La Cofradía Del Hombre Muerto.

Prologo

La vieja puerta se abrió con un sordo sonido, balanceándose ruidosa y trémulamente entre el establecimiento y el gélido exterior; era un día flojo, largo y oscuro, como muchos otros en Irsa.

En el último ciclo de traslación, la enorme beta de Lhagran había decrecido a un ritmo incesante hacia el colapso y la compañía minera abandonó el planeta, sólo algunos soñadores se mantenían cerca para mendigar las últimas migajas de aquél mineral, yo los conocía a todos ellos; y fue justamente aquel desconocido y enérgico retumbo de pisadas decididas, lo que me hizo levantar la mirada.

En el comedor, la calefacción funcionaba a marchas forzadas en un parco intento por mantenernos cálidos; la temporada parecía haber recrudecido, la ventisca soplaba desde el norte barriendo todo aquello que encontraba a su paso, con el tiempo inclemente no era un buen momento para adentrarse a una larga jornada de extracciones; por lo tanto, las mesas del camaleón mecánico se encontraban vacías y los asientos, plegados.

La silueta alta y robusta que se movía directamente hacia mí, destacaba contra ese recuadro solitario; sus formas quedaban veladas detrás de una enorme capa térmica, únicamente el brillo de sus penetrantes ojos rojizos emanaba de la oscuridad que resguardaba su rosto, escondido en una exuberante capucha.

Estreché la mirada y me erguí, una reacción automática más que oportuna. El silencio era una frágil barrera que trepidaba bajo el soberbio avance del extraño. Una figura imponente, desafiante, destilando poderío; algo que en mi vida había conocido, sin embargo, encontré en aquel viajero y su forma peculiar de moverse, una presencia inmensamente familiar; más aún después de que se dejó caer sobre el asiento apostado frente a la barra.

El sabor de las especias llenaba el lugar, ricos aromas picantes, dulces y fuertes, esencias del hogar, todo para que nuestros clientes repitieran una y otra vez al sentirse en casa. En la cocina, que podía apreciarse desde una ventana situada en el muro a mi espalda, Nessa era la maestra del orden, la alquimista de los alimentos; yo, una simple ayudante de cocina que doblaba turnos como mesera, un ser más que secundario en un territorio para aventureros y soñadores. Para mí, un lugar familiar más no un hogar; no obstante, todo mi mundo conocido. Por ello, tratar de identificar la franca actitud de orgullo deliberado en aquel desconocido me resultaba de cierta manera cargante.

Tomé uno de los menús y con un suave movimiento lo deslicé hacia él sobre la barra de metal. El ser fijó la mirada en el panfleto cristalino siguiendo la marcada ruta de mi desplazamiento, con un escrutinio tal, que me heló la sangre; colocó ambos brazos sobre la barra y cogió la pequeña estructura transparente con sus delgadas y largas manos enguantadas, una característica disonante con todo lo que él representaba.

Lo observé estudiar la oferta con dilación, al término, bajó delicadamente la capucha, revelando un rostro pálido y escuálido que destacaba una exuberante mandíbula dentada. Un Sthuirciano se encontraba frente a mí. Entes letales y escurridizos, los favoritos del Ha-Shir; sus asesinos de elite. Esbocé una sonrisa ingenua, la impresión iba más allá de mi buen juicio, él ser ante mí, era algo glorioso como terrible de admirar.

Mi pequeña habitación en el segundo piso del local, estaba atestada de enciclopedias que trataban sobre todos los seres conocidos del universo, dichos papiros y encuadernados con ilustraciones habían llegado a mí con el pasar de los años, la mayoría venidos como regalos de Nessa. En mi limitado mundo conocido, esos escritos eran mi más preciado tesoro, por lo tanto, mi conocimiento sobre especies era basto y hasta cierto punto obsesivo.

― ¿Listo para ordenar? ―Inquirí sintiéndome nerviosa.

El Sthuirciano me devolvió la sonrisa, o un gesto que podría calificarse como aquello, de no ser por lo tenebroso que resultaba.

Borré mi sonrisa bobalicona; mi intención, mantener la cabeza pegada al cuello. Odiaba admitirlo, pero las ajadas ilustraciones sobre su raza le restaban ímpetu a la realidad. Esperar por una respuesta, nunca fue tan apremiante; el tiempo se deslizaba rápidamente, con todo, a mi parecer se desplegaba a un ritmo tortuoso y sofocante; hasta que la asfixiante quietud fue sacudida por completo.

Tras de mí, el arduo sonido de utensilios chocando entre si y el vapor, anunciaban que Nessa se preparaba para cubrir cualquier necesidad. Seguía molesta con ella, la discusión matinal sobre establecerme en otra galaxia había terminado de la misma manera, con una negativa total y rotunda. Bueno, estaba a menos de un ciclo de traslación de ser mi propia dueña; la cuestión era que mi naturaleza se negaba en rendirse a sus caprichos, batallaría hasta obtener una resolución satisfactoria, al menos para mí.

Me encontraba tan concentrada en mi dilema que apenas y noté como el Sthuirciano se inclinó ligeramente sobre la barra, pasando la vista de mí hacia la ventana posterior.

Hubo una clase de eco, una cacofonía que me erizó todos los bellos del cuerpo. Me helé. El murmullo que fluyó del Sthuirciano hizo que cada una de mis células temblara. Su demanda fue abrupta y escueta, con la voz grave, reverberando como gruñidos prístinos y amenazantes; su exuberante boca remarcando cada sílaba en un lenguaje velado para mí.




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