9:04 p.m. — El campamento se rompe
El aire olía a sangre, a ceniza y a miedo.
Las ramas del bosque crujían bajo pisadas invisibles, pero nadie tenía tiempo para mirar.
Héctor había llevado a Melissa hasta la mesa plegable con sus propios brazos, la sangre aún caliente empapando su camiseta mientras la acomodaba con desesperación.
—¡Samantha! —gritó—. ¡Busca algo! ¡Lo que sea para presionar la herida!
Samantha, aún en shock, con las manos temblorosas y la respiración entrecortada, corrió hacia las mochilas. Tomó la primera camisa que vio —una sudadera vieja de Jordan— y volvió corriendo, arrodillándose junto a la mesa mientras sus lágrimas caían sobre el rostro empapado de su amiga.
—¡Aguanta, Meli! ¡Aguanta! —dijo, mientras presionaba con fuerza el cuello de Melissa, envolviendo la tela con ambas manos—. Estás bien, estás a salvo… ya pasó… ya pasó…
Melissa no podía hablar. Sus ojos abiertos, aterrados, la miraban como si fueran los últimos rostros que vería en su vida. Su mandíbula temblaba sin emitir palabra. Tenía las pupilas dilatadas, el cuerpo en tensión, la sangre corriéndole por la garganta como una fuente rota.
Nickole ayudaba a Estefani a caminar, tomándola por la cintura.
—Vamos, siéntate… tranquila… te tengo.
Pero Estefani, a pesar del dolor de la mordida en su pierna, no dejaba de respirar agitada, furiosa.
Se sentó de golpe en el tronco junto al fuego y se sostuvo la cabeza con ambas manos.
—¡Carajo! ¡Debiste llegar antes! —le gritó a Marcus, que se acercaba aún con el pecho desnudo, manchado de sangre y tierra—. ¡Eso no le hubiera pasado si no hubieran estado… si no hubieran estado…!
—¡Lo sé! —respondió Marcus, la voz ronca, la cara desencajada—. ¡Lo sé, mierda! ¡Pero no lo vi venir!
—¡Claro que no lo viste venir! —Estefani gritó, la rabia mezclándose con la impotencia—. Porque estabas con ella… con Nickole… jodiendo en la tienda mientras ella… ella…
Se quedó sin voz. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Apoyó la cabeza sobre sus propias rodillas y comenzó a llorar.
Héctor no dijo nada. Seguía presionando la herida de Melissa con sus propias manos, ayudando a Samantha a sujetar el vendaje improvisado.
—Meli… —susurró Samantha, tomándola de la mano, sus dedos temblorosos cubiertos de sangre—. Todo va a estar bien… ya vamos camino al hospital… sólo quédate conmigo, ¿sí?
Melissa la miró… y sonrió. Una sonrisa tan leve, tan rota, que le partió el alma a todos los presentes.
Nickole, al ver aquello, no aguantó más. Se tapó la boca con una mano… y las lágrimas comenzaron a brotar. Cayó de rodillas junto a la mesa, sin poder dejar de mirar los ojos de Melissa, tan llenos de terror, tan… humanos.
—No… no, no, no… tú no, Meli —susurró entre sollozos—. No tú…
9:11 p.m. — Subiendo a la camioneta de Estefani
Marcus abrió la puerta trasera de la camioneta a toda prisa.
—¡Rápido, ayúdenme a subirla!
Héctor tomó a Melissa en brazos con cuidado, aunque sabía que cualquier movimiento podía empeorarla. Aun así, no dudó.
Samantha, con los ojos hinchados, no soltó la mano de su amiga en ningún momento. Subió al asiento trasero con ella, sentándose detrás de Héctor, que se puso al volante.
Nickole ayudó a subir a Estefani al otro lado. Aun cojeando, Estefani se mordía los labios para no gritar. Su herida en la pierna sangraba más de lo esperado.
Ya dentro, el silencio reinó por unos segundos.
Y entonces…
un rugido lejano.
Grave. Animal. Humano.
Pero no… no era humano. No del todo.
Marcus levantó la cabeza como si lo reconociera. Miró a Héctor.
—Eso fue igual al del supermercado… ¿recuerdas?
Héctor no respondió. Sus manos estaban tensas en el volante.
Nickole, sentada junto a Estefani, miró a Marcus con ojos grandes.
—¿Crees que… es lo mismo?
Marcus bajó la cabeza.
—No lo sé… no lo sé. Pero no estaba… no estaba vivo. O no como debería.
9:15 p.m. — Dentro del auto, camino al hospital
Samantha, aún presionando el vendaje en el cuello de Melissa, sacó su celular.
—Voy a llamar a la policía… —dijo, con voz desesperada—. Y a Nick, ¡tengo que avisarles!
Marcó.
Nada.
Marcó de nuevo.
Nada.
Gritó.
—¡¿POR QUÉ NO CONTESTAN?! ¡MI AMIGA SE ESTÁ MURIENDO Y NO RESPONDEN! ¡MALDITOS!
Nickole le tomó la mano.
—Shh… Sam… lo sé, lo sé… estoy contigo.
Entonces, mientras las lágrimas le caían por las mejillas, Samantha volvió a marcar. Esta vez, a Nick.
Ring… ring… click.
—¿Hola? ¿Qué pasa, Samantha?
La voz de Nick desde el otro lado fue como un ancla.
Samantha tardó en responder. Su boca se abrió, pero no salía sonido.
Y entonces… se quebró.
—Nick… es Melissa —susurró, rota—. La hirieron… está… está muriendo… ¡apareció un hombre! ¡Nos atacó! ¡No sé por qué, no lo entiendo!
—¿QUÉ? —gritó Nick—. ¿Dónde carajos estaban Marcus y Héctor? ¡Ellos se quedaron a cuidarlas! ¡¿Dónde estaban?!
Marcus, sentado en el asiento del copiloto junto a Héctor, tragó saliva.
Sabía lo que tenía que decir… pero no sabía cómo.
Tomó el teléfono.
—Nick… sólo estábamos hablando. En la tienda de campaña de Héctor… escuchamos un ruido…
—¡Distraído con Nickole, cierto?! —lo interrumpió Nick, gritando—. ¡Ustedes debieron estar cuidando a las chicas! ¡A TODAS!
Marcus, también estallando, respondió:
—¡¿Y cómo carajos iba a saber que un demente iba a aparecer de la nada?! ¡No soy adivino!