Dana se sentó en la punta de la mesa y dio por comenzada la reunión:
—Hay varios temas que debemos tratar, amigos— comenzó la Mensajera, paseando la mirada por todos los presentes, congregados en el amplio salón comedor de Govannon—. No sé por dónde quieren comenzar…
—Creo que lo más urgente es la situación de Avannon— propuso Zenir.
Todos asintieron su acuerdo. El murmullo de los reunidos se acalló de pronto cuando Humberto entró en la sala y se sentó junto a Ana, a la derecha de Dana. De inmediato, se dio cuenta de que faltaban Lug y Cormac. Tampoco estaban los tres soldados de Avannon que Lug había vuelto sus aliados, pues, como supo después, estaban custodiando la entrada de la cueva.
—No eres bienvenido aquí, Humberto— le espetó Govannon, poniéndose de pie—. Será mejor que vuelvas a tu habitación.
Humberto amagó a pararse, pero Dana le puso una mano en el hombro, empujándolo hacia abajo, y él se volvió a sentar.
—Esta reunión es importante— dijo Dana—. No podemos darnos el lujo de prescindir de ninguno de ustedes para que esté vigilando a Humberto, así que él se queda aquí, donde estará a la vista de todos nosotros y no podrá escabullirse.
—Si nos envuelve en una de sus burbujas, nos inmovilizará a todos y escapará de todas formas— expresó Govannon, enojado.
—Si quisiera invocar una burbuja temporal ya lo habría hecho hace horas, ¿no lo crees?— se defendió Humberto.
—Tal vez estabas esperando la oportunidad de tenernos a todos en el mismo lugar— le retrucó Govannon.
—¡Ya basta!— golpeó la mesa Dana con el puño cerrado—. Tenemos cosas más importantes que tratar. No permitiré que perdamos el tiempo con esto. Recuerden la promesa que le hicieron a Lug.
Govannon se sentó nuevamente, con los dientes apretados y una mirada furiosa. Humberto permaneció en silencio, la mirada clavada en la mesa.
—Entonces—continuó Dana—, ¿cuál es la situación de Avannon?
—He estado manteniéndolo dormido con unas gotas de extracto de calidea en su lengua cada seis horas— explicó Zenir.
—¿Calidea?— intervino Ana—. Tendrá muchas pesadillas.
—Zenir— dijo Dana—, una vez me dijiste que la calidea era muy peligrosa y que no debía administrarse a menos que no hubiera otra alternativa.
—Así es— admitió Zenir—, pero justamente, con Lug ausente, no veo alternativas para mantenerlo inconsciente.
—¿Es absolutamente necesario mantenerlo dormido?— preguntó Akir.
—Sí— respondió Govannon—, si queremos tener posibilidad de acercarnos a él sin que use su habilidad contra nosotros, lo es.
—¿No es suficiente que esté en una celda de roca sin puertas ni ventanas?— preguntó Llewelyn—. Si no puede manipular materia sólida, no puede escapar de allí.
—No puede escapar, no— explicó Govannon—, pero puede manejar los campos electromagnéticos y crear fuerzas que no nos permitirán tratar con él. No sabemos qué es lo que puede urdir para forzarnos a liberarlo.
—Tal vez deberíamos esperar a que Lug vuelva y se encargue de él— propuso Augusto.
—Si Avannon crea una burbuja temporal alrededor de sí mismo, Lug no podrá acceder a sus patrones— negó Dana con la cabeza.
—Humberto pudo frenarlo allá en la cúpula— mencionó Ana—, tal vez…
—Aun cuando este mentiroso accediera a hacerlo, sin traicionarnos a la primera oportunidad y aliarse con mi hermano— la cortó Govannon—, Avannon casi lo mata en el intento, así que no creo que resista más de unos pocos minutos.
—Eso no nos sirve, necesitamos algo más permanente— dijo Zenir.
—Lo más permanente sería matarlo, y dejarnos de tantas tonterías— dijo Randall.
—Eso yo ya lo habría hecho con mis propias manos si Lug no lo hubiera prohibido— replicó Ana.
—Seguir dándole calidea indefinidamente también terminará matándolo— dijo Zenir.
—No entiendo por qué estamos considerando el bienestar de ese torturador y asesino— intervino Akir.
—Porque todos se lo prometieron a Lug— le dijo Dana.
—Pero Lug no está aquí…— cuestionó Randall.
—Pero yo sí estoy aquí— le dijo Dana con firmeza—, y haré que cumplan con su promesa. Si Lug lo quiere vivo, seguirá vivo, no traicionaremos sus deseos.
Todos permanecieron en silencio ante la vehemencia de sus palabras.
—Gov— recomenzó Dana—, tú lo conoces mejor que todos nosotros, debes saber de alguna forma para poder contenerlo.
—Si supiera cómo hacer eso, ¿crees que me habría dejado torturar por él y habría accedido a hacerle ese monstruoso cristal?— le respondió Govannon.
Se hizo otro largo silencio en el que todos trataron de pensar en alguna alternativa posible para resolver el problema.
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Editado: 12.10.2019