La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

TERCERA PARTE: Rehenes - CAPÍTULO 38

Un fomore trajo una jofaina, una jarra con agua y una toalla que dejó sobre la mesa roja. Luego se paró en posición de firme a la izquierda de Humberto. Los guardias que habían golpeado a Lug se habían retirado de la habitación. Lug rengueó hasta la mesa y se lavó la sangre de la cara y las manos. Luego se sentó en la silla en silencio ante la atenta mirada de Humberto.

—No habrá más necesidad de violencia, siempre y cuando recuerdes quién está en control de la situación aquí— lo sermoneó Humberto. Lug no contestó.

—Sé que no me crees, pero hago todo esto por el bien de todos— continuó Humberto.

Lug desvió su mirada al techo y resopló, exasperado.

—Necesito saber qué tipo de manipulación temporal llevaste a cabo para recuperar a Dana.

Lug suspiró.

—Muéstrame que Juliana y Augusto están bien, y te contaré todo sobre Dana— propuso.

—Trae a la mujer— le dijo Humberto al fomore a su izquierda.

Quince minutos más tarde, la puerta de la habitación se abrió, y el fomore entró arrastrando a Juliana del brazo. Tenía las manos atadas a la espalda y una mordaza. Lug se puso de pie y avanzó lentamente hacia ella. Ella desvió su mirada al tobillo de él al escuchar el ruido de la cadena y luego la volvió a sus ojos. Lug pudo ver una  lágrima rodando por su mejilla. Siguió caminando hasta que la cadena se tensó y no le permitió avanzar más. Sentía una opresión en el pecho y un nudo en la garganta al verla a ella en estas circunstancias.

—Quítale la mordaza. Quiero hablarle— dijo Lug a Humberto sin quitar los ojos de ella.

—Cuidado, Lug, recuerda que tú no das las órdenes aquí— le advirtió Humberto.

—Por favor— agregó Lug para suavizar el pedido.

—El trato fue solo ver que estaba bien, no ponerse al día— le respondió Humberto.

Lug hizo una mueca de fastidio.

—¿Estás bien?— le preguntó a Juliana.

Ella asintió con la cabeza.

—¿Y Augusto?

Ella volvió a asentir.

—Lo lamento tanto...— dijo Lug, la voz quebrada, las lágrimas comenzando a correr por su rostro.

Ella negó con la cabeza, como tratando de darle a entender que no era su culpa.

—Es suficiente— declaró Humberto.

El fomore la tironeó hacia la puerta. Lug forcejeó con la cadena por un momento, la mano estirada, tratando inútilmente de alcanzarla.

—Los sacaré de esto, los llevaré a casa, lo juro— prometió Lug.

Juliana dio vuelta la cabeza y asintió antes de que el fomore la empujara afuera de la habitación y cerrara la puerta. Lug se quedó allí parado, con la vista clavada en la puerta cerrada por un largo momento.

—Siéntate— le ordenó Humberto.

Lug se pasó el dorso de la mano por el rostro, secando sus lágrimas, y caminó hasta la silla, sentándose con el rostro resignado, la mirada en el piso.

—Cumple con tu parte— lo instó Humberto.

Lug respiró hondo y comenzó con voz queda:

—Cuando regresé al Círculo, lo hice asumiendo que Dana estaba muerta. Las cosas habían cambiado mucho en el Círculo, y mi ignorancia de la situación me hizo caer en manos de la gente de Math. Logré escapar, y mi camino de fuga me llevó hacia el norte, lo que supongo estaba predestinado, porque terminé en una isla, enfrentándome a Wonur en una especie de duelo a muerte. Wonur inclusive intentó usar una visión de Dana para forzarme a pactar con él. Como yo estaba convencido de que Dana estaba muerta, su treta no funcionó. Logré volver a Wonur a su prisión, y así se produjo la rotura del Círculo viciado que Wonur mantenía para su propio beneficio. Cuando regresé de la isla, me enteré de que Faberland estaba siendo atacada por Math. Guié un ejército hasta allá, y en medio del campo de batalla, luchando junto a Myrddin, la vi. No entendía cómo o por qué, pero ella estaba allí, viva y respirando. Corté el lazo que Math mantenía con la gente que había reclutado para destruir Faberland y detuve la guerra. Luego Dana y yo tuvimos una conversación donde me dijo que ella había pensado que el muerto era yo. Pensó que me había perdido para siempre cuando llegó a las mazmorras del palacio de Bress y Myrddin le dijo que yo había caído a un abismo negro frente a sus ojos.




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