Cuando Joram volvió a la conciencia, percibió la luz. Notó que sus manos ya no estaban atadas y acercó sus dedos temblorosos a su rostro. Tenía párpados y pestañas. Muy lentamente, abrió los ojos. Pestañeó varias veces hasta que se acostumbró a la luz que lo circundaba. Lo primero que vio fue el sonriente rostro de Gloria que le secaba el sudor de la frente con un pañuelo. De inmediato, supo que era ella y sonrió.
—No sabes cuánto me alegra poder verte— le dijo con la voz ronca por la emoción.
De pronto, la visión de su rostro se nubló y comenzó a sentir las lágrimas que corrían por sus mejillas. Por primera vez en mucho tiempo, pudo llorar. Gloria le secó las lágrimas y lo abrazó, llorando también en silencio.
—¿Cómo te sientes?— llegó la voz de Ana del otro lado de la habitación.
Joram levantó la vista y la vio sentada a la mesa, comiendo una manzana. Se levantó de la cama y la observó más detenidamente con sus nuevos ojos.
—No eres ella— murmuró para sí.
—¿Quién?— preguntó Ana.
—La mujer que vino a mi memoria, la que creo que es mi esposa.
—Sí, ya te dije que no soy Dana. Me alegra que el asunto haya quedado bien aclarado. ¿Me reconoces a mí?
Joram avanzó hasta ella sin contestar. Se puso de rodillas y bajó su rostro hasta el piso, besando sus pies.
—¡Qué...!— exclamó Ana, poniéndose de pie de un salto y dejando caer la manzana.
—Reconozco que eres mi señora y protectora. Estoy en eterna deuda contigo y te juro mi lealtad— dijo Joram con el rostro aun en el piso.
Ana lo tomó de los hombros y lo tiró hacia arriba.
—¿Qué crees que estás haciendo?
—Reconociendo a mi reina y señora— dijo él, aun de rodillas.
—Tengo que arreglar esa cabeza tuya. ¿De qué estás hablando? ¿Qué te hace pensar que soy una reina?
—Alguien tan poderosa como tú solo puede ser una reina, y me siento profundamente honrado y agradecido de que te hayas fijado en tu insignificante siervo para sanarlo.
Ana abrió los ojos como platos.
—Oh, no. Definitivamente tengo que arreglarte la cabeza— dijo Ana, preocupada.
—Te pido perdón si mis palabras te han ofendido— dijo Joram.
—Ya levántate del piso, Lug.
—Como mi señora ordene— dijo él, poniéndose de pie.
Ana suspiró, frustrada.
—No soy ninguna reina, y mi habilidad es a la tuya lo que una hoja a todo un bosque, qué digo, a todo un universo lleno de bosques.
Él la miró, confundido.
—Lug, iba a esperar a salir de aquí para intentar restaurar tu memoria, pero creo que debo hacerlo cuanto antes.
Joram apretó los labios, dudando por un momento. No estaba seguro de poder pasar otra vez por el dolor y el pánico que había sentido cuando Ana le devolvió sus ojos, al menos no dos veces en el mismo día. Miró a Gloria de soslayo, como pidiendo una segunda opinión, y vio que ella le hacía seña que “sí” con la cabeza. Tragó saliva y se volvió a Ana.
—¿Necesitas atarme otra vez?— preguntó, tratando de que no se notara el temor en su voz.
—No si haces una conexión conmigo. Creo que puedo reparar el daño si me ayudas. El proceso es mucho más delicado y sutil que la restauración de tus ojos. Los tejidos dañados no deben ser muchos o habrías perdido otras facultades, así que pienso que el dolor no será tan pronunciado. En realidad, ni siquiera estoy segura de que haya realmente tejidos dañados. Tal vez solo se trate de patrones rotos o enredados, en cuyo caso no podré hacer mucho, tendrás que usar tu propia habilidad para sanarlos.
—Esa habilidad que dices que tengo...— comenzó Joram—. No tengo idea de lo que estás hablando. ¿Qué tal si el daño en mi cerebro destruyó la habilidad?
—Entonces estaremos en muchos problemas— contestó ella—. Pero no soy de las que se dan por vencidas antes de intentar.
—Dime qué debo hacer— pidió él.
Ana se sentó en el suelo con las piernas cruzadas.
—Ven, siéntate frente a mí— le hizo seña a él con la mano.
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Editado: 12.10.2019