La dama de honor & el padrino de bodas

29| CAMILA

29|Camila

Esforzando mi vista un poco por la ventana, quise saber de quién era esa luz que llevaba rato alumbrando el pasillo de la entrada. Entre las múltiples gotas de lluvia, dentro del auto, estaba Oliver y a su lado, en el asiento del pasajero había alguien más. Estaban hablando, pero Oliver no hacía más que apretar los labios y mirar al frente, muy serio. Casi como si llamara a gritos por un rescate.

Me quedé viéndolos más tiempo. Alma también se acercó a mi lado.

—¡Son Oliver y Armando! Querían darnos la sorpresa, pero les salió mal —se burló.

—¿Llegó Oliver? —Quiso saber Milo. Mi pobre mellizo era presa del aburrimiento o simplemente le amargó recibir la visita inesperada de Alma—. Por fin buenas noticias.

—Vamos a buscarlos, Cam.

Me levanté inmediatamente. No tengo idea que hice para adelantarme a Alma y llegar a la puerta antes. Tomé un paraguas y abrí la puerta. La lluvia y la brisa azotaron inmediatamente, como pude me hice paso para bajar los escalones. ¿Debo esperar aquí o ir a buscarlo hasta el carro?

—Cuidado, Alma —previne a mi amiga—. Los escalones están resbalosos.

—No te preocupes, Cam. De igual manera si me pasara algo, mi príncipe está justo ahí para cargarme y aliviarme.

Solté un bufido y negué con la cabeza. Si de príncipes hablábamos, se podría decir que el mío también estaba ahí. Me acerqué un poco más cuando bajaron del auto. Mecánicamente me paré junto a Oliver y lo cubrí con el paraguas. Cruzamos las miradas y ambos sonreímos por lo bajo.

A pesar de que Alma y Armando estaban a una distancia peligrosa, no podía dejar de mirar de una manera muy obvia a Oliver. En voz baja me preguntó si lo había extrañado. Tonto.

—Sabes que sí.

Un pequeño rubor se hizo paso sobre su nariz y lugares aledaños. He descubierto que sentimos cierto placer en hacernos sentir nerviosos.

—Feliz cumpleaños, Camila —me felicitó, y cumpliendo con la promesa que me hizo por teléfono horas antes, me estrechó entre sus brazos.

Quise igualarlo en fuerza.

—Gracias, Oliver.

Aflojamos un poco el agarre y nos volvimos a mirar.  Hasta que escuchamos un carraspeo y al volverme, supe de quien se trataba. Armando tenía los brazos abiertos, esperando por mí para llenarlos.

—Felicidades, Cam —dijo. La mención de ese apodo proveniente de él me produjo un severo escalofrío.

Tres años habían pasado de la última vez que me llamó así. Parpadeé varias veces y luego me moví lentamente hasta él.

—Gracias, Armando —respondí, no había emoción en mi voz.

Seguimos hasta la sala. Milo mostró más o menos una sonrisa parecida a la del gato sonriente antes de ir a buscar a Oliver y alejarlo de mi lado. Probablemente, no volvería a disfrutar de su compañía por mucho tiempo.

—Feliz cumpleaños, Milo —pudo expresar Oliver al mismo tiempo que Milo parecía apretarlo hasta la asfixia.

—Cuanto tiempo desde la ultima vez que pasamos juntos mi cumpleaños, Oliver. Hasta siento que vuelvo a ser un niño y seguimos en la casa de mis padres.

—Eso está bien, supongo.

Oliver se encontró a si mismo tomando varias bocanadas seguidas cuando resultó liberado de mi mellizo. Milo se acercó a Armando, bajando completamente la intensidad, casi como si fuera un encuentro de pura cortesía.

—Feliz cumpleaños, Milo.

Se estrecharon las manos.

—Oh, vamos, también eres mi amigo de infancia después de todo —dijo, antes de jalarlo y también abrazarlo.

Después de las felicitaciones, tomamos asiento en los sillones. En los de un asiento estaba Armando y Alma sentada sobre su regazo. En el de tres estábamos Milo, Oliver, y yo en el mismo orden. El segundo se tomó el atrevimiento de tenerme abrazada por los hombros y prácticamente acortar la lejanía.

En un momento, Oliver hizo como si se rascara el cuello y pude ver mi marca plasmada.

—Sé discreto —le advertí.

Claro que el maldito era consciente de lo que hacía.

—Ahora la dama quiere discreción después de cometer semejante acto producto de una lujuria descontrolada —respondió, una sonrisa ganadora se asomó por sus labios—. Que por supuesto, espero que se repita. Esta noche, ¿tal vez?

¿Me está tentando? ¿Acaso quiere que nos encerremos en mi cuarto?

—Ya lo veremos.

—Por si no te has dado cuenta todavía, soy un ser muy paciente.

Di un sorbo a mi lata de soda.

—Eso me consta.

—Aunque ya no sé que tanta me quede. Será divertido ponerla a prueba.

—Claro que sí.

Me recosté un poco sobre su hombro y nos correspondimos una sonrisa divertida antes de volvernos al ambiente de la fiesta. Estar sumergida con alguien crea una burbuja que separa el adentro con el afuera. Fantástico cómo funcionan los intereses.




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