—¡Randall! ¡Deja eso!— lo amonestó Zenir, arrebatándole la carta de las manos.
—El sello ya estaba roto— se atajó Randall—. Alguien más estuvo husmeando por tu casa.
Hacía ya muchos días desde que Kelor había aparecido en Kildare buscando a Zenir. El viejo Sanador se dio cuenta de inmediato que algo no estaba bien con su nieto y partió sin demora hacia Polaros. Allí le comunicaron las malas noticias: Akir y Frido habían sido llevados por la fuerza por un desconocido que nadie podía describir muy bien, y Ana, que justo había estado de visita en la Rosa, había ido tras ellos, llevándose a Luar. Encontró también en la posada a uno de los soldados de Aros que estaba al servicio de Randall, que le rogó esperara un par de días a Randall que venía de camino. Al parecer, Ana había aceptado ser acompañada por un puñado de soldados, pero solo les había permitido llegar hasta las afueras de Polaros. Después del desafortunado incidente del secuestro, Ana había enviado un mensajero con una carta a esos soldados que supuestamente volvían a Aros (“supuestamente”, porque en realidad sus órdenes habían sido acampar a unos kilómetros de Polaros y estar atentos). Los soldados volvieron de inmediato a Polaros, pero por supuesto, era tarde. Al enterarse de que probablemente Zenir venía en camino, decidieron dividirse: uno de ellos se quedó a esperar a Zenir, y los otros regresaron a buscar a Randall.
Cuando Zenir protestó, diciendo que Randall demoraría más que un par de días en llegar desde Aros y que no podía esperar tanto con sus nietos en peligro, el soldado le confesó que Randall había seguido en secreto a su esposa para protegerla, partiendo de Aros con una escolta armada apenas unos días después que ella, para que ella no sospechara que la estaba siguiendo.
En efecto, Randall llegó a los tres días con una escolta de veinte soldados, y ya venía enterado de todo lo acontecido. Ante la desesperación de Randall acerca de su desconocimiento de cómo encontrar a su esposa, Zenir lo tranquilizó, diciéndole que si Luar estaba con ella, la encontrarían de seguro, pues Kelor podía hallar a Luar en cualquier lugar del Círculo.
Zenir, Randall y su escolta, partieron de inmediato, guiados por Kelor a través del Paso Blanco hacia el sur, por el bosque de los Sueños. A pesar de la insistencia de Kelor de seguir hacia el sur, Zenir lo había forzado hacia el este por unos kilómetros, con la idea de pasar por su vieja cabaña y pedir ayuda a Lug, o al menos pedir a Dana que se comunicara con Ana para tener una idea más acabada de la situación. Randall no había objetado a este desvío. Pero al llegar a la cabaña, la habían encontrado vacía. Todo tenía aspecto de haber estado en desuso por días. La única pista del paradero de Lug y su familia era una carta sostenida por una roca sobre la mesa de la pequeña cocina. Carta que Zenir tomó de las manos del atolondrado Randall.
—¿No tienes respeto por la privacidad de las personas?— regañó Zenir a Randall.
—No te preocupes, la privacidad de la carta sigue intacta: está en un idioma que no puedo leer— se defendió Randall, a quién en realidad, le importaba un comino la privacidad de nadie si se trataba de encontrar ayuda para su esposa.
Intrigado, Zenir echó una ojeada a la carta.
—Es la letra de Dana— dijo—. La carta está escrita en el idioma de Yarcon. La carta es para su padre, Nuada— concluyó al leer el encabezado, y acto seguido, volvió a doblar la carta y la colocó bajo la roca, exactamente como estaba.
—¿No vas a leerla?— le preguntó Randall, asombrado.
—No es para mí.
—¡Déjate de estupideces, viejo! Tal vez Ana pasó por aquí, y la carta tiene que ver con ella y con Akir.
—Si Dana hubiese querido que yo supiera de este asunto, habría abierto un canal conmigo y me lo habría dicho, ¿no lo crees?
—Y si Dana hubiese querido comunicarse con su propio padre, habría abierto un canal con él, ¿no te parece? Entonces, ¿por qué dejar una carta sobre una mesa a la vista de cualquiera?
—Algo está mal— admitió Zenir.
—Algo está muy mal para que Dana tenga que recurrir a un mensaje escrito— confirmó Randall.
Zenir se mordió el labio inferior por un momento, pensando. Randall tomó la carta bruscamente de la mesa y se la extendió a Zenir:
—¡Léela de una vez!
Zenir tomó la carta a regañadientes y volvió a abrirla. Después de varios segundos de lectura, Zenir levantó la vista hacia Randall con la mirada preocupada.
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Editado: 12.10.2019