La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

OCTAVA PARTE: Mancomunados - CAPÍTULO 158

Eltsen avanzó hacia donde Ifraín bebía una copa de vino con Franz. El rey de Kildare le lanzó una mirada incómoda al guardián de Faberland, e instintivamente, miró en derredor como buscando las rutas de escape del salón.

—¿Todo está bien?— preguntó el perceptivo Franz.

—Perfectamente— mintió Ifraín.

—¿No vas a presentarme?— le dijo Eltsen a Ifraín, señalando a Franz con la cabeza.

—Franz, este es Eltsen, guardián de Faberland— dijo Ifraín sin mirar a los ojos de Eltsen.

—Encantado— le sonrió Franz a Eltsen—, soy el hijo del conde de Vianney.

Eltsen le estrechó la mano e hizo una inclinación de cabeza.

—Disculpe mi ignorancia, pero… ¿qué clase de puesto es el de guardián? ¿Algo así como regente?— se interesó Franz.

—Algo así. Soy un jefe organizativo— respondió Eltsen.

—El rey Ifraín dice que su ciudad tiene casi medio millón de habitantes. Me imagino que hay mucho que organizar en un lugar así.

—Sí, es verdad— admitió Eltsen, tomando una copa de vino de un sirviente que pasaba—. ¿Qué otra cosa ha estado diciendo el rey Ifraín sobre mí?

Franz notó que el tono de la pregunta no había sido del todo amistoso.

—Solo eso— se encogió de hombros el hijo de Vianney.

—Franz está a punto de casarse— intervino Ifraín para cambiar el tema.

—Felicidades— trató de sonreír Eltsen.

—Gracias— asintió Franz, paseando la mirada entre aquellos dos emisarios del norte. Era obvio que tenían algo que arreglar entre ellos y Franz no era más que un obstáculo en el asunto. Obstáculo que era bienvenido por Ifraín pero mal visto por Eltsen. Franz decidió apartarse y dejar que aquellos dos hablaran de lo que tenían que hablar: —Mi prometida está en este momento con su madre. Ya deberían estar aquí. Será mejor que vaya a ver qué es lo que las demora tanto— se excusó, y antes de que Ifraín pudiera decir nada para retenerlo, se escabulló por una de las puertas del enorme salón.

Ifraín suspiró pesadamente y tomó otro sorbo de su vino.

—Has estado evitándome todo el camino hasta aquí— le reprochó Eltsen.

—No sabía que tenías interés en hablarme— se encogió de hombros el otro, fingiendo inocencia.

—No te hagas el estúpido Ifraín, eso es algo que no eres.

—¿Cómo está Tarma?— inquirió Ifraín, y enseguida se mordió la lengua al darse cuenta de que nunca debió hacer esa pregunta.

—Encargándose de los asuntos de Faberland en mi ausencia. Es la única en quién confío plenamente. ¿Por qué lo preguntas? ¿Esperabas verla?

—No, no realmente, yo…— pero Ifraín no terminó la frase, solo tomó otro trago de vino.

—Tarma y yo no tenemos secretos…— comenzó Eltsen.

—Supongo que eso hace a un buen matrimonio— concedió Ifraín.

—Todos estos años he estado esperando una disculpa de tu parte por tu comportamiento con ella durante la guerra de Faberland.

—¿Mi comportamiento con ella? ¿Te refieres a poner a mis tropas a su disposición?

—Sabes bien a qué me refiero— le respondió Eltsen con los dientes apretados.

—Lo que pasó fue un malentendido, y este no es ni remotamente el mejor momento ni lugar para discutir este asunto— le reprochó Ifraín.

—Fue a pedirte ayuda y te aprovechaste de su vulnerabilidad— le gruñó Eltsen.

—Tarma es muchas cosas, pero si hay algo que no es, es vulnerable. No necesita que vengas tú a defender su honor después de tantos años, ella ya lo defendió en su momento. ¿Crees acaso que me permitió tocarla?

Eltsen no contestó.

