Cuando lo vio emerger de la cúpula, Dana corrió hacia él y lo abrazó con fuerza.
—¿Estás bien?
—Bien, bien— confirmó Lug.
—¿Y Llewelyn?
—No hay rastros de él. Debió teletransportarse desde el interior de la cúpula.
—¿Algún indicio de adónde?
—Nada— negó Lug con la cabeza.
Ana se acercó de inmediato:
—¿Y mi hermano?
—Akir no está allí, lo siento.
—Pero, ¿qué hay ahí dentro? ¿Cuál es la finalidad de esta cosa?— preguntó Juliana.
—Un enorme cristal sostiene la cúpula y su campo energético en equilibrio— explicó Lug—. También hay un cuerpo humano en estasis dentro de una burbuja de energía, una muchacha.
—¿Quién es?— preguntó Dana.
—No lo sé, otra víctima en todo este sucio asunto.
Ana se secó una lágrima que había escapado al comprender que su hermano seguía perdido o tal vez muerto y dijo a Lug con firmeza:
—Hay alguien que sabe de todo esto. Alguien que nos trajo hasta aquí con falsas pretensiones, y es hora de que hable, Lug.
—Humberto— asintió Lug—. Su tiempo de mentiras y omisiones se acabó.
—Quiero interrogarlo personalmente, es mi derecho— dijo Ana en un tono que no admitía objeciones.
Lug asintió con seriedad:
—Lo haremos juntos.
El grupo volvió a las cuevas de Govannon a paso rápido. Ana encabezaba la marcha con una furia que le brotaba por los poros. Lug pensó que era una suerte que tuvieran esa larga y enérgica caminata antes de que Ana se encontrara frente a Humberto. Al menos así, Ana podría estar más descargada de su ira y no rebanaría a Humberto en pedazos.
Al llegar, Lug dejó bien claro que solo él y Ana hablarían con Humberto. Nadie lo contradijo. Los dos se internaron por el túnel que llevaba a las dos celdas enfrentadas, horadadas en la roca.
El rostro de Humberto se iluminó al verlos llegar. Pensó que al fin había llegado el momento de negociar su libertad. Pero al ver los rostros serios y enojados de Lug y Ana, Humberto tragó saliva, preocupado. Algo estaba mal.
—Venimos de la cúpula— comenzó Lug sin preámbulos—. Akir no está allí. Hay una muchacha en estado de estasis en el interior.
—¿Entraron en la cúpula?— preguntó Humberto, asombrado—. ¿Cómo?
Lug ignoró su pregunta.
—¿Quién es la muchacha?
—¿Cómo voy a saberlo?— se encogió de hombros el otro.
—¡Esfuérzate, Humberto! ¡No estamos de humor!— le gritó Lug.
Humberto se revolvió inquieto.
—Al menos podrías describírmela— dijo Humberto, pretendiendo estar ofendido.
—Rubia, pelo enrulado, un metro sesenta de estatura, tez blanca, de unos veinte años, tiene un lunar en la mejilla izquierda—, enumeró Lug—. ¿La conoces?
—Sí.
—¿Quién es?
—Sácame de esta celda mugrosa y te lo diré— intentó negociar Humberto. Pero Lug y Ana no estaban dispuestos a negociar con él.
—Está mintiendo— intervino Ana—. No tiene idea de quién es. Estamos perdiendo el tiempo.
Lug asintió y dio media vuelta para irse junto con Ana. Dieron apenas cinco pasos cuando escucharon la voz de Humberto llamándolos:
—¡Sí la conozco! ¡Puedo probarlo!
Ana y Lug volvieron junto a los barrotes de la celda.
—¿Puedes probarlo?— le espetó Ana—. ¿Cómo? ¿Con otra mentira?
—En el bolsillo de mi pantalón— señaló Humberto con la cabeza.
Lug se agachó, metió la mano en el bolsillo de Humberto y sacó un papel doblado en cuatro. Al desplegarlo, vio que era un retrato exacto de la muchacha que había visto dentro de la cúpula.
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Editado: 12.10.2019