Lug apoyó la espalda contra un árbol y cerró los ojos. Vació su mente de todas su preocupaciones y se concentró en Dana, tal como lo había hecho cientos de veces, para comunicarse con ella. Abrió un canal desde su mente hacia la de ella, sosteniendo firmemente su imagen en su mente, sin dejar que nada interfiriera, esperando que ella lo detectara y lo sostuviera para poder iniciar una comunicación. Estuvo un largo rato sin sentir el contacto. Si ella no tomaba el contacto y lo abría, él nada podía hacer. Todo dependía de ella. Nada.
Después de un año, Lug pensó que tal vez ella ya no querría saber nada con él. No, no era eso. Tal vez no podía hablarle en este momento. Siguió intentando. Puso más esfuerzo, canalizó más energía hacia su imagen. Nada.
No iba a darse por vencido. Aunque ella estuviera enojada con él, seguramente querría saber lo que le había pasado, por qué no la había contactado en un año. Seguramente habría estado buscándolo, ¿o no? Amaba a Dana con todo su ser y sabía que ella sentía lo mismo por él. Su estúpido intento de protegerla ocultándole las cosas no podía romper el lazo que tenían. No importaba cuan furiosa estuviera, querría saber qué había sido de él. Siguió intentando. Nada.
Cortó el canal y volvió a intentar todo el proceso desde cero otra vez. Sosteniendo su imagen con todo su ser, por más tiempo esta vez. De pronto sintió algo. No era ella, no exactamente. Era más bien como un recuerdo de ella. Un recuerdo que no era un recuerdo. Era confuso, pero era algo. Tenía que aprovechar el tenue contacto, enviar un mensaje, solo algo corto, algo que pudiera llegar hasta esa sombra difusa de Dana, a ese recuerdo de su presencia. Una palabra, solo una palabra.
—¿Estás bien?— sintió una mano en su hombro que lo sobresaltó.
Abrió los ojos de golpe. Se secó el sudor de la frente.
—¿Qué pasó?— preguntó Lug, desorientado por un momento ante el corte abrupto de su intensa concentración.
—Esa es mi pregunta para ti. Estás empapado en sudor y tu piel está hirviendo. ¿Qué estabas haciendo?— le preguntó Humberto.
—Nada— mintió Lug.
—Vamos, Lug, dímelo.
—Déjame en paz— dijo Lug, molesto.
—Ya veo. Lo que sea que estabas haciendo, no funcionó, ¿no es así?
Lug lo miró de soslayo sin contestar.
—Hablaremos de esto después— dijo Humberto, sacando su daga—. Ahora debo encargarme del fomore.
—No necesitas matarlo— dijo Lug.
—Ya tuvimos esta discusión— respondió Humberto, dándole la espalda. Y luego al fomore: —Ponte de pie y ven aquí.
El fomore se puso de pie tan rápido como un resorte y caminó hacia Humberto sin siquiera renguear. Humberto lo miró sorprendido por un momento, luego guardó su daga sin hacer ningún comentario.
—Toma tu hacha y consigue unos troncos para construir una balsa— le ordenó.
El fomore no contestó. Desvió su mirada hacia Lug, quien asintió con la cabeza. Solo entonces sacó su hacha y se dirigió hacia un grupo de árboles cercanos. Humberto entrecerró los ojos con recelo, y paseó la mirada entre el fomore y Lug.
—¿Qué pasó aquí?— le preguntó a Lug.
—Sané su pierna— le respondió él.
—Ya deduje eso. Me refería a su búsqueda de tu aprobación antes de obedecer mi orden.
Lug se encogió de hombros.
—Le dije que tenía que descansar para reponerse. Tal vez solo quería saber si le daba el alta, para decirlo de alguna forma.
—¡Patrañas! Le hiciste algo más, algo en su mente.
—Todo lo que hice fue sanarlo, nada más.
—No te creo.
—Cree lo que quieras, me tiene sin cuidado— le respondió Lug, altanero.
—Ten cuidado, Lug, ten mucho cuidado— le dijo Humberto con el dedo en alto.
—Tal vez el que tiene que tener cuidado eres tú— le retrucó Lug—. Estos árboles no son balmorales.
Humberto tensó la mandíbula y apretó los dientes sin contestar. Lug se puso de pie y fue hasta donde estaba el fomore hachando árboles. Humberto vio que Lug le decía algo al oído y el fomore asentía. Esto no estaba bien, no estaba nada bien. Lug volvió hasta la fogata y volvió a sentarse junto al árbol.
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Editado: 12.10.2019