—¿Por qué haces esto? ¿Por qué me adviertes?— le preguntó Lug a Franz.
—No pude evitar que mi padre se manchara de sangre con Dresden, pero no permitiré que derrame la sangre de un muchachito, Lug. Esto tiene que parar.
—Gracias— murmuró Lug.
—Ahora dime, porque debo saber la verdad, ¿él lo hizo?
—Sí y no— respondió Lug—. El Llewelyn que estuvo al lado de Overkin era mi hijo solo en cuerpo, su mente estaba usurpada por una asesina despiadada.
—¿Quién?— exigió Franz.
—Su nombre era Marga— respondió Lug con un hilo de voz.
—¡Marga! ¿Marga, tu madre?
Lug asintió con la cabeza.
—Es una historia larga y complicada— suspiró Lug.
—Lo imagino, pero mi padre no tendrá la paciencia para escucharla ni la inclinación a creerla. ¿Dónde está Marga ahora?
—Ya no existe.
—Entonces, no tienes forma de probar tu historia.
Lug negó con la cabeza.
—Te sugiero que saques a tu hijo de Colportor de inmediato si quieres que viva. Y te sugiero también que desaparezcas de Colportor tú mismo y no vuelvas a pisar el sur.
—Sacaré a Llewelyn de aquí, pero no me pidas que me vaya. Necesito negociar la paz con el norte, para eso vine.
—¿Crees que el regente va a negociar la paz con el padre del asesino de su esposa?
Lug abrió la boca para contestar, pero la cerró de pronto al escuchar el tumulto y los gritos en la habitación contigua.
—Quédate aquí— le ordenó a Franz con un dedo en alto—. No quiero que te expongas a ser considerado un traidor.
Franz asintió y Lug corrió hasta la puerta, abriéndola de un golpe. La escena le hizo hervir la sangre por un momento. Dos guardias arrastraban a Llewelyn hacia afuera de la habitación, mientras otros dos sostenían a Dana para que no interfiriera. Los dos forcejeaban, tratando de escapar: Dana a los gritos y Llewelyn, llorando desesperado. A la izquierda de la puerta, estaba parado el conde de Vianney, con los brazos cruzados, los ojos destellando furia.
—¡Llew!— le gritó Lug—. ¡Vete de aquí! ¡Vete! ¡Ahora!
El muchacho tardó unos segundos en reaccionar a los gritos de su padre. Dejó de forcejear con los guardias y cerró los ojos, tratando de calmarse. Un momento después, los guardias cruzaron una mirada asombrada al ver que el muchacho había desaparecido, y que sus manos, que habían estado sosteniendo los brazos de Llewelyn, apretaban ahora inútilmente el aire.
—¡Aprésenlo!— ordenó Vianney a los sorprendidos guardias, señalando con la mano a Lug.
Lug no trató de escapar de los guardias que comenzaron a dirigirse hacia él, ni siquiera tomó una posición de defensa, solo cerró los ojos y se quedó allí parado, completamente inmóvil. Tanto los soldados que venían por él como los que sostenían a Dana cayeron al suelo inconscientes. Solo Vianney seguía de pie, aun junto a la puerta.
Al ver a sus guardias caídos, el conde desenvainó su espada y arremetió contra Lug.
—No hagas esto, Vianney— le dijo Lug en completa calma, con los ojos aun cerrados—. Por favor, no hagas esto.
El conde hizo caso omiso de la advertencia de Lug y siguió avanzando con la espada en alto, dispuesto a atravesar al Señor de la Luz. Cuando la hoja estuvo a escasos centímetros del pecho de Lug, Vianney sintió que se le paralizaba la mano, y la espada caía al suelo, sin llegar a su objetivo.
—¿Qué...?— comenzó Vianney, pero eso fue lo único que alcanzó a articular antes de sentir que perdía el control de su cuerpo. El conde cayó al suelo, aun consciente, pero paralizado del cuello para abajo.
Lug se volvió hacia Dana:
—Ayúdame a ponerlo sobre la cama.
Dana asintió y entre los dos, acostaron al conde en la lujosa cama de la habitación. Lug arrimó una silla y se sentó a su lado.
—Ve a la otra habitación, asegúrate de que no me molesten. Debo hablar con el conde a solas— le pidió Lug a Dana.
Ella asintió, comprendiendo que Lug pretendía que retuviera a Franz en la otra habitación. Cuando Dana desapareció en la habitación contigua, Lug se volvió hacia Vianney, que apretaba los dientes en un rictus forzado por la parálisis. Varias veces logró abrir la boca, luchando por gritar, pero ningún sonido escapó de su garganta. Con gran esfuerzo, movió la cabeza hacia un costado para observar a sus guardias caídos.
—No están muertos, solo desmayados— respondió Lug a la pregunta en la mirada del conde—. Y tu parálisis también es temporal— agregó.
Vianney volvió a abrir la boca, tratando de decir algo, sin éxito.
—Es inútil que intentes hablar por el momento. No quería hacer las cosas de esta manera, pero no me dejaste opción. Necesito que me escuches, y como eso es lo único que puedes hacer ahora, eso es lo que harás.
Vianney desvió la mirada, como pretendiendo falta de interés en lo que Lug tuviera que decirle, y siguió luchando por recobrar el control de su cuerpo.
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Editado: 12.10.2019