La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

CUARTA PARTE: Aliados - CAPÍTULO 45

—¿Cuántos esta vez?— preguntó Humberto.

—Demasiados— respondió Lug.

—¿Cuántos?— insistió Humberto.

Lug hizo un cálculo aproximado.

—Unos trescientos. La cantidad va aumentando a medida que más y más soldados van entrando. Están a medio kilómetro, más o menos.

Humberto arrugó el entrecejo, preocupado.

—¿Vas a intentar otra de tus burbujas temporales?— preguntó Lug, aun sospechando que no era muy viable.

—Son demasiados— negó Humberto con la cabeza—. No puedo extenderla tanto, y aunque pudiera, no puedo sostenerla más de un par de minutos. No podemos matar a trescientos en dos minutos.

—Supongo que entonces tendremos que dejarlos vivir— dijo Lug, levantando una ceja.

—¿Puedes hacerlo? ¿Puedes desmayarlos a todos el tiempo suficiente para que lleguemos hasta la salida?— preguntó Humberto.

—Puedo intentarlo.

—Hazlo— le pidió Humberto.

Lug desenvainó su espada y se arrodilló en el suelo.

—Es posible que quede inconsciente por el esfuerzo. Tus fomores tendrán que cargarme entre los cuerpos— señaló Lug.

—No te preocupes, no tengo intenciones de abandonarte aquí.

Lug asintió y apoyó la hoja de la espada de plano sobre su frente, cerrando los ojos, concentrándose. Sintonizó los patrones humanos y buscó el de Humberto para excluirlo. Formó la orden en su mente e invocó el mar, fuente ingente de agua, fuente inagotable de poder a su disposición, poder bajo su control a través de las características únicas de su espada forjada especialmente por Govannon. Pero el mar estaba lejos, muy lejos. Necesitaba otra fuente de agua más cercana a la que conectarse. Los patrones avanzaban.  Más concentración. Busca, busca agua. ¡El pantano! Kilómetros y kilómetros de pantano. Agua estancada, pero agua al fin. Tendría que servir.

Lug sintió como si las moléculas de agua llegaran hasta él, lo invadieran, lo traspasaran. Perdió toda noción de tiempo y espacio. Se sintió flotar, nadar. Lo único sólido que sentía era el frío metal de la hoja de su espada apoyada sobre su frente. Los patrones avanzaban. Dirigió la energía hacia la hoja y la hoja comenzó a brillar en la oscuridad del túnel, recogiendo las ondas de su orden, concentrándolas, amplificándolas. Se sintió desfallecer, pero se mantuvo concentrado. Un momento más, solo un momento más. Los patrones avanzaban.

Abrió su mente, liberó la orden. La conexión se cortó de golpe. Fue como un latigazo mental que lo desequilibró y lo dejó desorientado. Toda su energía, todo su poder, fue absorbido por las paredes de roca del túnel. Trató de recomponerse, de reconectarse con los patrones. Nada. Solo los patrones de Humberto y de los cuatro fomores danzaron dolorosamente frente a sus ojos cerrados.

Lug se derrumbó exhausto hacia un costado. Una mano temblorosa apoyada en la pared, la otra sosteniendo la espada, su poderosa luz, apagada y consumida.

—¿Lo hiciste?— preguntó Humberto con urgencia, arrodillándose a su lado.

Lug tardó un momento en ordenar sus pensamientos para poder contestar.

—Alguien bloqueó los patrones— dijo, jadeando.

—¿Qué?

—No puedo percibirlos más.

—Entonces están desmayados— concluyó Humberto, esperanzado.

Lug negó con la cabeza.

—Lo que hice no tuvo efecto.

—¿Estás seguro?

—Sí. Allá atrás, cuando encontramos a esa docena de soldados, intenté desmayarlos también, pero tu burbuja temporal cortó el contacto y mi poder quedó sin efecto.

—¿Intentas decirme que alguien creó una burbuja temporal envolviendo trescientos soldados?— preguntó Humberto, alarmado.

—Lo que experimenté fue exactamente lo mismo que con tu burbuja— respondió Lug.

—Tenemos que salir de aquí, ¡ya!— dijo Humberto, asustado.

—Dime algo que no sepa— murmuró Lug.

—No, no entiendes. La burbuja que yo usé hizo el tiempo más lento para nuestros atacantes...

—Eso es impráctico para que alguien de su lado lo intente sobre su propia gente— intervino Lug.




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