La dama y el Grial I: El misterio de la orden

Capítulo 44: Temores

Pues en verdad no me parece que nunca Lancelot

Pueda haber amado tanto a la reina Ginebra,

Ni Tristán a Isolda la rubia,

Ni Paris de Troya a la bella Helena,

Ni Medea a Jasón

Como yo la amo y amaré todos los días de mi vida (1)

 

Un nudo en la garganta le impedía hablar, pero sabía que tenía que hacerlo. Era necesario, una formalidad, una forma de dejar claro que las cosas habían cambiado. Las dudas la invadieron cuando Orbia también se sentó en la mesa, ¿acaso no era siempre así? Eran su marido, su cuñada, y ella. A veces Guillaume, aunque esa mañana él no apareció por ahí. Tenía asuntos de los que encargarse, dijo. Y mejor para ella, pues no sabría qué cara poner delante de él al hablar de aquel asunto.

"Solo dilo ya", pensó al tiempo que bebía una infusión de yerbas. Los miró de lado a ambos, parecían distraídos, cada quien en su cabeza, sin apenas prestarle atención. "No creo que se forme un escándalo", pensó. Y tenía que hacerlo ya.

—Guillaume de Saissac es mi caballero —le comunicó a Peyre Roger. Así, sin más. Sin preámbulos, sin dar explicaciones. Imaginó varias maneras de decírselo, pero al final su boca soltó lo primero que pasó por su cabeza.

Tampoco era la primera vez que daba una noticia así. Bueno, solo lo había hecho una vez antes y en ese caso fue con su padre, también fue durante el desayuno. Peyre la quedó mirando, quizá estaba sorprendido. Orbia no dijo nada. Estaba presa de la angustia, analizando su reacción. ¿La reprendería? ¿Le haría algún reproche? Bruna contenía la respiración, esperando una mala respuesta de su marido. Después de un instante este sonrió a medias, y continuó con su comida.

—Me parece bien, es un buen señor y un excelente caballero. Has hecho una buena elección, querida —respondió, y volvió la mirada a su plato. Como si nada hubiera pasado.

—¿No vas a decirme otra cosa? —preguntó extrañada. Eso no podía ser tan simple. Años antes, cuando le dio la noticia a su padre, este dijo muchas cosas y hasta se opuso. Supuso que Peyre Roger haría lo mismo, quizá debería decirle algo acerca del honor, del juramento, que no podían excederse o quien sabe qué. Cualquier cosa que le hiciera suponer que le interesaba.

—¿Qué puedo decir, querida? Respeto tu elección, ha pasado mucho tiempo desde que llegaste a Cabaret y a todos nos gustaría verte feliz. Y mientras él te proteja y respete, yo estaré de acuerdo con esa relación. —Bruna le sonrió a su marido, y se sintió más tranquila. Estaba tan feliz que ni siquiera quiso pensar en la posibilidad de que alguien no estuviera de acuerdo. Y si Peyre Roger se hubiera atrevido a declarase en contra de su nueva relación, ella sin duda hubiera protestado. Esa vez, pensó, no iba a dejar que la hicieran infeliz.

—¿No hay otra cosa? —preguntó solo por curiosidad.

—Cuñado, creo que tu querida esposa quiere saber si le darías permiso para someterse a la prueba del assaig —comentó Orbia de pronto. Habló con total soltura, y con toda intención de hacer la situación incómoda. La dama loba le guiñó un ojo, y ella volvió la mirada a su marido.

—¿Era eso? —preguntó este arqueando una ceja.

—Ehh... —Bruna bajó la cabeza y comió algo de pan para evitar responder a esa pregunta. Enrojeció a tal punto que sintió que el rostro le ardía. Estuvo sumida en un sueño tan encantador que olvidó por completo ese asunto, y ni siquiera Guillaume se lo había insinuado.

No era una formalidad, muchos lo hacían a escondidas. Algunos lo exigían incluso, era una fantasía inevitable, y a la vez una forma de demostrar que el amor de la dama y el caballero era puro, solo espiritual, y que podía resistir las tentaciones de la carne. Los trovadores hablaban todo el tiempo de eso, de cómo serían capaces de superar la última prueba, que no era otra cosa que acostarse desnudo junto a la dama. Ambos así, como Dios los trajo al mundo. ¿Y qué hacían? Nada, solo contenerse para demostrar la pureza de la finn' amor. Como si eso fuera posible.

En Cabaret solían hacerlo, había escuchado casos. Algunas esperaban que sus maridos se fueran, otros más osados lo hacían sin consentimiento de nadie. Era casi normal, pero ella nunca se permitió fantasear con eso. Tampoco creía que su marido fuera a autorizar tal cosa.

—No lo he pensado —respondió, intentó dominar sus nervios, pero estaba segura de que su voz tembló. Por poco y hasta se atora con la comida.

—No tendría nada de malo, Bruna. Al contrario, creo que ayudaría a que la gente deje de hablar —comentó Orbia. Oh no, lo que le faltaba. ¿La loba quería apoyarla o avergonzarla delante de Peyre Roger?

—¿Qué estás insinuando? —le preguntó su esposo a Orbia. Esta solo soltó una risilla y se encogió de hombros.

—Bueno, Guillaume lleva tiempo pretendiendo a Bruna, eso todos en Lastours lo saben. La gente es chismosa, ya entiendes.

—La gente sin duda no osaría hablar de mi mujer y de mí —contestó Peyre, estaba más serio. Y ella más nerviosa.

—Ay, querido. Tú sabes bien cómo son. A la gente le encanta el chisme y el escándalo. Solo digo que difundir la noticia de que Bruna y Guillaume superaron el assaig ayudaría a callar ciertos rumores mal intencionados.




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