La dama de honor & el padrino de bodas

10| Oliver

De verdad que daría lo que sea para hacerme invisible en estos momentos. Poder levantarme de esta silla en la punta de la mesa, caminar libremente hasta la puerta y ser libre de todas estas palabras tan negativas sobre la situación financiera de la editorial. Puedo llamar a Arnoldo para que invente algo porque no puedo sentirme optimista si toda mi junta directiva se prepara para lo peor.

¿Dónde está el arte de soñar? ¿El gol al último minuto?

La directora de marketing se ha levantado para tomar la palabra, pero antes de eso me dedica una mirada mortífera y muy discreta. Fue un completo error meterme con ella cuando apenas estaba haciéndome un nombre dentro de la industria literaria. Ella quería una relación y la tuvimos por unos meses, incluso pasamos esa navidad juntos (la peor de toda mi vida) ella es interesante, pero también muy liberal para mis gustos tan tradicionales. Es swinger. Yo me espanté y terminé nuestra relación. Se suponía que habíamos quedado en buenos términos, pero ella se encuentra muy dolida desde entonces y cada vez que se aparece por acá trata de hacer que me saquen de la silla.

Termina de hablar y la mayoría de los directivos comienzan a dudar de su nueva estrategia de ventas. Yo solo me saco los lentes y aprieto mi tabique para bajarme el malestar en la cabeza. Diablos, se me ha olvidado tomarme la pastilla. No creo aguantar la jaqueca después de esto. Mientras discuten sobre las afectaciones, yo deslizo mi palma a lo largo de la mesa hasta mi teléfono, lo meto debajo de la mesa y me hace recordar a cuando le pasaba las respuestas a cierta chica de mirada dulce a través de este método. Sonrío como tonto.

—¿Pasa algo, Oliver?

Levanto mi mirada hasta la directora de Marketing y rápidamente a toda la mesa y vuelvo a parar en la directora de marketing.

—No nada. Sigan discutiendo, no me presten atención.

Error de palabras. La persona sentada en la punta de la mesa jamás puede pedir que le quiten la atención porque por eso es la punta de la mesa. Rayos. Esta chica me va a masacrar, se le nota en la mirada.

—Todos han expresado sus dudas y posición en relación a esta peculiar estrategia. El presidente no ha dicho nada.

Porque no escuché nada. Maldita mujer.

—No se preocupen. Sigan discutiendo, me parece que el director de planilla tenia preguntas.

Ella enarca una ceja.

—Le cedemos la palabra, presidente —lo dice en un tono que realmente quiere decir: maldito bastardo arcaico ahora te jodes.

¿Ahora qué hago?

Todos esperan fuertes declaraciones de parte del presidente ejecutivo de la editorial, pero mi jaqueca solo va en aumento y siento que mi cerebro va a reventar mi cuero cabelludo.

Es ahora o nunca.

Comienzo a toser con desesperación y le hago la señal con la mano a Arnoldo para que venga en mi auxilio. Alejo mis gafas de mí y tomo mi teléfono para levantarme de la mesa, masajeo mis sienes mientras Arnoldo arregla las carpetas de mi puesto y avisa la cancelación de la junta para posponerla en las dos semanas entrantes como dictamina el código.

Arnoldo pasa por mi lado y susurra:

—¿Nunca te has planteado ser actor? Dios, casi me sacas una urticaria.

Trato de sonreír, pero el jalón de mi cerebro lo impide.

—No estoy fingiendo.

Arnoldo trata de tomarme por el hombro para nuestra rápida salida y una vez afuera, casi que corremos hasta la oficina. Tomo asiento en mi silla giratoria y maldigo el momento en el que se ocurrió pedir una así. Ahora mi cerebro quiere desgarrarme por eso.

Carajo.

 Arnoldo me pasa la botella de agua junto a una servilleta con la pastilla. La bebo inmediatamente y trato de recostarme en la silla para calmarme.

Hago una mueca de dolor cuando siento una terrible punzada dentro de mi cabeza.

—¿Quieres que me comunique con el doctor?

Niego con la cabeza.

—Fue la situación del marketing y que todavía no me acostumbro a las gafas.

—Discúlpame que te lo diga, pero llevas casi un año con las gafas. Te puedo pasar los primeros seis meses, Oliver, creo que deberías hablar seriamente con el doctor. Tal vez tus ojos se están deteriorando más y necesitan otro aumento.

Dejo caer el puño sobre la mesa de una manera estrepitosa que, hizo a Arnoldo dar un respingo y mi cabeza se revolvió.

—Estoy un poco alterado por el dolor —me disculpo

—No te preocupes.

—¿Te pusiste en contacto con las personas de los clubes? —pregunto por lo bajo, todavía me apena ese favor que le pedí a Arnoldo.

Asiente.

—Se niegan a brindar información. Lo siento.

Trató de devolverle una sonrisa, pero mi cabeza apenas se está estabilizando y todavía duele. Después de todo no es su culpa que mi romance de una noche haya terminado en despertar solo en un cuarto de hotel. Soy un iluso por creer que ella se quedaría, siempre lo quiso mantener como una aventura entre dos desconocidos. Yo también me lo planteé de esa manera. Sin embargo, jamás la hubiera dejado sola si yo me hubiera levantado primero.




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