piramidal, no era capaz en lo absoluto de entender cómo pudo llevarse a cabo un proyecto así, no podía creer que existiera un edificio con tal diseño; estaba el edificio semejante a una flor con los pétalos cerrados, en ellos se veían miles de farolas dispuestas en columnas circulares y que brillaban con varios cambios de tono, las columnas inferiores brillaban azules, luego verdes, luego rojas, luego purpuras, y así cambiaban al igual que las de las fila superiores, era un muy bonito espectáculo.
Caminé en esa dirección por unos kilómetros, aunque no llegué hasta allí, de hecho, cuando me daba la vuelta para tratar de ubicarme, me di cuenta de que había dejado atrás los edificios de muros blancos para fijarme en un espectáculo aún más singular, rieles que parecían hechos de cristal se alzaban y se curvaban sobre el suelo, ascendiendo hacia altas torres de metal plateado que se alzaban sobre mi cabeza, de diseño ondulante que dejaban suaves y marcadas concavidades. Por otro lado había también una especie de vía de monorraíl donde avanzaba, de manera lenta y perezosa, una especie de cabina redonda, parecía una bola de boliche gigante hecha de un cristal transparente, donde iban varias personas sentadas alrededor de un hombre que se encontraba de pie en el centro y que hacía ademanes con los brazos hacia todos lados, como si les señalara la ciudad alrededor al igual que haría cualquier guía turístico, que de hecho tenía toda la pinta de ser uno.
Seguía caminando con la vista fija en las curiosas imágenes que se mostraban ante mis asombrados ojos cuando de pronto escuché que alguien me gritaba a mis espaldas mientras me agarraba por el cuello de mi abrigo de piel por detrás, deteniéndome en el acto, justo en ese momento pasó frente a mi uno de los extraños automóviles que pasaba a toda velocidad a escasos metros de mí, zumbando como un abejorro, estuvo cerca de atropellarme.
Cuando me di la vuelta para ver a quien me había detenido no pude contener mi aún más creciente sorpresa. La persona era una mujer alta, de tez blanca cual la leche cuyo cutis brillaba ante la luz como la porcelana ante una lámpara encendida, vestía con una gabardina blanca que estaba cerrada desde el cuello con unos botones negros que parecían hechos de obsidiana, tenía el cabello largo y ondulado, de un color morado, pero más me sorprendieron sus ojos, eran de un color magenta y tenían un brillo peculiar, era parecido al brillo penetrante en los ojos de…
Del profesor Alfredson.
-La próxima vez, espera a que cambie la luz – me dijo ella severamente mientras me amenazaba con el dedo y luego señalaba con el mismo hacia arriba.
Seguí la dirección de su dedo y vi, en la dirección en la que señalaba, tres lámparas en forma de lágrima dispuestas sobre un borde de metal blanco, una de las lámparas estaba encendida, emitiendo una luz roja.
Luego ésta se apagó y se encendió la que tenía al lado, ésta brillaba amarilla, y después se apagó ésta y se encendió la que tenía al lado, con una luz azul. La mujer que me había reprendido se fue caminando frente a mí, al igual que un montón de gente en la cual no había prestado atención y que parecían estar esperando a que la luz cambiase.