Cruzamos varias calles hasta que, tras algunas vueltas a pie, llegamos hasta el porche de la casa.
Era una bonita estructura construida con una especie de mármol blanco que aún era bastante visible gracias a las lámparas dispuestas en la acera. La fachada estaba ornamentada con unos agradables grabados que representaban bellas imágenes de delfines y aves que parecían nadar y volar libremente y sin impedimentos.
Un arco de entrada sobresalía frente a la fachada, dando inicio a una pequeña valla que separaba la casa de la calle, no era más que una bella estructura de mármol blanco cuyos apoyos estaban coronados de una especie de hiedra cuyas hojas exhibían unas bonitas flores, cuyos pétalos pasaban de un color violeta oscuro a un blanco lechoso a medida que se acercaba al corazón de la flor, el arco estaba igualmente grabado con imágenes de delfines que protegían nadaban a lo largo de la parte superior del arco, la cual era de bordes plateados, al igual que las imágenes eran del mismo color, era como si los hubiesen grabado en plata sobre el mármol blanco.
-Bonita ¿no…? – preguntó mi compañera al verme contemplar la fachada de su casa, al parecer estaba obviamente embelesado (¡cuando no!) por la imagen que tenía ante mis ojos – la compró mi padre cuando obtuvo su puesto como Director Curador del Archivo Metropolitano.
En ese momento una idea cruzó mi cabeza, al parecer el padre de ella era alguien importante o, por lo menos, su trabajo era importante, ya que la lógica me decía que no cualquiera podría costear una casa así.
Ella se adelantó y cruzó el arco de entrada, luego se dio la vuelta y me hizo una seña para que la siguiese. Lo hice, pasé por debajo del arco de entrada y vi lo que ocultaba éste y la valla que separaba la casa de la acera, aunque igual no sabía qué era un Director Curador o a qué se refería con lo de Archivo Metropolitano.
Tras la valla había un pequeño jardín lleno de curiosas plantas que exhibían frutos y flores de todos los colores y formas, unas eran verdes, otras amarillas, otras azules, vi una planta de flores color magenta y un árbol que daba unos frutos de color violeta y naranja, era un espectáculo curioso, aunque también era increíblemente bello.
Seguía observando extasiado el curioso jardín cuando de pronto mi acompañante me habló, obligándome a desviar mi atención.
-Al parecer mi padre no está en casa – fue lo que me dijo – lo he revisado en el Registrador de Entrada, ha salido y aún no ha vuelto…o al menos no ha usado la puerta principal – agregó mientras asomaba una sonrisa en los labios.
No fui capaz de entender la broma, en su lugar, y de forma estúpida, se me ocurrió preguntar.
-¿Registrador de Entrada?
Ella por un segundo pareció confundida, hasta que empezó a reírse mientras se llevaba una mano al rostro, tampoco entendí que era lo que ella veía que fuera tan gracioso.
-Olvídalo – dijo haciendo un ademán con la mano, restándole importancia a lo que había ocurrido – mejor será que entres, no es bueno que te mantengas a la vista, y además adentro está más caliente.
Avanzamos hasta llegar ante la puerta de la casa, estaba echa de madera negra y tenía pintada vides blancas sin frutos, en su lugar exhibían unas flores blancas que brotaban a todo lo largo de las plantas. El picaporte tenía una forma bastante peculiar, se ubicaba en el centro de la puerta y la perilla tenía una forma alargada, como si hubiesen tomado uno de los picaportes que yo conocía y lo hubiesen alargado hasta parecer una especie de manija gruesa, aunque también tenía un aspecto un poco aplastado, parecía como si unos dedos la hubiesen aplastado y le hubieran dejado la marca de ellos [1], la puerta carecía de cerradura debajo del picaporte, en su lugar había un pequeño bombillo sobre una especie de cajita plateada, el bombillo emitía una lucecita verde de forma continua.
Mi acompañante sacó una especie de placa, como las que llevan los policías de Londres en sus cascos, y la acercó a la lucecita, la luz titiló, volviéndose por un segundo azul, la caja emitió un sonido que pareció un chapoteo eléctrico, y volvió a ser verde mientras la puerta sonaba por dentro, como si se descorriera una tranca.
Ella guardó la placa en su abrigo, giró el picaporte y abrió la puerta de su casa, yo entré detrás de ella. La casa estaba por dentro a oscuras, ella encendió las luces y pude ver el salón de entrada, adornado con tapices rojos con plumas pintadas de color dorado, había una puerta al fondo y otra en la pared contigua hacia la derecha, además de una escalera a la izquierda que describía un arco a medida que ascendía a la segunda planta. Ella me condujo por allí y, luego de subir la segunda planta, llegamos hasta su habitación.