La dama de honor & el padrino de bodas

7| Camila

Cuando el tercer trago de ron pasa por mi garganta y no siento la quemazón del primero, sé que mi sistema puede estar empezando a colapsar, pero Jo me ha dicho que la entrada también incluye barra libre por lo que me puse la mano en el corazón para no despreciar su gasto de dinero en este lugar tan hermoso.

Las luces.

La música.

Las personas.

Las máscaras y tener una identidad falsa.

No puedo creer que yo de verdad me planteara quedarme en casa esta noche y desperdiciar esta noche a ciegas. Jo de verdad que se está esforzando en hacer llegar la inspiración, no ha parado de presentarme chicos y hacerme pasar un buen momento.

Ahora estamos entre tirada y sentada en el sillón, suspirando de cansancio por nuestros saltos en la pista hace unos minutos. Jamás había creído posible que se pudiera saltar ni disfrutar de la electrónica en tacones altos, por un momento creí que se romperían o que caería. Cuando llegamos al sillón de nuestra mesa, no lo dudamos y nos quitamos las mortíferas correítas y dejamos los tacones a un lado para descansar un rato. Un chico con el cual había meneado hasta lo que no tenía, nos trajo bebidas y de verdad, cuando el ron se deslizó por mi garganta se sintió como beber un frio y delicioso vaso de agua o soda.

—No vayas tan rápido, todavía queda noche —aconseja El conde Renault.

Es divertido hablar con alguien enmascarado y con nombre falso.

—No te preocupes que fue la mejor bebedora de su generación —comenta Jo y después, da una gran calada al cigarrillo electrónico con recarga de menta.

Yo también termino de beber mi vaso de ron y tomo un cigarrillo con recarga sabor a chocolate. No sé cuándo voy a tener de nuevo la oportunidad de volver a poner un cigarrillo electrónico con recarga de chocolate en mi boca, es mejor aprovechar. Después de mi gran calada, le ofrezco un poco al conde, que refuta inmediatamente al mismo tiempo que lo rechaza.

—Prefiero los verdaderos.

Él no puede verme, pero he arrugado mis cejas. Miro con más determinación el cigarrillo para volverme al chico y replicar:

—Esto me parece bastante real.

Él sonríe con una hermosa iluminación que hace que sus dientes se vean blancos y perfectos, él sería un perfecto protagonista: el chico que se conoce en una fiesta a ciegas y la protagonista que podría ser representada por mí se siente deliberadamente atraída hacia él por su misterio y caballerosidad.

¿Qué seguiría después de ese mágico encuentro? Eso es fácil. Una montaña rusa y una mala imitación de la Cenicienta, lo sé no por ser escritora sino porque ya existen varias historias que siguen la misma línea. No vendería un libro así, debo concentrarme más y parece que el ron coopera con mi imaginación al igual que la obra de arte frente a mí.

Por un rato nos miramos sin decir nada hasta que su teléfono rompe el espejismo y debe disculparse para levantarse e irse, dejándome a merced de la depredadora de Jo. Después de dar su última calada, se impulsa y termina casi sentada en medio de la mesa.

—¡Te iba a besar! ¡Ese papucho te iba a succionar el alma!

Frunzo mi ceño y bufo, antes de responder:

—¿El conde de Renault? ¡Bah!

Pero Jo insiste y ensancha su sonrisa.

—¡Te iba a meter la lengua hasta la garganta! ¡Debes dejar que lo haga!

—No soy tu prostituta —aclaro, pero Jo no le da la mínima atención.

Aprieta sus labios y agrega:

—Di y sé lo que quieras, pero ese chico es tu protagonista y te iba a besar.

Me rio y niego con la cabeza.

Las cosas que se inventa Jo en su alocada cabeza. Ese chico no iba a besarme de eso estoy segura, puedo estar en recesión de afecciones masculinas, pero todavía sé detectar cuando un chico quiere llegar a algo más. Doy otra calada y giro mi cabeza para ver si el chico pasa por el oscuro pasillo, pero nada. A lo mejor se ha ido e hizo el viejo truco de la llamada. Bueno, eso lo convertiría en un prospecto de protagonista rechazado.

—Oye, Macarena —la llamo y esta inmediatamente levanta su cabeza. — Gracias por esto, de verdad.

Ella sonríe.

—Lo hice por las dos. Nos merecemos sonreír cada viernes porque somos jóvenes y tenemos empleo —se termina de impulsar para jalarme y abrazarme. — Eres una gran amiga, Annelise de Vara. Pero demasiado buena que te hace parecer ingenua.

Abro mis ojos de impacto. ¿Me ha llamado ingenua? Yo no soy ingenua.

Me separo de ella y ambas nos miramos a los ojos, ojalá pudiera ver la manera en la que mis cejas están unidas y muestran confusión ante su declaración. A nadie le gusta que le digan que es ingenuo, es como decirte idiota en bonitos términos.

Yo no soy idiota.

—¿Cómo es eso de que soy ingenua, Jo? —pregunto, indignada.

Jo rasca sus rizos y muerde sus labios.

—Ser ingenua no es algo malo —murmura.

Sí, lo es. Lo peor que le puedes decir a una persona es que goza de ingenuidad y las personas se aprovechan de eso. En ese caso, ¿Quién se aprovecha de mí?




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