—Eres hermoso, ¿sabías eso?— dijo Ema, sonriendo. Se la veía tan joven, tan feliz.
Su rostro estaba muy cerca. Se inclinó, y Ana sintió su beso en la mejilla. Sintió las lágrimas asomando a sus ojos, pero su visión no se empañó. Estaba llorando, pero no estaba llorando, era una sensación desconcertante.
También le resultaba extraño que solo podía ver el rostro de su madre y que lo veía desde abajo. Ema comenzó a mecerse y a cantar una canción dulce y suave, sus ojos sonrientes siempre sobre los de Ana. Entonces Ana comprendió. La estaba viendo a través de los ojos de Akir cuando su hermano no era más que un bebé. Ella lo tenía en sus brazos y le estaba cantando. Ana intentó acurrucarse más contra el pecho de su madre, pero nada sucedió. Intentó hablarle, pero era como si su boca no funcionara. Luego recordó lo que Akir le había dicho: aquello era un recuerdo, ella no tenía ningún control.
Se escuchó el sonido de una puerta al abrirse, y Ema levantó la vista.
—Llegaste temprano. ¿Todo está bien?— dijo Ema.
—Bien— se escuchó una voz masculina—. ¿Cómo está mi hijo? ¿Dio problemas hoy?— dijo, acercándose a Ema.
Ana pudo ver su rostro inclinándose sobre ella, el rostro de su padre. Efran le sonrió. Ana fue invadida por una mezcla de sentimientos conflictivos. Aquel rostro sonriente no parecía albergar al asesino al que su madre había temido toda su vida. Aquel era un rostro complacido, satisfecho con la existencia de aquel bebé.
Efran estiró los brazos, y Ema le entregó al bebé con una sonrisa.
—Ya han pasado cinco meses— comenzó Efran—. Ya es lo suficientemente grande para viajar a conocer a su abuelo.
—Efran, ya te dije que no es conveniente.
—Sé que solo quieres protegerlo, Ema, pero creo que él tiene derecho a conocer a su nieto. Lo estás privando del afecto de su familia.
—Son sus órdenes. Nadie debe saber de su existencia, nadie debe saber que está vivo. Ya rompí mi promesa hablándote sobre él, por favor no me pidas contactarlo.
—Lo haces sonar como si estuvieras traicionándolo.
—Lo siento así.
—¿Qué clase de vida es la que puede llevar, solo, lejos de su familia, sin saber siquiera que tiene un nieto? Creo que si yo tuviera que llevar una vida así, escondido todo el tiempo, alejado de mis seres queridos, viviendo con miedo, preferiría la muerte.
—Es su decisión— respondió Ema.
—Ha pasado mucho tiempo. Bress lo cree muerto. ¿Qué daño puede haber en llevarle al niño para que lo conozca?
—¿Y luego qué? ¿Traerlo a vivir con nosotros a Polaros?
—Sería espléndido— dijo Efran, entusiasmado.
Ema negó con la cabeza.
—Nunca aceptaría, y tampoco querría que lo visitáramos.
—Ema…
—No entiendes. Sé que piensas que es un cobarde, viviendo escondido y temeroso, pero no es por su vida que teme sino por las nuestras. Si Bress descubriera su conexión con nosotros… No quiero pensar de lo que sería capaz para sonsacarnos su paradero. No voy a ponerlo en peligro.
—Ema— dijo Efran, acercándose a ella y acariciando su cabello—, entiendo tu decisión, y la respeto.
—Gracias— sonrió ella—. Gracias por entender.
Un fuerte golpe en la puerta sobresaltó a los tres. Ana sintió su cuerpo tensarse, pero la tensión no era de ella, era del bebé. Efran frunció el ceño y devolvió el bebé a los brazos de Ema. Otro golpe.
—¿Quién puede ser a esta hora?
—Ve a al dormitorio. Veré quién es— dijo Efran, empujando a Ema hacia la puerta del dormitorio.
Ema entró a la habitación y cerró la puerta, dejando entreabierta una rendija para espiar.
—¿Qué pasa?— se escuchó la voz de Efran hablando con alguien fuera de la casa.
Su interlocutor parecía ser una mujer que lloraba y rogaba de forma ininteligible.
—Pero es tarde…— dijo Efran.
La mujer gimió desesperada. Las palabras “por favor” se escuchaban entrecortadas muchas veces.
—Espera aquí— dijo Efran, y se metió a la casa—. ¿Ema?— la llamó.
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Editado: 12.10.2019