¿Ahora cómo me escapo de esta?
Estoy sentada junto a Alma, con mis piernas sumamente pegadas y mis manos sobre ellas. Con esa exquisita posición ya debería saber que me siento incomoda a que se aparezca de improvisto en mi casa. De verdad, debería considerar más comprarle ese libro inexistente sobre las conductas normales para la preservación de la especie y la felicidad de la comunidad. No se lo que trama y no quiero imaginar.
Vamos, Alma, tira del gatillo y deja que Armando me impacte.
Eso sonó mal, muy mal.
Yo me refiero que es obvio que él está aquí porque sino Alma tendría la tarjeta del metro colgando de su cuello y no es así. Alguien la trajo y ese alguien es mi ex.
—¿Cómo has estado? —Me adelanto a preguntar. No voy a estar mirándola en toda su estancia, eso solo hace que la incomodidad incremente.
Alma sonríe y desvía su mirada y no debo siquiera mirar de reojo para saber que está mirando el diamante en su dedo.
—Ya toda la familia sabe y las emociones fueron variadas, pero todas positivas —sonríe.
¿Toda la familia? ¿Toda? Rayos.
Ya me puedo imaginar lo que piensan de mí y de Alma. La familia de Alma no toma muy bien estos casos extraños con traer a colación que su prima menor pasó por algo muy parecido al exilio cuando se enteraron que engañaba a su novio de tres meses. Las traiciones y la familia de Alma no son compatibles y sé que para ellos esta es una.
Rayos, Alma. No debes enfrentarte a ellos sin mí.
—¿Armando estuvo contigo en ese momento?
Ella asintió y me sentí aliviada.
—Si voy a ser tu dama de honor, quiero que me otorgues la labor de lidiar con tu familia, Alma. Tú no puedes sola con ellos.
Suspira.
—Sabía que no había nadie mejor que tú para este maravilloso momento de mi vida —me atrae para abrazarme.
Cuando nos separamos, ella busca en su pequeña cartera y saca su teléfono y seguido, hace una llamada. La persona de la otra línea no demora en contestar.
—Hola, Oliver —saluda Alma y yo me quedo pensativa a la mención del nombre.
Oliver… ¿Será el mismo del que me habló Milo o realmente, todos tienen a un Oliver entre sus conocidos menos yo?
Quedo mirando mis libros de medicina regados por mis sillones. Al final Milo me convenció con un buzo nuevo y una suma un tanto alta. Estoy próxima a ser indigente así que es mejor seguir incrementando mi capital cuando eso suceda. Hoy mandé un boceto de una historia un tanto chistosa basada en mi experiencia del viernes pasado, me ha gustado lo que he escrito, pero no sé qué vaya a pensar el director ejecutivo. Me sorprendió saber que alguien de tanto rango sea la persona encargada de examinar mis escritos porque se supone que los ejecutivos no conocen de la materia. Sin embargo, Jo me repitió varias veces mientras me revisaba y corregía el relleno que no me dejara confiar del cargo porque parece que la persona es muy erudita de la literatura. Solo espero que le guste tanto como a Jo y a mí.
Repaso en mi mente algunos carbohidratos esenciales mientras Alma por el otro lado discute con Oliver algo sobre donas rellenas de piña.
Dos cajas me parecen muy bien porque la reunión es en mi casa y es obvio que las sobras se quedan con la anfitriona. Lástima que el chico ha convencido a Alma de solo comprar una y palitos de queso, solo espero que pida las cajas grandes porque de verdad, no tengo interés en cocinar nada la siguiente semana y tengo que comer. Finalmente, Alma cierra y ahora mi teléfono suena.
—Vaya, hasta en eso nos sincronizamos —comenta.
Sonrió en contestación. Abro la llamada.
—¡Hola, Cami! Dime por favor que no estás ocupada ahorita.
Es mi vecino, River.
—¿Qué necesitas? —pregunto, mirando a Alma y moviendo mis labios para decirle que es River.
—¿Tienes tiempo de cruzarte? Miranda vino de visita imprevista—
Sonrío de oreja a oreja. No necesita explicarse más.
—En un momento.
Cierro la llamada y acomodo el teléfono en su base.
—Debo ayudar a River con algo, no demoro —me levanto.
Alma asiente y yo salgo de mi casa para cruzar a la de River con rapidez y cuidado de sus perros entrenados. Al parecer los tiene dentro porque ninguno ha aparecido mientras abría la cerca. Me recojo el cabello en una coleta y oprimo el timbre. Me rio un poco cuando River se asoma con un rostro de esperanza y tira de mi manga. Caminamos hasta su salón principal y me pongo de cuclillas, abro mis brazos y espero a que la fuerza de su hermanita Miranda me tire al suelo.
—¡Cami!
—¡Miranda! —le correspondo con la misma efusividad—. ¿Qué le hacías a tu pobre hermano?
—Torturándome con sus incesantes eructos y caricaturas mudas —responde River, sentándose en el suelo junto a nosotras.
Miranda se separa de mí y nos mira por intervalos, se sonríe de oreja a oreja y deja al descubierto su muda dientes. Se acerca nosotros y pregunta: