La brisa del eterno invierno de esta ciudad sacudió a los dos extraños sentados en la banquita de la panadería, mientras esperaban que el tiempo pasara y las aguas se calmaran. Miraban a todos lados, menos a sus caras, de alguna extraña manera, los que son conocidos como lengua larga parecían tenerla amarrada por primera vez.
Mara y Milo que nunca habían experimentado la vergüenza, estaban con sus mejillas sonrojadas y no por los pequeños rayos del sol que avisa el atardecer. Durante la mirada de sus amigos, se trataban abiertamente coquetos, pero por circunstancias que sucedieron al momento que Mara lo jaló fuera cambió todo.
Cuando salieron de la casa, se tropezaron unos pasos más adelante y Milo cayó sobre ella y pasó lo que jamás contarían. Sus labios se rozaron suavemente y sus manos se atraparon una con otra, toda una escena sacada de película de romance. Es por eso que la incomodidad se esparció rápidamente y desde eso, no han cruzado más que movimientos de asentir y negar con la cabeza.
—Oye… —Comenzó Milo a romper el hielo—. ¿Estás viendo eso?
Estaba señalando a la manada conformada por: Oliver y Camila, seguidos de los tortolitos en espera del matrimonio, todos marchaban en fila india en dirección al deportivo de Oliver y seguidamente, se fueron.
Mara elevó un poco la cabeza y a la vez, su teléfono vibró señalando la llegada de un texto de Oliver.
“Vamos al supermercado a comprar unas cosas, espero no te moleste quedarte un poco más con ese rarito.”
Eso hizo sonreír ligeramente a Mara.
—Oye… —Giró suavemente su cabeza, pero al encontrarse con la de Milo, volvió a girarse—. ¿Nos quedamos aquí o volvemos a la casa?
—¿Qu-quieres ir a la casa…? —A pesar de estar avergonzado, Milo no dejó de imaginar escenarios eróticos con la mejor amiga de su mejor amigo, ese titulo lo hacía elevarse—. Creo que lo mejor sería quedarnos aquí, pero hace mucho frio y parece que lloverá.
Al igual que los pensamientos de Milo, Mara no había perdido su sentido de seducción.
—Supongo que no hay más que decir. —Estaba tocando discretamente su labio inferior, el mismo que Milo había rozado antes.
—Supongo que no. —Milo torció una sonrisa.
—Supones bien —Mara también imitó su acción.
«Ese roce me gustó, pero quiero más. ¿Cómo se sentiría un beso de verdad?», pensaron a la vez y el juego de estrategias empezó también.
No tardaron en entrar a la casa, puesto que la manada saliente no se percató de que dejaron la puerta abierta detrás. Es gracioso describir las reacciones que provocan la desconfianza y los celos, un viaje que debió ser de dos terminó en dos observadores y dos incomodos, pero ese no es el tema ha discutir en este episodio.
Las letras que aquí se plasmaran pertenecen a M&M.
—¿Quieres soda? —Ofreció Milo, metiendo sus narices sin permiso dentro de la nevera de su melliza—. Te ofrecería cerveza, pero me las terminé con mi hermanastro esta mañana y mi hermana la aborrece y no compra.
Un deja Vú atacó a Mara, haciéndola sonreír discretamente.
—Déjame adivinar, es una fanática de las sodas y siempre encontraras dos six pack de coca cola en su nevera.
Los ojos de Milo se abrieron un poco más de lo normal.
—¿Cómo lo supo?
Mara se encogió de hombros al mismo tiempo que se levantó y caminó hasta poder tomar la lata que Milo le ofrecía.
—Oliver tenía esa misma costumbre en la universidad y sospecho que no la deja todavía —aclaró, luego de dar el primer sorbo—. Yo, sin embargo, el alcohol es mi deidad.
—No lo llamaría “deidad”, pero también lo prefiero antes de esta azúcar liquida. Me sirve para mantenerme despierto mientras edito las… bueno, eh…
Milo se dio cuenta de que estaba a punto de decir su trabajo prohibido frente a un prospecto de futura posible novia. Recordó que la falla de sus relaciones jamás ha sido la personal, sino la laboral: ser editor de revistas porno no conquista mucho a las nenas.
—Mientras editas revistas —completó Mara por él y eso lo hizo temblar. Ambos se miraron, de manera sospechosa—. Lo dijiste antes, a tu compañía le llegaron cupones de pizza. No tiene nada de malo ser editor de revistas, no es solo para mujeres si eso es lo que pensabas cuando callaste.
Alivio, eso fue lo que sintió Milo. Así fue como dejaron de hablar en la nevara para caminar hasta los cómodos cojines, fue entonces que, Mara se sentó sobre los libros de medicina escondidos debajo una manta celeste.
—¿Camila es doctora o estudia medicina? —Pregunto, mientras levantaba y leía el título: “Conocimientos generales, prueba científica”. Mara enarcó la ceja—. ¿Quiere empezar la carrera?
Milo se rio histéricamente y se rascó la nuca.
—Algo así, es parte de un negocio familiar…
—¿Qué clase de negocio? —Mara sonrió simpáticamente—. ¿Hacen exámenes universitarios o algo parecido? Je, je, je.
Milo resopló y se mostró abiertamente nervioso.
—Eres muy preguntona, ¿no crees? —dijo y luego estiró su cuello de manera que quedara cerca de Mara para que la mirada coqueta que le lanzó rindiera efecto—. Si te digo, tienes que darme recompensa.
—Por ahí dicen: “Quien poco sabe, vive más”.
Bloqueo “pide más”, ejecución efectiva.
Hubo silencios por unos momentos más hasta que Milo volvió a romper el hielo.
—Entonces, Mara, ¿Oliver y tú…?
—Somos amantes —contestó sin tapujos en la lengua, logrando que el rostro de Milo palideciera y sus ojos perdieran orbita—. Sí, es difícil de creer porque bueno, es Oliver, no tiene cara ni de saber como usar su lengua, pero la verdad es que sabe perfectamente como usarla —codeó a Milo, y este seguía mirándose enfermo.
De solo imaginarlo, sintió como toda la soda que había consumido recorría su garganta en busca de salir explosivamente.
«Oliver y Mara, sé que me está tomando el pelo, pero igual no me hace sentir bien. Mi cuñado Oliver… vaya…», pensó Milo, frotándose los cabellos.