Era la madrugada del 3 de diciembre de 1896, una noche especialmente fría en la ciudad de Londres, las luces de todas las casas de la zona estaban apagadas, excepto una, la de la habitación del señor Birdwistle, un hombre alto, de ojos azules oscuros, piel pálida, cabello negro y ondulado, nariz alargada y afilada, labios delgados y facciones angulosas, y la señora Birdwhistle, una mujer de ojos verdes, cabello lacio y rubio, labios gruesos y rojos como el carmín y nariz redonda.
Los Birdwhistle eran una familia acomodada y podían darse todo tipo de lujos que les viniera en gana. La señora Birdwhistle acababa de dar a luz a su primogénito, un niño de cabello rubio cenizo y ondulado, mejillas y labios rosados, nariz redonda y achatada, y unos ojos color azul oscuro, los cuales daban una sensación de profundidad abismal, como si fueran dos lagos en los cuales si entraras a nadar te hundirías y ahogarías inevitablemente.
—Tiene sus ojos, señor—dijo el doctor que atendió el parto mientras cargaba al recién nacido. —¿Qué nombre le pondrá?—
-no estoy seguro— dijo el señor Anton Birdwhistle, en una montaña rusa de emociones, quería mantenerse serio pero al mismo tiempo estaba completamente feliz por el nacimiento de su primer hijo, ya lo imaginaba dando sus primeros pasos o diciendo sus primeras palabras, y se quedó perdido en las imágenes que su imaginación le estaba presentando.
—a mi me gusta Samuel— dijo la señora Rowena Birdwhistle, interrumpiendo los pensamientos de su esposo.
—Samuel Birdwhistle…— Anton se quedo unos momentos más en silencio, analizando el nombre y al mismo tiempo imaginando como sería su hijo cuando crezca. —me gusta— dijo al fin.
Pasó un mes después de ese acontecimiento, gente allegada a la familia llegaba a la casa, ya que Anton y Rowena estaban presentando una fiesta para presentar a su pequeño hijo frente a la clase alta, la fiesta era muy grande y se ofrecían todo tipo de manjares. Mientras la gente hablaba, Anton fue al centro del salón, a su lado estaba Rowena con Samuel en brazos, el cual jugueteaba con uno de los dorados mechones de cabello de su madre. Anton revisó su reloj de bolsillo y después sacó una campanita dorada de su otro bolsillo, la cual empezó a mover para que el sonido llamara la atención de sus invitados. 《Tin, Tin, Tin》
El sonido viajó a través de el salón y todos miraron a la pequeña familia apenas en crecimiento.
—Damas, caballeros, amigos míos, es un placer para mi presentarles al nuevo portador del apellido Birdwhistle— dijo Anton gozoso e hizo un ademan con el brazo para que todos pasaran su atención en Rowena, la cual descubrió un poco la cara de Samuel, y los invitados se empezaron a acercar para ver al niño con más claridad.
Los aplausos y felicitaciones fueron interrumpidos con el sonido de la puerta del salón abriéndose, una mujer de aproximadamente 40 años, de cabello castaño claro y entrecano, con la piel arrugada por la edad entró en el salón. La voz de uno de los sirvientes anunciaría al invitado impuntual —denle la bienvenida a…— el sirviente hizo una pausa, no sabia quien era exactamente esta mujer tan misteriosa. Al notar esto la mujer habló.
—¿acaso no saben quien soy?— dijo de una manera arrogante, pero tratando de adoptar un tono ofendido.
Rowena, le dio al niño a su esposo y se acercó rápidamente a la mujer
—¿Por qué tardaste tanto, hermana?— preguntó Rowena, con un tono de voz amable que denotaba preocupación por esta mujer.
