La clave de Sol

15. Con Amore

 

De chiquilín, algo que nunca supe entender me empujaba sin piedad todas las noches al mismo sueño. Soñaba que iba en un bondi con mis papás y que ellos se bajaban sin que me diera cuenta, dejándome arriba del colectivo y sin saber cómo bajar.

A veces recurro a esa imagen y encuentro en ella la metáfora perfecta para interpretar mi vida: estoy en este enorme viaje que es la fama, mis viejos no van conmigo, todos los que me quieren me miran desde la vereda porque no pueden acompañarme arriba del micro, y quienes sí me rodean son gente que está trabajando, la mayoría de ellos desconocidos. ¿Cuánto vale para mí encontrar una mano de la cual agarrarme cuando llegue la hora de andar este viaje solitario y cansino? Mucho. Tal vez demasiado.

Quizás por eso siempre trato de elegir bien de quién enamorarme. No me faltan candidatas, las fans están algo locas; pero ¿cuántas de ellas van a seguir ahí si decido tocar timbre y bajar del bondi? ¿Cuántas siquiera subirían si de pronto notaran que no me alcanza ni el saldo de la tarjeta para pagar el boleto?

Quizá por eso a estas alturas tengo miedo de estar enamorándome de Soledad. Tengo miedo de haber sentido que ella estaba en el mismo viaje, con la misma carga que yo, y que encima me vio dolido y decidió darme la mano. Soy un poco nene en estas cosas, me cuesta no ilusionarme y mandarme con todo a la primera.

Quizás es por eso que cuando volvíamos de la gira me costó un poco dejarla ir con Mingo a tomar un café solos a pesar de que se re notaba que el flaco estaba mal. Tuve esa horrible sensación de que si le doy mucha cuerda se me escapa, y aunque sé que no es verdad, que son sólo mis miedos materializándose e intentando tomar el control, es difícil no sentirme así por lo mucho que me gusta. La veo y ya me imaginé la casa, el auto, los nenes y el perro. No les voy a poner nombre, no estoy tan loco, pero quiero. Porque si no me tirara a la pileta de cabeza y sin mirar si hay agua o sólo pintaron el suelo de azul, no sería yo.

Igual, es lindo lo que tiene ella con Domingo. Yo también insistí en que viajara junto a él, que conversaran, ¿por qué iba a dejar que me afectara tanto ahora que llegamos a Buenos Aires? Aunque la verdad, esperaba que pasáramos toda la tarde juntos, es cierto, pero ella fue razonable al mostrarme que a él le hacía más falta su compañía, que tenía que estar con su amigo e ignorar los zarpazos del moreno que intentaba casi desesperadamente mantener esa sonrisa suya e invitarnos a andar a solas a nosotros.

Lo que no me esperaba, eso sí, fue lo que me planteó en el momento en que le dije:

—Cuidámelo a Domingo, ¡pero sin andar dándole besitos!

—¿Por qué, te me vas a poner celoso ahora?

—Tal vez.

—Tahiel... —Su voz se cargó de pena, como una niña buena a la que le están pidiendo decir palabrotas—, lo que tú y yo tenemos es lindo, pero no finjamos que es un contrato de exclusividad. —Me quedé mirándola sin saber cómo reaccionar buscando algún mensaje oculto en sus palabras, lo que la motivó a proseguir con algo que evidentemente había estado meditando más de lo que yo hubiera esperado—. Tú tienes tus fans, tu imagen pública y tus giras. ¿Dónde podría entrar alguien como yo en todo eso?

—Donde quieras. Somos libres.

—No lo somos. Mira, es lindo que disfrutemos algo juntos y si puede durar un buen rato pues, bueno al final nadie sabe. Pero sé que debo protegerme, no puedo esperar algo eterno contigo. Porque, ajá, siquiera pretender fidelidad de una estrella de rock se me hace muy tonto, y yo no pienso andarme engañando otra vez. Hombre, mi corazón no da para tanto.

—¡Yo no soy de esos tipos que engañan! —reclamé intentando no sonar infantil—. Tengo valores.

—Yo no he dicho que no los tengas. Mientras seas el cantante de Los Zorzales, lo serás para el público, para la prensa, para todos. Créeme, así es mejor.

Me quedé callado mientras me besaba con ternura y prisa para luego irse sabiendo que entre lo que teníamos y la nada misma, la única diferencia era un poco de piel. No creía que ella realmente fuera a andar besuqueándose con Domingo, ni siquiera me la imaginaba yendo ahora mismo a conocer a otro tipo, pero lo que me acababa de decir me dejó helado, no porque me doliera que lo pensara, sino porque en cierto modo tenía razón: aunque yo no la engañaba ni lo haría, miles de reporteros jurarían lo contrario ante un panteón de dioses con tal de tener una nota. No hay paz al lado de Tahiel, la estrella.

Caminé por las calles de Buenos Aires entristecido porque, con Sol o con quien fuera, nunca tendría paz mientras siguiera subido a este micro. Bajarme ahora tampoco era una opción, la fama es una gran negociante; siempre exige mucho más de lo que entrega.

Había un sólo lugar al cual escapar cuando las cosas se ponían medio pesadas y ese era la casa de mis viejos, así que pedí un coche y partí rumbo al encuentro con quienes me dieron la vida para contarles cómo me fue, cómo la gente que maneja mi carrera —por no decir mi vida— esperaba que me fuera de ahora en más, y también cómo me sentía con todo eso.

Era temprano y yo seguía afectado por el viaje, por el estrés y por la abstinencia de drogas a la que me estaba sometiendo con ayuda de Sol, así que al llegar no esperaba encontrarme a nadie despierto. Grande fue mi sorpresa cuando la vieja se asomó por la puerta cuando mis llaves la hicieron rechinar.



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En el texto hay: romance, drama, musica y romance

Editado: 26.11.2020

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