Una gigantesca doble puerta capturó la atención del joven; con los pájaros, osos, ciervos, coyotes, troncos de los árboles y sus hojas finamente labradas. Con sus ojos las recorría, de izquierda a derecha, admirando todos los detalles y acabados que poseía.
A medida que su vista avanzaba comenzaba a ver unas leves quemaduras. Conforme seguía las quemaduras se hacían más grandes hasta llegar a un orificio en el extremo inferior derecho. El agujero era lo suficientemente grande para permitir el paso de una persona sin problemas. Lo cual le dio ánimos al ver que su suerte por fin estaba cambiando.
Su herida inició a molestarle nuevamente. Apretó con su mano la herida, miró hacia los lados y hacia atrás para asegurarse de que el grupo no estuviera cerca. Teniendo cuidado de no tropezar con los escombros, ingresó por la abertura de la puerta. Al entrar vio unas colosales estanterías repletas de libros, polvo, telarañas y algunos nidos de aves.
Su boca se abrió del asombro de ver aquella sala. Avanzaba lentamente dando vueltas para observar aquel lugar olvidado.
Unas ventanas circulares, casi cubiertas por completo de tierra, se encontraban en el techo; dejando pasar los rayos de la luna que iluminaban el lugar. Unos troncos de árboles atravesaban el techo y unas escaleras polvorientas, que se encontraban en extremo, llevaban a un segundo piso. En el centro de la sala se hallaban unas enormes mesas redondas. Algunas sillas se encontraban alrededor de las mesas y otras estaban tiradas por el lugar.
Le parecía increíble que bajo una simple colina se encontrara un sitio tan maravilloso, aunque estuviera casi en ruinas. Le parecía extraño que en el lado derecho se encontraba todo quemado y una parte cubierta de tierra, y, en el otro lado, se encontraba casi intacto, sin contar algunos escombros.
Se acercó a unos estantes y tomo un libro de medicina, mientras lo ojeaba sintió que alguien lo observaba. Volteó su cabeza rápidamente, más no vio nada. «Debo de estar paranoico», pensó y volvió a retomar el libro. Un escalofrío recorrió su espalda haciendo que buscara alguna señal de vida, aparte de aves y arañas, cerca de él. Sin encontrar nada, colocó el libro en su lugar y caminó hasta la estantería que se encontraba al lado.
Miraba los títulos de los libros sin decidirse cual leer. Sintiendo aún que unos ojos estaban clavados sobre él. Se decía así mismo que solo eran ideas y que se encontraba a salvo. Sin embargo, sus nervios se incrementaban al no creer que estaba solo.
Inició a pasear por las estanterías, examinando cada rincón para convencerse de que nadie lo había seguido y de que se encontraba en un lugar seguro, pero el sentimiento de que lo observaban no desaparecía.
Su lesión le molestó nuevamente. Decido olvidarse de sus pensamientos e ignorar sus sensaciones para concentrarse en buscar algo que pudiera ayudarle a su herida. Caminaba por el salón sin encontrar nada útil. Con su mano apretando su hombro, intentando minimizar el flujo de sangre.
Una habitación que se encontraba en el fondo del lugar llamó su atención. Se dirigió hacia ella y al entrar vio unas sillas a los alrededores de unas mesas cuadradas, sobre ellas se encontraban lo que parecía ser francos de tinta, los cuales casi todos estaban quebrados, había hojas de papel en el suelo y en las mesas, unos pocos libros se encontraban allí, también unos pequeños estantes y, al igual que todo el lugar, se encontraba envuelto por el polvo y las telarañas. «Esta habitación fue hecha para niños, al juzgar por el tamaño de las mesas y las sillas», pensó.
Unas nubes ocultaron los rayos de la luna dejando el sitio a oscuras. Al despejarse, el resplandor dejó ver un libro en un atril que estaba en una esquina del fondo de la habitación, justo bajo una ventana. El joven se acercó a aquel libro iluminado por la luna, sopló sobre él para retirar la suciedad y leyó el título en voz alta.
–La Dama del Bosque.
Impulsado por la curiosidad, colocó su mano izquierda en frente del libro para abrirlo y justo antes, un escalofrío recorrió todo su cuerpo y el sentimiento de ser observado lo sintió más fuerte que antes. Inició a darse la vuelta lentamente y al terminar divisó la silueta de una mujer por la puerta.
Un sudor helado emanó de su cuerpo y el color blanco se adueñó de su rostro. En su mente aparecieron todas las leyendas que había escuchado sobre el bosque. «Debo de estar alucinando. Soy un hombre muy culto y yo sé muy bien que los fantasmas no existen», razonó.
Editado: 06.03.2019