La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

SÉPTIMA PARTE: Bifurcados - CAPÍTULO 128

Humberto desmontó y ató a un árbol el caballo que Tiresias generosamente le había prestado. Luego se dispuso a avanzar sigilosamente entre los árboles hacia el lado sur de la cúpula. Cruzó un pequeño arroyo y comenzó a escalar las rocas hasta arriba de la barranca, para tener una mejor vista de la cúpula, y así poder evaluar el curso de acción más conveniente. Jadeando, agitado por el esfuerzo, se apoyó sobre una enorme piedra que le servía también de escondite, y asomó la cabeza para observar la escena que se desarrollaba allá abajo, en los alrededores de la cúpula.

Vio un pequeño grupo de gente del lado norte de la cúpula, entre los cuales reconoció a Govannon, Cormac, Juliana, el joven Augusto, Ana, y a otros dos hombres desconocidos que eran claramente amigos. Vio también a dos unicornios blancos que retozaban cerca del grupo. No había señales de Lug o de Dana: bien, eso haría las cosas más fáciles.

De pronto, vio que el grupo entraba en estado de alerta: todos desenfundando armas y dirigiendo una mirada atenta a la cúpula. Humberto miró hacia la cúpula y vio surgir dos personas. Una parecía sostener y ayudar a caminar a la otra. Humberto alargó el cuello, y arriesgándose a ser visto, se despegó un poco más de la roca que lo escondía para poder reconocer a los dos que habían salido de la cúpula: uno de ellos era Overkin y la otra era una mujer. Humberto reconoció a la muchacha de los retratos de Tiresias: definitivamente era Madeleine. Entonces, la transferencia se había realizado, dedujo Humberto.

En cuanto Overkin estuvo a unos escasos metros de la cúpula, Ana y los demás se le echaron encima. Pero Overkin fue más rápido, y con un gesto que pasó desapercibido para todos menos para Humberto, conjuró una burbuja temporal que paralizó a sus atacantes de inmediato. Humberto observó que mientras Overkin sostenía la burbuja, Marga se separaba de él, refugiándose en el bosque, hacia el sur. Humberto sonrió: las cosas se habían dado más que perfectas para su plan. Comenzó a descender de la barranca por donde había subido, y al llegar al bosque, se dispuso a interceptar a Marga, que caminaba con dificultad, agarrándose de los árboles. Marga, tratando de escapar del peligro, solo se estaba acercando a una amenaza mayor: Humberto.

Humberto se apoyó en un árbol, tratando de recuperar el resuello después de haber bajado casi corriendo la barranca. Vio a Marga a unos doscientos metros, alejándose lentamente. No había apuro, podría alcanzarla con facilidad y terminar con ella sin que nadie lo cuestionara ni lo interrumpiera. En el último momento, antes de ir tras ella, echó una última mirada hacia la cúpula. Vio que cuatro soldados, unos rengueando, otros tomándose de la cabeza o del estómago, como si hubieran sido golpeados en esas áreas, se acercaban vertiginosamente hacia Ana y los demás. Overkin sostenía con gran concentración la parálisis casi a cero de los amigos de Lug y la aceleración de su gente. Humberto supo de inmediato que serían masacrados sin siquiera tener la oportunidad de defenderse.

El décimo Antiguo paseó su mirada entre la escena de la cúpula y su objetivo que se distanciaba cada vez más en el bosque. Por un perturbador momento, Humberto se encontró ante un dilema que nunca antes en su vida se le había presentado como digno de consideración: conseguir su próposito personal o ayudar a otros de forma altruista. Apretó los dientes y se debatió entre sus dos opciones por un par de segundos: llevar a cabo su tan ansiada venganza o salvar a un grupo de gente inocente. Lo que sea que decidiera hacer, tenía que resolverlo rápido.

—Espero no arrepentirme de esto— murmuró para sí, y abriendo sus manos, conjuró su propia burbuja para detener a los soldados.

Avannon se percató de inmediato de la interferencia y se volvió hacia donde Humberto avanzaba hacia él con determinación.

—¿Qué crees que haces, Huber?— inquirió, sorprendido.

—Detenerte— le contestó el otro con tono helado.

Cuando Humberto estuvo a no más de un metro de Avannon, éste intentó crear otra burbuja para contenerlo, pero Humberto se esperaba esa maniobra y levantó su mano, frenando la distorsión temporal. Ambos se mantuvieron clavados en sus lugares, soportando y frenando la burbuja que cada uno trataba de imponer al otro.

Como Avannon tenía toda su atención puesta en detener a Humberto, la burbuja que aletargaba a los amigos de Lug se debilitó y terminó por disolverse, por lo que recuperaron sus movimientos normales. A su vez, Humberto perdió también control sobre los soldados de Avannon.

Randall y Ana fueron los primeros en reaccionar para detener a los soldados. Pero los guardias, maltrechos y superados en número, decidieron prudentemente arrojar sus espadas al suelo y rendirse.




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