La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

SÉPTIMA PARTE: Bifurcados - CAPÍTULO 132

A Zenir se le llenaron los ojos de lágrimas al ver a Akir correr hacia él en la entrada de la cueva de Gov.

—¡Akir! ¡No tienes idea de lo feliz que me hace verte bien!— lo abrazó con fuerza.

—¡Lo mismo digo!— exclamó Akir, sonriendo.

—¿Y para mí no hay abrazo?— preguntó Ana desde atrás.

—¡Ana!— la abrazó también Zenir—. ¡Oh, Ana! Avannon nos hizo creer que...

—No, abuelo— lo cortó ella—, ese maldito nunca me tocó. Y te aseguro que no estaría en una pieza si lo hubiera intentado.

—Yo también estoy bien por si a alguien le interesa— intervino Randall.

—Randall, ven acá— lo abrazó también Zenir—. Gracias por ayudarme— le murmuró al oído—. Lamento que...

—No hay nada que lamentar, viejo— le dijo Randall—. Todos estamos bien.

—Zenir— lo llamó Lug desde atrás.

—Lug... oh Lug, gracias por cuidar de mis nietos.

—En realidad fue Ana la que nos rescató a todos— aclaró él—, incluso a mí. Es una mujer increíble.

Zenir asintió, emocionado.

—¿Cómo está Llew?— preguntó Lug.

—Él está bien, solo necesita descansar— respondió Zenir—. Lamento cómo se dieron las cosas, Lug... yo no quería...

—Está bien, Zenir, no te preocupes— le palmeó la espalda Lug.

—¿Dónde está Llew?— preguntó Dana.

—Descansando en una de las habitaciones— indicó Zenir.

Dana entró en la cueva con prisa, seguida por Lug.

—Soy Augusto, ahijado de Lug. Es un honor conocerlo, señor— se presentó Augusto a Zenir.

Zenir le estrechó la mano, un tanto desconcertado.

—Esta es mi madre, Juliana— continuó Augusto.

—Encantada— dijo Juliana, estrechando la mano de Zenir—. Somos amigos de Lug del otro mundo, donde estuvo exiliado— explicó Juliana, pero la clarificación pareció confundir más a Zenir.

De pronto, Zenir vio a los tres soldados de Avannon:

—¿Qué hacen ellos aquí?— cuestionó con recelo.

—Está bien, ahora están con nosotros— dijo Ana—. Lug los reclutó. Ya sabes cómo es él, si le dieran tiempo, convencería hasta al propio Wonur para que siguiera su causa.

El Sanador asintió, pero no estaba muy conforme con tener soldados de Avannon cerca.

—¿Y usted es...?— inquirió Zenir, dirigiéndose a Humberto.

—Mi nombre es Humberto, también conocido como lord Huber, soy prisionero de Lug.

—¿Prisionero? No parece un prisionero.

—Eso es porque estamos en una especie de tregua en este momento— explicó Humberto.

—No le hagas caso— le dijo Ana a Zenir—. Las cosas con Humberto van y vienen. Solo debes tener en cuenta que nunca dice más del cincuenta por ciento de la verdad.

—Gracias por la advertencia— respondió Zenir.

Cormac apareció en la entrada de la cueva, lo había enviado Lug:

—Vamos adentro, Humberto— le indicó—. Lug dice que puedes moverte libremente por el interior de la casa de Gov, pero que no puedes salir al exterior por ahora.

—¿Te envió a ti a vigilarme?— protestó Humberto.

—Deberías estar agradecido, a mí no me gustan los puñales como a Ana— le retrucó Cormac.

Humberto gruñó por lo bajo y se volvió a Zenir:

—¿Ve? Se lo dije: prisionero de Lug—, y luego siguió a Cormac al interior de la cueva.

Kelor y Luar relincharon sus saludos a Zenir.

—¡Oh, mis buenos amigos!— fue Zenir hasta ellos, acariciando sus cuellos y rascándoles detrás de las orejas—. Sí, sí, yo también me alegro de que estén bien— rió, y luego se volvió hacia Ana: —Luar dice que lamenta haberte abandonado en Colportor, pero que no tenía forma de explicarte que había encontrado un rastro y debía seguirlo. Pensó que entenderías, pues tus órdenes fueron que buscara a Akir.

—¡Guau, abuelo! ¿Cómo haces para comprenderlos?

—Llevamos muchos años de amistad ellos y yo, Ana. Cuando seas menos intempestiva y más proclive a escuchar en vez de a protestar por todo, podrás entenderlos sin problemas.

—¿Por qué todo el mundo piensa que soy una protestona?— se quejó Ana.

—Es una de tus más grandes virtudes, amor— la consoló Randall, dándole un beso en la mejilla.

Dentro de la cueva, Dana y Lug se sentaron a los costados de la cama donde reposaba Llewelyn.

—¿Estás bien, cielo?— le preguntó su madre, acariciándole el rubio cabello.

—¡Oh, perdóname mamá! No sé por qué pensé que Cormac quería robarme el anillo, no sé por qué le mentí tantas veces y no lo escuché cuando me dijo que me lo sacara por mi propio bien, yo…




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