—Se lo aseguro, Merkor, si tiene intenciones de sacar provecho de este encuentro, debe congraciarse con Lady Ana— le aconsejó Verles.
—¿Qué provecho podría sacar yo?— inquirió Merkor.
—¿No ha estado escuchando todo lo que le he dicho? Faberland necesita más pescado del que toda mi gente puede proveer, y necesitará aun más en los años venideros. Un tratado de comercio con Eltsen es una oportunidad que no debería dejar pasar, pero el guardián de Faberland solo tratará con usted si Lady Ana se lo recomienda.
—Eso suena bien y traería prosperidad a mi gente, pero el transporte del pescado por tierra hasta el norte es inviable— meneó la cabeza Merkor.
—Por eso creo que debería encontrar otra vía— le sonrió Verles, que había llegado por fin al punto que quería discutir.
—¿Otra vía?— frunció el entrecejo el otro.
Verles sacó un arrugado papel de un bolsillo interno de su chaqueta y lo alisó con cuidado. Luego se lo pasó a Merkor.
—¿Qué tan al norte ha navegado su gente?— le preguntó Verles.
Merkor vio que el papel de Verles era el bosquejo de un mapa.
—¿Dónde obtuvo esto?— inquirió Merkor, suspicaz.
—Eso no importa ahora. Solo quiero que observe bien esta parte— le señaló Verles.
—Si entiendo bien esto…— dudó Merkor—. Usted me está diciendo que hay un pasaje que une el mar Igram con el Irl en el norte.
—Eso es lo que creo, sí— asintió Verles.
—¿Eso es lo que cree?
—El mapa es muy antiguo. Ha estado en mi familia por generaciones, pero nunca nadie ha comprobado que este estrecho exista. Yo no tengo los recursos para armar una expedición, pero Faberland sí los tiene.
—Y si los tiene, ¿por qué no se los ha proporcionado?
—A Eltsen no le interesa explorar el mar, y yo no tenía nada para ofrecerle a cambio de arriesgar su capital, hasta ahora…
—Una nueva ruta para proveer a su inmensa ciudad…— murmuró Merkor, comprendiendo—. Pero esa expedición es una locura, no podemos adentrarnos tanto en el mar, es suicida. Todo lo que se lograría sería perder barcos inútilmente.
—Eso es muy cierto. A mí tampoco me gustaría perder a mi gente, abandonados sin rumbo en la inmensidad del mar. Pero sucede que tengo la solución para eso también— sonrió Verles, sacando una especie de medallón que colgaba de su cuello con una gruesa cadena. Lo abrió ante los intrigados ojos de Merkor, quien vio que dentro del medallón había una cubierta de vidrio debajo de la cual danzaba una pequeña aguja que se estabilizó apuntando a una letra N.
—¿Qué se supone que es esto?
—Se llama brújula. Puede marcar el norte sin importar el lugar a dónde se encuentre y sin importar el clima, de día o de noche, con lluvia, con nubes, con sol, con o sin estrellas. Inclusive dentro de este salón, bajo techo y lejos del mar, está marcando el norte— explicó Verles.
—¿Qué clase de brujería es esta?
—No es brujería, es ciencia— aclaró Verles, extendiendo el artilugio e invitando a Merkor a tomarlo en sus manos.
Lord Merkor lo tomó con gran cuidado, como si fuera la joya más preciosa del mundo.
—¿Cuánto cuesta algo como esto?— murmuró Merkor, embelesado.
—Es muy valiosa— afirmó Verles—, pero le diré algo, si hay paz entre el norte y el sur, y si logramos un contrato con Eltsen, puede quedarse con esta para probarla.
—¿En serio?— los ojos de Merkor brillaron.
—Absolutamente.
—Tendré que congraciarme con Lady Ana de inmediato.
—Buena idea— sonrió Verles, tomando la brújula de las manos de Merkor y volviéndola a colgar de su cuello.
Althem observaba a todos los presentes con ofuscación. Nunca había sido muy bueno para socializar. Vio a Verles charlando con Merkor, y se los veía como si estuvieran complotando juntos, aunque apenas se habían conocido hacía unos minutos. Vio a Frido hablando con gran elocuencia con un interesado Filstin, y deseó tener su facilidad de palabra. Calpar y Nuada cuchicheaban con los rostros graves y lanzaban miradas a Ana y a Vianney, seguramente considerando estrategias y planeando negociaciones. Hasta Eltsen, que nunca había sido muy bueno para relacionarse con gente de otras culturas, departía con Ifraín una esquina del salón, después de que éste último parecía haber entablado amistad con Franz. Él era el único que no sabía muy bien cómo comportarse en aquella extraña fiesta que no era muy festiva que digamos.
Althem vació su copa de vino con un suspiro y le hizo señas a Randall para que se acercara. Randall hizo una inclinación de cabeza y enseguida fue a su lado.
—¿Todo está bien, mi señor Althem?— le preguntó, aunque era más que obvio que el príncipe de Aros estaba mucho menos que cómodo en aquella reunión.
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Editado: 12.10.2019