Los aplausos de los invitados a la celebración inundan la sala, Cielo, a mi lado, ríe a carcajadas mientras se remueve inquieta en los brazos de su padre para después, inflar sus redondos cachetes tal como si ella fuese el lobo feroz atacando la cabaña de los tres cerditos, para enseguida soltar finalmente todo el aire contenido con una gran exhalación apagando la vela que está sobre el pastel de cumpleaños; causando que en mis brazos, River al ver que su hermana se le ha adelantado con tal hazaña empiece a sollozar.
—No llores, mi amor —le susurro dejando un sonoro beso en sus cachetes—, ahora vienes tú.
Mi hermoso bebé, me mira incrédulo con sus hermosos ojos cristalinos cargados de lágrimas que amenazan con salir a raudales, mientras señala a su hermana estirando hacia ella sus manos acusadoras.
—Celo, pam-pam —riñe golpeando el dorso de su mano derecha.
Ante el reclamo, Cielo, empieza a hacerle mofas a su hermano mostrándole la lengua, provocando que este se moleste aún más haciendo pucheros y cruzándose de brazos. Me apresuro a encender la vela con forma de número dos, mientras le hago señas a mi esposo para que aparte a la nena lo más lejos posible de la mesa, para que así no vuelva a apagarla. Para mi alivio, él comprende mis gestos y da un par de pasos atrás.
Todos los asistentes a la fiesta ríen ante la escena y cuando por fin River logra apagar la llama, los aplausos vuelven a resonar fuertes en la estancia, ocasionando que mi hijo, ahora feliz se una a ellos con sus palmitas. Las fotos familiares se convierten en otra travesía, mis mellizos están en esa etapa donde no se quedan quietos en un solo lugar. Ahora, con esfuerzo balbucean un par de oraciones, pero sé que de ahora en un tiempo empezarán a hablar hasta por los codos.
No quiero ni imaginarlo.
Para la siguiente foto, con mi pareja hacemos un intercambio para que cada uno pueda tener una fotografía con ambos bebés. Dentro de mi, sé que, en realidad deseo capturar cada momento por si algún día mi mente me falla y vuelvo a olvidar. No quiero regresar a esos días oscuros, de los que gracias a Dios no tengo memoria, pero sí, la lejana y devastadora sensación de perdida. Han sido un poco mas de dieciocho meses de continuo trabajo con terapia física y psicológica para recuperarme del trauma que dejó todo aquello que no podía recordar, pero aun así logra atormentarme. Han sido casi dos años y medio de travesía.
Un suave besito en mi frente me extrae del enredo que son mis cavilaciones, es Cielo sonriéndome con sus ojos claros brillando y su mata de rizos castaños desordenada. El flash de la cámara nos toma a ambas por sorpresa, causando que ni hija sonría para la siguiente foto.
—Tú eres mi niña traviesa y bonita —digo presionando con un dedo su nariz—, no hagas enojar más a River, por favor.
—¡No! —responde enérgica entre risas, últimamente esa simple palabra se ha vuelto su favorita.
Un jalón en mi vestido me obliga a mirar hacia abajo, el gran culpable es River quien eleva sus brazos hacia mí, abriendo y cerrando repetidamente las palmas de sus manos, pidiéndome que lo cargue también. Me agacho un poco y lo alzo con mi mano libre, usando las pocas fuerzas que me quedan; pues, la conocida sensación de fatiga ha empezado a hacer presencia en mi cuerpo. Cuando logro ponerme en pie, el padre de mis hijos me envuelve con un abrazo para luego depositar un beso en mi mejilla. El fotógrafo aprovecha y captura la espontánea situación familiar. Pronto, ante el peso de mis niños, mis brazos se agarrotan, así que me veo obligada a bajarlos de inmediato.
—¡Vamos por dulces! —dice mi esposo en busca de retornar al animo festivo de la celebración.
En respuesta a su propuesta, los chillidos de felicidad de los demás niños se hacen escuchar con fuerza, los míos se van agarrados cada uno de la manos de su padre dando pequeños saltitos de alegría. Al verlos a los tres, no puedo evitar sentir una rara mezcla de sentimientos, pero sobre todo agradecimiento, porque tuve la oportunidad de seguir con vida, luchando contra todos los malos pronósticos médicos, para tener la oportunidad de disfrutar al máximo cada instante al lado de ellos, de mi familia.
—¿Cómo está la virreina de la casa? —dice mi padre acercándose con los brazos abiertos para darme un abrazo—. Porque ajá, tu sabes; la reina ahora es Cielo y el rey de los pollitos es River. ¿Dónde están los pedazos de pelaos' esos pa' levantarlos a besos?
—Están asaltando la mesa de dulces con el papá —digo señalando tras de mi—, ¿donde esta mamá?
—Alegría, está cotorreando por ahí con tus tías. Ya tú sabes cómo es tu madre, cree que se debe despedir de media Barranquilla solo porque nos mudaremos con ustedes a Bogotá.
—No saben los feliz que me hace tenerlos allá, le va a encantar el departamento que les compramos. Así, tienen su propio espacio cerca de nosotros.
—No se mija', ese frío a mi no me convence mucho.
—¡Ay pa'! ni creas que te vas a echar para atrás. De verdad que los extraño demasiado, la primera vez que estuve lejos de ustedes, bueno ya sabes como terminó.
—Ni lo menciones delante de tu madre, que se nos pone mal. Perdimos a Macarena y tú te nos salvaste por un pelo mija', esa presentación del libro de tu esposo en Argentina fue una verdadera tragedia.