—el incompetente del carruaje que enviaste por mi demoró mucho, querida hermana— respondió la mujer con ese tono arrogante que usó hace apenas unos segundos, mientras de su cartera sacaba un pedazo de papel y se lo daba al sirviente, el cual lo tomó, se aclaró la garganta y dijo en voz alta
—denle todos la bienvenida a la señora Margareth Relish—
Después de esto hubo cierto ambiente de incomodidad en la fiesta, ya que Margareth se la pasaba quejándose de todo, que si dentro de la casa estaba frio, que si el vino no era de la cosecha de 1756, que si la sopa se había enfriado, que si las galletas estaban muy dulces, etc. Poco a poco la gente se empezó a ir, ya que no soportaban a Margareth.
Cuando quedaban pocas personas Margareth se acerco a Rowena.
—hermana, dime ¿y donde esta la criatura?— dijo, mientras se acomodaba unos lentes de media luna que llevaba puestos. —oh, aquí esta—
Rowena, que aún tenia a Samuel en brazos, le mostró el niño a Margareth, la cuál lo miró como si estuviera escogiendo verdura en el mercado.
—se parece mucho a ti, Rowena, pero claro, tiene los ojos de Anton— el tono de su voz se sentía como un mal intento de demostrar interés. —¿y como se llama?— su falsa curiosidad solo hacía que fuera más molesta su presencia.
—Samuel— dijo Anton, que recién aparecía en escena. —Margareth, ya es algo tarde. Mira— Anton sacó su reloj de bolsillo y luego se lo enseñó a Margareth—lo vez, son las once y cuarenta y dos, creo que lo mejor es que todos se vayan, ya les pedí a todos los cocheros que preparen sus carruajes—
Margareth, lo tomo muy ofendida y solo le hizo un gesto de desprecio a Anton, para después darse la vuelta y salir del salón. Después de esta escena el resto de la gente empezó a irse poco a poco.
Las estaciones han pasado, y Samuel ah crecido, ahora está cumpliendo 7 años y vive feliz en su enorme casa en Londres, corriendo y saltando por los jardines, escalando los arboles o a veces se escabullía por los pasillos de la casa para ir con los sirvientes, ya sea solo para pasar el rato o para ayudarlos con sus tareas, gracias a esto Samuel aprendió a hacer varias cosas, como lavar la ropa, preparar pan, galletas y hasta pasteles, cocinar y limpiar los pisos, todo esto lo hacia a escondidas, ya que por alguna razón que el aún no comprendía, a sus padres no les gustaba que estuviera mas tiempo de lo necesario conviviendo con la servidumbre.
Volvía a ser 3 de diciembre, esta vez de 1902, Sam (como le decía su familia a Samuel de forma cariñosa) estaba cumpliendo 7 años, y disfrutaba de su día especial, los sirvientes estuvieron toda la noche preparando un pastel para el, y sus padres le habían comprado un chaleco de lana de color azul cielo, un par de zapatos de etiqueta, una libreta de bosquejos, y varios carritos de madera. También sus padres lo llevarían al zoológico, sin duda para Sam cada cumpleaños era mejor que el anterior.
Sam jugaba en el jardín con sus carritos de madera, llevaba puesta una camisa manga larga, su nuevo chaleco de lana, un pantalón de etiqueta, y también sus zapatos nuevos. Mientras jugaba escuchó la voz de su padre llamándolo desde dentro de la casa, ya era hora de ir al zoológico y el carruaje ya había llegado por ellos. Sam estaba muy emocionado y se apresuró a subir al carruaje.
Al ya estar Sam y sus padres en el carruaje, este empezó a avanzar, ya estaban en camino al zoológico.
—mamá, ¿Vamos a ver a los leones?— preguntó el pequeño Sam a su madre, en su voz se notaba esa emoción y alegría que solo la infancia te puede dar a experimentar.
Rowena le sonrió y le acarició el cabello. —claro, y también veremos a las jirafas, cocodrilos, cebras y a todo tipo de animales—
—¡Ya los quiero ver a todos!— La emoción de Sam solo crecía.
Sam miró por la ventana de la puerta del carruaje y notó que iban cruzando por un puente, debajo de tal había un río muy ancho y profundo.
Editado: 06.11.2021