La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

SÉPTIMA PARTE: Bifurcados - CAPÍTULO 131

Dana regresó a paso rápido con Juliana siguiéndola de cerca. Las dos traían el rostro sonriente, lo que alivió la preocupación de Lug.

—Los dos están bien— soltó Dana antes de que alguien le preguntara algo—. Llewelyn se transportó junto con Zenir a la cueva de Govannon porque pensó que sería un lugar seguro. Cormac y Gov están con ellos.

—¡Excelente noticia!— se alegró Ana.

—¿Está muy lejos esa cueva?— preguntó Akir.

—No, está cerca— le dijo Augusto.

—Entonces, ¿qué estamos esperando?

Todo el grupo se dispuso a partir hacia la cueva, incluídos los tres soldados que ya habían terminado de disponer del cuerpo de su compañero muerto. Kelor y Luar relincharon entusiasmados ante la perspectiva de poder ver de nuevo a Zenir.

Lug se acercó a Humberto y le tendió la mano para ayudarlo a levantarse. Humberto observó disimuladamente, pero con codicia, el cristal que colgaba del cuello de Lug.

—Vamos— lo invitó Lug.

—No, gracias— dijo Humberto, poniéndose de pie—. Me encantaría volver a estar enterrado en una celda de roca, pero tengo cosas que hacer— dijo, sarcástico.

—Te estoy invitando como amigo, Humberto, no como carcelero— le aclaró Lug.

—Igualmente, debo irme— dijo él con pena fingida.

—Me temo que el único lugar a dónde irás es con nosotros— le dijo Lug con tono firme.

—¿Oh? ¿Es esa la invitación de un “amigo”?

—Si te dejo marchar, irás tras ella y no puedo permitirlo.

—¡No puedo creer esto! ¿Liberaste a esos soldados de Avannon, y a mí no?

—Ellos juraron lealtad a mi causa.

—Sí, por supuesto, se dieron vuelta tan rápido que seguramente se volverán fieles a cualquier otro cuando les convenga. Te juraron lealtad en treinta segundos y les tomará menos que eso traicionarte. ¡No seas ingenuo, Lug!

—Ellos no van a traicionarme. Sé lo que hay en sus mentes y en sus corazones.

—¿Ah sí? No te vi invocar tu habilidad para registrar sus patrones.

—Tuve una experiencia que me aclaró la mente. No necesito más invocar mi habilidad para saber las intenciones de las personas, las veo sin hacer esfuerzo alguno.

—Lug, yo salvé a tu gente, y lo hice casi a costa de mi vida.

—Lo sé, y te lo agradezco.

—¿No me merezco opciones como se las diste a ellos?

—De acuerdo, estas son tus opciones: puedes acompañarnos voluntariamente hasta la cueva de Gov, o puedes negarte, y me veré forzado a atarte y arrastrarte hasta allá. También puedes optar por pedirme que te desmaye, y te llevaremos inconsciente, pero de todas formas irás con nosotros.

—Esas opciones son una porquería, Lug.

—¡Randall! ¡Tráeme una soga! ¡Y una mordaza!— le gritó Lug.

—¡Está bien! ¡Está bien!— levantó las manos Humberto en señal de rendición—. Iré voluntariamente, pero no me someteré a más encarcelamiento.

—No más celdas, lo prometo— aseguró Lug.

El grupo comenzó a caminar hacia la cueva. Lug y Humberto iban a la retaguardia, un poco alejados de los demás.

—Cometes un error al dejar libre a Marga— le dijo Humberto a Lug.

—No he terminado con ella— respondió Lug.

—Entonces, déjame que lo haga por ti, es todo lo que pido.

—Te entiendo. Todos estos años preparándote… En toda tu vida, lo único que te motivó a seguir fue este momento, el momento en que pudieras por fin vengarte de ella. Pero yo soy su hijo y me corresponde a mí lidiar con ella.

—No, no entiendes nada. No sabes todo lo que ella me hizo, solo sabes las mentiras idílicas que te contó Cormac.

—Ojalá hubiese podido quedarme con las fantasías de Cormac, Humberto. Pero lamentablemente, escuché toda la historia de sus propios labios. Sé cómo usó, chantajeó y asesinó a quienes confiaron ciegamente en ella.

—¿Lo sabes? ¿Y aun así no me permites hacer justicia? 

—Si te permitiera ir tras ella, solo lograrías que te matara, como lo hizo con Solana.

—¿Qué? ¿Solana está muerta?—. Había sorpresa pero también un cierto alivio en la voz de Humberto.

—Sí— confirmó Lug—. Intentar advertirme sobre Marga le costó la vida.

—Lug, no puedes dejarla a su libre albedrío, no puedes…

—No lo haré, Humberto, ya te dije que me voy a encargar de ella.

—No tienes que matar a tu madre, no tienes que pasar otra vez por eso, puedes dejarme el asunto a mí— se ofreció otra vez Humberto—. En el cuerpo de Madeleine no es peligrosa, no es una amenaza para mí.

—Sí, lo mismo habrá pensado Solana cuando la vio encarnada en un muchachito inocente de quince años que terminó clavándole una espada por la espalda— le retrucó Lug—. ¿Crees que no va a asesinarte sin miramientos como lo hizo con ella?




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