La tenue luz del sol mañanero se cuela por las persianas, dándome un sutil aviso de que es hora de despertar. Mis ojos se abren lentamente, todo parece estar en orden, menos mis pensamientos, ellos están revueltos. Miro de reojo nuevamente la habitación tratando de identificar donde carajos estoy, pero el solo intento de pensar hace que en mi cabeza explote en mil estallidos de dolor.
Reconozco este síntoma, son los efectos secundarios de una noche pasada de tragos, que se traduce en una vil resaca. Realmente no recuerdo cuando fue la última vez que me pegué semejante borrachera.
Estiro la mano hasta una mesita que ubico cerca de la cama en busca de mi teléfono, pero todo lo que encuentro es una tarjeta con el nombre del hotel en ella, más un mini directorio telefónico; el nombre que registra en ella hace que me ponga de inmediato en alerta, sentándome sobre el borde de la cama.
«¡Eché! ¿Pero que es esta vaina? si mal no recuerdo este ni siquiera es el hotel donde me hospedaba junto la banda».
De inmediato, pego un brinco, llena de nervios camino por la estancia, tratando de recordar algo que me ayude a ubicarme sin mayor éxito; me tranquilizo al notar que de momento estoy sola, quizá no hice ninguna locura. Al menos no estoy desnuda ni nada parecido, mi ropa sigue en su lugar.
Veo un sofá a unos cuantos metros, doy un par de pasos hacia allá, pero me detengo al visualizar mi teléfono justo al lado del televisor.
Prácticamente corro para alcanzarlo y apenas lo desbloqueo recibo cientos de mensajes; algunos son de Méndez recordándonos un par de reglas, otros de René quien, intentando parecer casual, pregunta por Domingo, lo cual me parece muy extraño, pero lo dejo pasar. Me percato de que son pasadas las tres de la tarde —no tan temprano como pensaba—, decido llamar a mi mejor amigo; él podría darme algunas respuestas.
Gracias a Dios me contesta a la segunda timbrada.
—Aló —escucho su voz animada al otro lado de la línea—, hasta que por fin la doña se digna a reportarse. Te he estado mandando mensajes todo él bendito día.
—Dom, no sé dónde estoy y siento como si me llevara el chanfle —respondo ignorando sus cuestionamientos—. ¿Qué pasó anoche? Creo me encuentro en un hotel llamado la estancia y según recuerdo no nos hospedábamos ahí.
Como debí suponerlo solo escucho risas del otro lado.
—No es chistoso, Domingo.
—Claro que sí, reina, es que solo con escuchar tu voz sé que te metiste cule de chapetera —dice riendo nuevamente—, pero no te preocupes nos estamos quedando aquí ahora. Por si no lo recuerdas, Méndez nos cambió de lugar —agrega haciendo una pausa—. Tahiel para variar se encargó de tu cuidado anoche, debió arrastrarte hasta tu habitación. ¿Acaso te hizo algo? Bueno, algo que tú no quisieras.
Del otro lado se escuchan más carcajadas, decido ignorar su ultimo comentario, mi cabeza ahora no me da ni para enojarme por sus bromas.
—Si tú estabas conmigo en la discoteca anoche ¿por qué te escuchas tan enérgico, mientras yo siento que muero? Además, ¿Tahiel?
—¡Epale! Si es que la doña no recuerda nada. Mira Soledad, tú sabes que la experiencia no se improvisa, y yo en tragos te llevo años luz. Ahora mismo estoy bajando por un café que este jodido frio me está consumiendo, de paso te compro algún levanta muertos para cruda y te llevo algo de comer; así te cuento todo en tu habitación. ¡Ah, se me olvidaba! También tengo tu maleta.
—Aja sí, y ¿cómo carajos sabes dónde estoy? Además, René está preguntándome por ti; que vaina más rara hombre.
—Méndez nos envió un correo con las habitaciones de todos, ese hombre lo planea todo. No te preocupes por René, solo el diablo sabe ahora para qué me necesita. Tú ignórala —comenta con una voz inusual—. En todo caso nos vemos en unos veinte minutos cariño.
—Dale, supongo que nos vemos luego, besos.
Mi ánimo cambia un poco, siento más tranquilidad después de hablar con mi amigo y confirmar que todo está, pues como debería estar. Camino hacia la puerta, para ver qué tan deprimente es mi apariencia actual y me percato en el camino, que en el sofá hay un revoltillo de almohadas y sabanas, al parecer en medio de mi borrachera las puse ahí.
No alcanzo a llegar hasta el espejo, una acidez viscosa trepa por mi garganta ocasionando que corra hasta el baño. Alcanzo a llegar hasta el inodoro y quedo expectante a lo que creo es una falsa alarma, pero la creencia no me dura mucho, con una sola arcada mi cuerpo comienza a rechazar y vaciar los restos de alcohol en mí. Una sensación de ardor se queda en mi garganta, tengo que limpiarme con el dorso de la mano para luego descargar de inmediato el sanitario, puedo ser muy médica y todo lo que quiera, pero ver y oler el vómito me aumenta las náuseas.
Sin pensarlo dos veces me meto a darme un baño, no soporto mi olor corporal, del que sobresalen los estragos de una rumba salvaje de la que poco o nada puedo recordar. Ingreso a la ducha con la intención de que el agua refresque mi aspecto y mente, las gotas tibias caen renovando mis fuerzas, mientras a su vez arrastran toda evidencia de una noche loca. Me llegan retazos de memorias; una competencia de tragos, mis mejillas arden ante los aparentes recuerdos de un baile demasiado sexy con y propiciado por René, esa jodida loca. Mientras enjabono mi piel, trato de hacer un esfuerzo adicional, pero el tintineo de dolor vuelve a hacer presencia; definitivamente necesito comer algo liviano e hidratarme.