—Escucha, Eltsen, si lo que estás buscando es que te diga que lamento lo que hice, no vas a conseguir que esas palabras salgan de mi boca, porque no lo lamento.

Eltsen tensó la mandíbula y apretó la copa de cristal en su mano hasta que sus nudillos quedaron blancos. Cuando se dio cuenta de que estaba a punto de quebrar la copa, aflojó la mano.

—No me malentiendas, sé que lo que hice estuvo mal, pero no lo lamento. ¿Sabes por qué?

Eltsen se mantuvo en silencio con una mirada furiosa.

—Te lo explicaré. El Ifraín que Tarma conoció en Kildare hace más de quince años no es el mismo que está ahora parado frente a ti. Yo era un muchacho impetuoso e inmaduro, un truhán egoísta, y en suma, un completo idiota. Siendo príncipe heredero de Kildare, pensaba que podía hacer lo que quisiera, meterme con quién quisiera, tomar de otros lo que quisiera y no pagar las consecuencias porque yo me creía demasiado importante para que alguien se atreviera a contrariarme o detenerme. Y así era. Ni siquiera mi padre tenía poder sobre mí. Llegué a pensar que podía destronarlo cuando quisiera y hacerme con el reino para implementar las políticas imprudentes que iban con mi personalidad pendenciera. Y en mi momento más insensato, llegó hasta mí tu esposa. Una mujer como nunca había visto en la vida: fuerte, tenaz, luchadora… muy diferente a las asustadizas damas de la corte de Kildare. Poseerla se volvió mi obsesión. Me creía dotado de cualidades que ella no podría rechazar, pensé… no, más bien, no pensé: la racionalidad no era mi fuerte en esos tiempos. Mi arrogancia y mi imbecilidad me llevaron a tratar de propasarme con ella. Mucho antes de que siquiera pudiera darme cuenta de lo que estaba haciendo, me encontré de espaldas en el suelo con su rodilla presionando mis pulmones hasta casi sofocarme, con su puñal en mi garganta, apoyado sobre mi yugular. Todavía recuerdo sus exactas palabras, creo que nunca las olvidaré: “Di tus últimas palabras, Ifraín, porque estoy a punto de ejecutarte”. No estaba bromeando, ¿sabes? Iba a hacerlo, realmente iba a hacerlo. Mis insultos y mis amenazas no significaban nada para ella, y al mirar sus ojos, me di cuenta, supe que iba a morir por su mano. En ese momento, no importaba mi rango, mis posesiones, nada… iba a morir como cualquiera, no, peor que cualquiera, porque yo había provocado la situación que terminaría con mi vida. En ese instante en que me vi a las puertas de la muerte, solo, destituido de todo lo que yo entendía como valioso, algo pasó. Mi mente se aclaró de repente, y lo entendí todo. Entendí por qué mi padre había preferido a Eselgar para seguirlo al trono, entendí por qué se oponía a mis necias ideas de conquista. Entendí que mi importancia como hombre no radicaba en mi nombre, en mi origen, en mi condición de príncipe. Lo deplorable de toda la situación era que lo había descubierto todo demasiado tarde: sabía que me quedaban solo unos segundos de vida. Pero entonces, Tarma retiró el puñal de mi cuello, no porque hubiera estado fingiendo que iba a matarme, sino porque de alguna manera, ella alcanzó a ver que algo en mí había cambiado. La persona que soy hoy, nació ese día, gracias a Tarma. Por eso es que no lamento el incidente, nunca lo lamentaré. Ese episodio con ella me hizo replantear mi vida entera. En aquellos tiempos, solo sentía desprecio por tu persona. No concebía cómo Tarma había elegido a alguien como tú para que fuera su esposo. Pero después de mi enfrentamiento con ella, cambié de parecer. Tarma es una mujer que no puede ser forzada a nada. Si una mujer así había elegido por su propia voluntad estar contigo… bueno, debías tener algo que ningún hombre común tiene, debías ser algo muy especial para que ella cruzara todo el Círculo pidiendo ayuda para rescatarte, aun cuando la habías echado de tu lado. Su fidelidad para contigo no tiene precio, Eltsen.




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