Camila me entrega el portafolio y sale corriendo atender el timbre, esbozando una sonrisa. Cuando hojeo el portafolio, miro con rapidez a mi amigo y trato de transmitirle con mi sonrisa malvada lo que le espera. Ya me duele el estomago de tanta azucar. Voy a pedirle el baño a Camila para vomitar unicornios y defecar arcoiris, esto está de princesas.
Tafetan blanco, celeste y rosado.
Nieve artificial. Aquí no neva, solo llueve a cantaros.
Un caballo blanco. Miro a Armando y sonrio. Solo le falta la silla.
Luces de piscinia y cobertor para caminar. Diablos, Alma, ¿me quieres dejar en la calle?
Un chico extraño y una niña pequeña en brazos de Camila. ¡Oh, no!
Eso no está dentro del portafolio. ¿Qué es esto? ¿Por qué Armando parece conocer a todos? Cierto, practicamente vivian juntos. No puede ser que la sola imaginacion de ello me ponga en cierto punto de molestia.
Diablos. ¿Está mal querer que ese chico se largue?
Es suficiente con un ex amante de Camila.
—Oliver, deja de ser tan tosco con las paginas —me regaña Alma.
Sé que me quitó el portafolio, pero no puedo dejar de mirar en direccion al chico rubio de ojos azules y su cercania a Camila.
Rayos. Esto no es celos, esto no es celos, solo frustracion.
Ahora debo relajar mis puños.
Rayos. Lo unico que logro es que se aprieten más.
—¿Quién es?
Diablos, acabo de sonar como asesino en serie. Creo que Alma no ha notado nada porque su respuesta es mecanica.
—Es River, el vecino de al lado de Camila. ¡A que es guapisimo!
Ni a Armando ni a mí nos gusta esa descripcion, Alma.
Camila se da la vuelta y dice algo al oido de River y este sonrie con complicidad. Rayos. Esto no me gusta nada, los vecinos normales se piden azucar no se susurran cosas y se sonrien.
—Es un rubio bastardo —aprieto mis labios, eso no debía escucharse.
—¿Qué? —Cuestiona Alma.
—¿Qué? —Le sigo la corriente.
Camila llega hasta nosotros. Con el rubio bastardo.
Carajo, mejor relajo mis puños.
—River, ya conoces a Alma —le da un asentimiento y se acercan para darse un saludo de beso—. Y este es… ¡Por Dios, disculpa! Tengo problemas para recordar tu nombre.
Mis puños se ha relajado. Ahora siento es pena.
No conoce mi nombre.
—Oliver —respondo en un tono tosco que hace que la mirada de Camila pase de avergonzada al suelo.
—A tu madre le gustaban muchos los olivos, ¿cierto? —Bromea Camila, recuperando la compostura.
Su nariz se arruga levemente y se muerde el labio. No ha cambiado nada ese gesto de incomodidad.
—Para nada. Los evita y yo tambien —le devuelvo la sonrisa cortes.
—Pues yo tambien. ¡Que coincidencia!
Camila, deja de hablar, por favor. Ya sé que estás incomoda y apenada.
—Tenemos otra cosa en común, entonces.
Sus mejillas se ruborizan.
¡Oh, por Dios! ¡La hice ruborizar!
—Yo soy River.
Disculpa, pero… ¿Cuándo te lo pregunté?
—Un placer.
Deduzco que conoces la puerta. ¿Por qué no vas de gira hacia ella?
—Yo tambien evito los olivos. Cuando los veo en el plato no dudo en apartarlos, los aborrezco. Como Camila.
«¿Notaste ese enfasís? Eso es declaracion de guerra.»
Mi conciencia nunca se equivoca y menos ahora.
—River… —le sisea Camila, sin apartar su calida mirada de mí.
—Es que hablaban de olivos y como son intrusos en la comida —el maldito me sonrie—. Todos concluimos en que dan mal sabor a la comida.
El rubio y yo nos mantenemos la mirada por unos segundos más, como si un rival reconociera al otro. En fin, ya estoy aquí despues de casi siete años y no pretendo rendirme tan facil.
—Bueno, River, estamos discutiendo sobre mi fiesta de compromiso —nos interrumpe Alma. Lo toma de la mano y caminan hasta el sillón—. ¡Voy a casarme con este guapo de aquí!
Camila y yo nos quedamos de pie, uno al lado del otro. Puedo jurar que ese reciente roce inconciente de nuestras manos fue como rozar la yema del dedo en un puerto electrico. Exitante y peligroso. Me pregunto si seria capaz de electrocutarme si agarro su mano. No. Todavia no es el momento y cuando eso llegue, ella tomará mi mano.
***
Tres días después