La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

CUARTA PARTE: Aliados - CAPÍTULO 43

Lug cruzó la habitación, y al pisar el piso de mármol, sintió una oleada de patrones invadiendo sus sentidos de golpe. Se sintió mareado y se apoyó en la pared forrada con tela verde por un momento.

—Vamos— lo urgió Humberto.

Lug sacudió la cabeza, intentando aclararla, y asintió.

Salieron a una galería amplia con enormes ventanales. Humberto corría adelante, Lug lo seguía de cerca, y los cuatro fomores cerraban la marcha. Pasaron varias puertas cerradas, Lug se dio cuenta de que aquella no era una mera casa sino más bien un palacio. Las ventanas mostraban un jardín más grande y ostentoso que el de Versalles, con hermosas fuentes con aguas danzantes, árboles majestuosos, y macizos de flores multicolores, dividiendo sendas empedradas de color naranja. En la galería por la que corrían, el piso era de mármol de distintos colores formando diseños con rombos separados delicadamente por líneas de oro. Las ventanas estaban enmarcadas por pesadas cortinas de terciopelo rojo. A través de ellas, hacia la derecha, Lug pudo ver que el palacio hacía una L y descubrió que la construcción tenía cuatro pisos con numerosos balcones dando al inmenso jardín. Observó también que ellos estaban en la planta baja. A lo lejos, vio la polvareda del avance de caballos y hombres enzarzados en una lucha sin cuartel con peludos y enormes fomores. Se escuchaban gritos apagados en la distancia.

Aun con la preocupación de la inminente invasión, Lug sintió cierta necesidad de comentar algo con respecto a aquel magnífico lugar.

—Tu palacio es impresionante— dijo.

—Gracias, es mi propio diseño— le replicó Humberto sin darse vuelta y sin frenar su carrera.

Al final de la galería, había una enorme estatua de mármol, que a Lug le pareció era una reproducción del David, cuyo blanco inmaculado resaltaba contra una cortina negra de fondo. Humberto rodeó al David y corrió la cortina.

—Rápido— les hizo seña a los demás.

Detrás de las cortinas, había una escalera de piedra que descendía. Humberto tomó unas lámparas de aceite que colgaban de la pared y las repartió entre Lug y los fomores, quedándose con una.

—Con cuidado— advirtió Humberto, guiando la partida.

La escalera era bastante estrecha y no tenía baranda. Las lámparas apenas iluminaban unos dos o tres escalones por delante de Humberto, incapaces de penetrar la negra oscuridad.

—¿A dónde vamos?— preguntó Lug.

—Hay túneles por debajo de la construcción. Con suerte, podremos escapar hacia el pantano sin ser vistos mientras ellos atacan por la superficie— explicó Humberto.

Los túneles debían estar a bastante profundidad porque bajaron más de cien escalones antes de llegar a una enorme boca semicircular. Caminaron unos diez metros y se encontraron con una enorme puerta de hierro, bloqueándoles el paso. Humberto revolvió en sus bolsillos y sacó una enorme llave de hierro. La puso en la cerradura y le dio vuelta. Sonrió al escuchar el clic y empujó la pesada puerta hacia adentro. Cuando todos hubieron pasado, Humberto volvió a cerrar la puerta con la llave.

—Van a necesitar explosivos para atravesarla— comentó.

—¿Crees que los tengan?— preguntó Lug, preocupado.

—Nah— sonrió Humberto.

Humberto colgó su lámpara en un clavo en la pared y se agachó a recoger unos bultos amontonados a la izquierda del túnel. Luego se los dio a los fomores.

—Víveres— explicó ante la mirada interrogante de Lug. Y luego: —Sigamos, tenemos un buen trecho por delante.

El grupo inició otra vez la marcha con la guía de Humberto. La marcha era más lenta por la oscuridad absoluta que reinaba en el túnel, pero al menos el piso parecía ser bastante parejo. Lug notó que el túnel tenía una cierta pendiente que los estaba llevando cada vez más y más profundo.

Mientras caminaban, Lug aprovechó para hacer algo que había querido hacer desde que había pisado el mármol en su habitación-prisión. Desenfocó la vista, tomando el haz de luz de su lámpara como punto para concentrarse, y buscó patrones. Enseguida, percibió a Humberto y a los cuatro fomores que los acompañaban. Extendió su mente por el túnel hacia adelante. Nada. Volvió hacia atrás, subiendo por las escaleras, expandiendo la búsqueda a toda la planta baja. Nada. Subió más, recorrió una a una las cuatro plantas del palacio. No había patrones humanos por ninguna parte. Nadie. Juliana y Augusto no estaban en el lugar. No creía que Humberto le hubiera mentido al respecto, pero tenía que asegurarse. Lug respiró hondo y aumentó la fuerza de la conexión de su mente con su entorno, la llevó hasta el jardín. Por un momento, lo distrajeron los patrones de todos aquellos árboles, de todas aquellas flores, de los pájaros, de los insectos. Lug estrechó la conexión, excluyendo todo lo que no le interesaba. Pronto comenzó a sentir el débil tumulto de los patrones de cientos de individuos. Humanos y fomores. Sus patrones estaban exaltados, brillando concentrados en la lucha, la adrenalina alimentando un estado de alerta más allá del normal. Buscó un grupo de patrones más específico. La señal era débil y los patrones se entremezclaban. Estaban demasiado lejos, demasiado alterados y confusos. Más esfuerzo, más concentración.




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