—¿Estás bien?— preguntó Akir.
Ana asintió temblorosa, sentándose en la cama.
—Lamento haberte hecho recordar eventos tan dolorosos— dijo Ana, secándose las lágrimas.
—De todas formas no puedo olvidar nada— dijo Akir, encogiéndose de hombros—. Todos mis recuerdos me acompañan todo el tiempo.
—¿Todo el tiempo?
Akir asintió.
—Parece una carga enorme— murmuró Ana con compasión.
—Lo es— admitió Akir—, pero he aprendido a tolerarlo.
—Ojalá yo pudiera mostrarte recuerdos más felices de nuestra madre, de su vida conmigo en Cryma.
—No importa que no puedas mostrármelos, puedes hablarme de ella— le dijo Akir suavemente.
—Lo haré. Oh, Akir, estoy tan contenta de haber venido. Gracias por haberme mostrado a nuestro padre.
—Aunque era un traidor y un asesino— comentó Akir—. Creo que hubo momentos en los que sintió algún tipo de afecto por mí.
—Yo también sentí eso— acordó Ana—. ¿Sabía él que estabas oculto con Frido?
—Sí.
—Y aun así no te mató. Tal vez te quería.
—O tal vez no tuvo tiempo de matarme— objetó Akir—. Su objetivo primario era ir tras nuestra madre, y no vivió lo suficiente para encontrarla ni para hacerme daño a mí.
—Tal vez— concedió Ana—. Supongo que es tu elección recordar las cosas de una forma o de otra.
—No— negó Akir con la cabeza—. Mis recuerdos no son cuestión de opción, solo su interpretación lo es.
Ana asintió.
Alguien golpeó la puerta de la habitación. Akir abrió y se encontró con un sirviente que venía con un balde de agua caliente.
—Llegó el agua para tu baño— dijo Akir a Ana—. Te dejo para que lo disfrutes y descanses. Te veré mañana. Tenemos mucho de qué hablar.
—Gracias— dijo Ana.
Ana estuvo más de una hora sumergida en la pequeña bañera de Akir, pensando. Pensó en los recuerdos terribles y angustiantes que había visto en la mente de Akir. Pensó en su madre y en Efran. Y luego pensó en aquel desconocido que lo había levantado de su cuna, amenazándolo con tortura. Un escalofrío le corrió por la espalda. ¿Quién era aquel hombre? Akir debía saberlo. Sí, le preguntaría sobre él en la mañana.
Ana salió del agua, se secó y se acostó en la cama de Akir. Estaba terriblemente cansada, y el baño había ayudado a relajarla lo suficiente como para poder conciliar el sueño sin problemas. Apagó la lámpara y se durmió casi enseguida, mirando los recuerdos de viaje de Akir a la tenue luz de la luna que entraba por una pequeña ventana de la habitación. Esa noche tuvo pesadillas en la que su hermano estaba en peligro, perseguido y alcanzado por aquel asesino desconocido. Frido trataba de ayudarlo, pero caía también en las manos del extraño. Veía el rostro de aquel maldito, lo veía claramente y su sonrisa malévola la hacía temblar de pies a cabeza. Sentía que tenía que ayudarlos, pero en su sueño no podía moverse. Los veía alejarse y no podía moverse, no podía alcanzarlos para salvarlos.
Ana despertó con un grito, llamando a su hermano. Con el corazón agitado y la frente cubierta de sudor, miró en derredor. Ya había amanecido y la tímida luz del temprano sol iluminaba los objetos de la habitación. Prestó atención a sonidos extraños, nada. Todo estaba tranquilo, todo parecía normal. Se tranquilizó, solo había sido una pesadilla.
Se lavó la cara y se vistió. Luego bajó las escaleras hasta el salón comedor. Unos pocos viajeros desayunaban en silencio. Ana se acercó al mostrador y vio al muchacho que la noche anterior le había servido la comida.
—¿Qué quiere desayunar?— preguntó el muchacho.
—Esperaré a Akir, ¿lo has visto?
—No. Y tampoco a Frido, lo que es raro porque siempre están levantados a esta hora, especialmente con todo el trabajo que hay en estos días.
—Entiendo, esperaré.
—¿Por qué no va a despertarlos?— dijo el muchacho—. De todas formas ya deberían estar aquí.
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Editado: 12.10.2019