Llewelyn bostezó, se refregó los ojos soñolientos y se desperezó. Algo se le estaba clavando en la cadera. Apartó las mantas y se levantó. Vio que se había acostado vestido y que tenía un cinto con una espada envainada, colgando de su cadera izquierda. Se desató el cinto y dejó la espada sobre la cama, refregándose la dolorida cadera en el lugar donde se le había estado clavando la guarda. ¿Qué hacía él con una espada? ¿De dónde había salido? Aguzó el oído: no escuchó sonido alguno en la cabaña. Extraño. ¿Dónde estaban todos? Se puso las botas y fue hasta la cocina. Descubrió que no había rastros de desayuno alguno. Lo que es más, la chimenea no parecía haber sido usada en un mes.
—¿Mamá?— llamó, asomándose por la ventana que daba al patio con el aljibe.
Nadie. Los caballos tampoco estaban.
Salió afuera y sacó un poco de agua del pozo. Se lavó la cara, y el agua pareció despabilarlo lo suficiente como para que lo recordara todo. No, no era posible. No debía estar aquí. Debía estar junto a su abuelo, en Faberland, aprendiendo a usar su habilidad, cualquiera que fuese, para ayudar a buscar a su padre. ¿Qué había pasado? ¿Por qué había despertado en su propia habitación en la cabaña del bosque de los Sueños?
Llewelyn se miró las manos. Sí, eso había pasado, se había soltado de las manos de su abuelo. Él se lo había advertido, le había dicho que no debía soltarlo bajo ninguna circunstancia pero él lo hizo, y de alguna forma, eso lo echó todo a perder. Ahora estaba solo en la cabaña, con su padre perdido, con su madre con paradero desconocido. No sabía cómo o por qué había aparecido allí, pero lo peor de todo es que no sabía tampoco cómo comunicarse con su abuelo o cómo volver por sus propios medios a Faberland.
Llewelyn volvió a entrar en la cocina y se sentó a la mesa, agarrándose la cabeza, angustiado. Comenzó a llorar de frustración. ¿Qué iba a hacer ahora? En medio de sus sollozos, sintió un calor extraño en la mano izquierda. Desconcertado, se miró la mano y vio que la Perla del anillo brillaba con una luz azulada. Algo estaba mal. La Perla nunca había brillado así. Su padre le había dicho que la Perla de la Vida ya no tenía ningún poder, que no funcionaba. ¿Se habría equivocado? Llewelyn consideró prudente sacarse el anillo de inmediato, pero algo lo detuvo. La sensación de calor tibio y reconfortante se había extendido por su brazo y había llegado a su corazón. Poco a poco, su frustración se fue calmando, su angustia fue disminuyendo. Estaba a salvo. Miró el anillo y sonrió. La Perla no era peligrosa, la Perla iba a protegerlo. Ya no se sentía desesperado, ni confuso, ni frustrado. Encontraría la solución a sus problemas. Encontraría a su padre y a su madre. Arreglaría las cosas y todo volvería a estar bien. Él era el hijo del Señor de la Luz, podía hacerlo.
Primero lo primero. Tenía hambre. Se prepararía un buen desayuno y luego comenzaría a planear su estrategia. Sí, sería más fácil pensar con el estómago lleno. Fue con el caldero hasta el aljibe a buscar más agua. Allí fue donde se dio cuenta de que el sol estaba del lado equivocado: no era el amanecer, era el atardecer. ¿Cuánto tiempo había estado durmiendo? ¿Cuánto tiempo había durado su viaje desde la tienda de Nuada hasta la cabaña? Decidió que con la salida de la luna no le sería difícil calcular la cantidad de tiempo. Mientras tanto, se prepararía una suculenta cena. Con esa idea en mente, recogió leña, encendió la chimenea, puso agua a calentar y luego se dedicó a recoger vegetales de la huerta. Se sentía tan contento y satisfecho con su plan que se permitió silbar una alegre tonada mientras lavaba las verduras y las ponía a cocinar. Buscó entre los condimentos de su madre y echó algunos en el caldero hirviente. La Perla de su anillo seguía brillando con un hermoso azul. Aquel era el anillo más hermoso que había visto en su vida. Qué suerte que su padre se lo había regalado. ¿Cómo pudo haber siquiera pensado en sacárselo?
Revolviendo los vegetales en el caldero, se dio cuenta de pronto de que había estado silbando una tonada que no conocía. También cayó en la cuenta de que él no sabía nada de condimentos. Nunca había cocinado. Era su madre la que siempre lo hacía. ¿De dónde había sacado ese conocimiento? Probó la sopa y vio que estaba deliciosa. Se encogió de hombros. ¿Qué importaba?
Mientras tomaba su sopa, vio la luna por la ventana. Estaba igual que la noche anterior en Faberland. No debían haber pasado más de un día o dos. ¿O tal vez el transporte hasta la cabaña había sido instantáneo?
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Editado: 12.10.2019