¿Recuerdas aquellos pobres desgraciados y desgraciadas haciendo de cada conciencia perpetuación de todo lo lamentable, de todo lo negro? ¿Te recuerdas entre ellos? ¿Recuerdas mientras escuchabas la carcajada demente de la hiena haciéndote valer bajo esa extraña disciplina de cadáver? ¿O acaso incluso olvidaste que una vez fue tu propia cabeza y no la de Anne Sexton o la de Leopoldo María Panero la que los enanos se jugaron a los dados, la que los enanos se disputaron como si se tratase de su propia razón y no la cordura de otro la que estuviese en juego?