Ana estaba preocupada. Había pasado demasiado tiempo y Lug no aparecía. Para colmo, Luar tampoco daba señales de vida. Ana se maldijo por haberle hecho caso a Lug y haberlo abandonado en el palacio.
—Algo salió mal— le dijo Ana a Gloria—. Debo ir a buscarlo.
—Vamos contigo— resolvió Iris.
—Sí— la secundó Gloria.
—No quiero exponerlas a más peligros— les dijo Ana.
—Conocemos bien el palacio, nos necesitas— dijo Iris.
Ana asintió su acuerdo.
Las tres volvieron sobre sus pasos. Al llegar al camino que iba a Colportor, escondidas detrás de unos árboles, vieron un carruaje que se alejaba de las puertas principales de la ciudad. Ana abrió la boca asombrada al ver que el cochero era un fomore. ¿Era posible? ¿Había visto bien? Ana se asomó al camino, tratando de ver más detalles de aquel carruaje o sus ocupantes. Alguien que trataba con fomores y que los tenía a su servicio era oscuro y sospechoso en la lista de Ana. Gloria e Iris salieron de su escondite entre los árboles para seguir a Ana que escrutaba el camino. Tan absorta estaba Ana, que no se dio cuenta a tiempo que un jinete se acercaba desde Colportor. Fue Gloria la que tironeó a Ana fuera del camino para no dejarla expuesta a la vista del jinete. Pero su acción fue tardía, y el muchacho, que montaba un hermoso caballo que no concordaba con sus vestimentas de aldeano, se detuvo y las observó, sorprendido.
—¿Gloria?— la llamó el muchacho, desmontando.
Gloria lo observó por un momento. Sus ojos se abrieron como platos al reconocerlo.
—Fr… Fr… ¿Franz?— articuló con dificultad.
El muchacho se la quedó mirando, boquiabierto.
—¿Puedes hablar?— preguntó, asombrado.
—¿Quién eres?— le espetó Ana.
—Mi nombre es Franz, soy el hijo del conde de Vianney.
Ana se volvió hacia Gloria:
—¿Es cierto?
—Sí— afirmó Gloria.
—¿Por qué el hijo de un conde está vestido como aldeano?— lo cuestionó Ana.
—Estaba buscando a Gloria.
—¿A Gloria? ¿Por qué?— le preguntó Ana, suspicaz.
—Estaba preocupado por ella.
—¿Por qué?
—El otro día hubo reunión de Concejo con Dresden y Gloria no estaba allí. Normalmente sirve a los nobles en las reuniones. Cuando no apareció… pensé que Dresden le habría hecho algo, que la habría lastimado, o peor…— explicó Franz.
Como respuesta a su explicación, Ana sacó uno de sus puñales, y en un movimiento rápido, empujó a Franz fuera del camino y contra un árbol, apoyando la afilada hoja en el cuello del muchacho.
—¿Quién te envió?— le gruñó con los dientes apretados.
—Nadie me envió.
—Un miembro del Concejo del rey vestido como aldeano suena a espía. ¿Quién te envió?
—Si fuera un espía, no habría revelado mi verdadero nombre— le espetó el otro.
—No tuviste más remedio, Gloria te conoce.
—Por favor, estoy diciendo la verdad.
Ana se quitó la cinta que ataba su cabello y se la dio a Iris:
—Amárrale las manos a la espalda.
—Pero…— dudó Iris.
—Hazlo.
A regañadientes, la madre de Gloria ató las manos del hijo del conde. Ana no apartó el puñal del cuello de Franz en ningún momento.
—Gloria, trae el caballo— le ordenó. Gloria tomó al animal por la brida y lo sacó del camino, llevándolo bosque adentro.
—¿Qué van a hacerme?— preguntó Franz.
—Vendrás con nosotras hasta que se aclare esto.
—Ana— intentó Iris—, ¿no crees que secuestrar a un noble empeorará las cosas?
—Si lo dejo ir, irá corriendo con Dresden y le dirá que estamos aquí.
—Nunca haría eso— protestó Franz.
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Editado: 12.10.2019