La dama de honor & el padrino de bodas

26| Desde mi perspectiva, nuestra historia

Oliver

Desde mi perspectiva, nuestra historia

La primera vez que te vi, Camila fue exactamente en el momento que te mudaste como mi vecina. A Alma y a mí nos dio una gran impresión tu semblante duro y ególatra, sin miramientos te uniste a nosotros con rapidez y de la misma manera también te alejaste por mucho tiempo. Lo suficiente para no darte relevancia en mi vida. Tiempo después fui consciente que eras Camila, la mejor amiga de mi antigua mejor amiga y mi vecina. Aun entonces, seguías sin poseer una importancia en mi día a día. Estábamos en la misma escuela, solo eras una compañera más; caminábamos juntos en el mismo grupo, solo eras un anexo que estaba con Alma; vivíamos en el mismo vecindario, solo una vecina más; solo una humana cotidiana que cruzaba parcialmente en mi mundo.

Siempre fui algo retardado en las etapas. En la etapa donde todos discutían por la chica más guapa mi onda era diferente. Al ser el único chico en una familia repleta de mujeres me molestaba tener que verlas como mercancía de calidad y tener que participar en la conversación donde comentaba cual me haría ver mejor. Entonces, me había prometido no interesarme en chicas, traté de ver chicos, pero parecían no atraerme. Así que fui enfocado a mis estudios. No tenía las mejores notas, pero lo suficientemente buenas como para que mamá me felicitara y se tomara tiempo fuera para estar con nosotros. En algún momento, me encontraba caminando por los pasillos junto a Armando y mi popularidad se disparó.

Las chicas se me acercaban, pero solo para ponerlas al corriente de la vida amorosa de Armando. Mi amigo no estaba en posición y se resistía a tener pareja, decía que compartir experiencias con alguien más es un sueño que arde y corta al despertar; sus padres discutían mucho en casa y él soñaba con que se separan. Sus razones no eran iguales a las mías, pero compartíamos el ideal; en un momento se me ocurrió que podríamos emparejarnos, pero simplemente Armando no tenía esa chispa que pronto vería en Camila.

La única chica lo suficientemente cercana como para tener el poder de abrazarme, hablarme hasta hacerme reír, y por lo visto darme besos en la mejilla era Alma. Ella siempre fue cariñosa conmigo, aunque cuando entramos en la secundaria lo fue más. Me interceptaba antes o al final o entre clases para abrazarme, susurrarme sus planes y darme un beso en la mejilla; su rostro terminaba completamente sonrojado luego del ritual. Varias veces Armando me preguntó entre risas si teníamos algo como un noviazgo y la sola idea de salir con Alma me parecía estúpida. Ella era una más de mis hermanas, jamás la pude ver con otros ojos. Cuando estábamos juntos, estabas ahí, pero te ibas con rapidez no sin antes ofrecerme una mirada fría y molesta. Comencé a notarte, pero no a apreciarte.

Camila, eras una chica repelente nada amigable como tu hermano mellizo, quien se ganó a toda la escuela en un parpadeo.

Todos conocían el nombre de Milo, un chico que no temía mostrarse como era ni tenía tapujos para decir la verdad por más cruda que fuera. Al principio fue Armando quien lo quiso en nuestro grupo, pero Milo se resistió rotundamente a sus intentos. El chico no tenía nada resaltable en mi humilde opinión: irresponsable para los trabajos, bufón de la clase, y raro en muchos sentidos; gritaba a los cuatro vientos lo mucho que le gustaba el anime, Harry Potter y los videojuegos, declaraciones validas en la actualidad, pero que entonces podías echarte el odio de media escuela. Y más si era un chico. Yo compartía las mismas pasiones, pero nunca me atreví a aceptarlo frente a nadie hasta que el propio Milo me descubrió vistiendo la capa de Slytherin en mi sala, pero que él logró ver porque éramos malditos vecinos.

Y como las amistades entre chicos siempre han sido más simples que entre chicas, así fue como Milo sintió interés en unirse a nuestro grupo.

Muchas cosas pasaron en mi vida; una ráfaga ardiente en mi transcurso pre a adolescente: mi madre pasó a trabajar en otro país, mi abuela fue detectada con diabetes y mi presión para madurar fue más grande.

Cuando traté de mirar hacia adelante, no fijarme ni caer en las tentaciones que aparecen en esa etapa donde se tiende a ser más sensible y susceptible, justo cuando casi logro enfocarme. Ahí fue en donde te noté, Camila. La clase de Literatura donde mi vida cambiaria para siempre y sufriría del mal más temido aquel que fractura el alma.

¿Hablábamos de los tipos de narrador? ¿Tuvo relevancia? Nunca hablabas en clase, o al menos no había puesto atención a tus opiniones si alguna vez las diste. Pero en esa clase hicieron eco en mi interior. Definitivamente fue tu pasión al hablar de un tema que evidentemente dominabas, te expresaste exquisitamente de la Ilíada y la Odisea de Homero, conocías que la Divina Comedia no era un libro de grandes chistes, y que Anna Karenina fue su propia villana. La manera en que tu ceño se fruncia al escuchar las opiniones de la profesora y de otros que tan solo querían figurar, ciertamente tu sonrisa al hablar apretó mi corazón. Pensé que era porque también quería hablar y que equivocado estaba.

Para la noche me encontré mirando videos con resúmenes de cada libro. ¿Mi interés fue por ti o los libros? Solo sé que tu pasión en esa ocasión me atrajo al sendero que sigo caminando. Libro tras libro devoré después. Conocí a Dante, Homero, C.S. Lewis, y otros más. Otro vicio más a la colección. No conforme con cargar tantas actividades para pasar mi tiempo, encontraba sumamente productivo el buscarte por los pasillos… a aquella chica de cabellos castaño oscuro largo hasta media espalda, que siempre llevaba abrigo sin importar temperatura y que seguía a Alma a todas partes.




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